La pregunta por cómo llegó Alejandro Rebollo a defender a Grimau «es difícil de responder», afirma el abogado. Sabe que recibió una llamada del ministro del Ejército «diciéndome que un preso político me había nombrado su defensor y es posible que fuera verdad, que él hubiera oído hablar de mí en la cárcel, porque yo había actuado ya en otros procesos similares». El caso es que también daba el perfil, que «al Gobierno, ante un juicio que se adivinaba difícil, le interesaba un militar, licenciado en Derecho y que ejerciese». Tras el proceso, Rebollo sufrió sinsabores, pero también al menos una curiosa compensación: «Tuve bastantes años una calle en Praga con mi nombre», homenaje de la Checoslovaquia «filocomunista».

Con el tiempo, en 2006, el Senado aprobó una moción presentada por Izquierda Unida para instar al Gobierno a «la rehabilitación ciudadana y democrática de la figura de Julián Grimau» y la coalición registró recientemente en el Congreso una proposición no de ley en términos similares. Pero el intrincado «caso Grimau» ha conocido, además, a lo largo de la historia otras ramificaciones singulares. Manuel Fraga, que era senador cuando prosperó aquella propuesta de IU -sin los votos del PP-, formaba parte del Consejo de Ministros que rechazó en 1963 las peticiones de indulto. Por si fuera poco, Jorge Semprún escribió en «Autobiografía de Federico Sánchez» que Santiago Carrillo había enviado a Grimau a España con el propósito de que fuera apresado, para librarse de él.