Hijo del rey Pelayo, le sucedió al frente del Reino de Asturias. Tuvo un reinado muy breve: dos años, siete meses y diez días, según consta en una nómina de los monarcas asturianos que recoge el tiempo que reinó cada uno. Su vida se vio truncada bruscamente al enfrentarse a un oso, que le hirió mortalmente. Este episodio, que podría parecer fortuito en una primera consideración, no lo debió de ser en realidad.

Favila accedió al trono por su condición de hijo de Pelayo, líder de la revuelta contra los árabes invasores que vio reafirmada su jefatura tras la victoria lograda en Covadonga. La consideración de buen guerrero legitimaba a un rey en esos primeros siglos medievales españoles, en los que la guerra y, más concretamente, la sostenida contra el Islam, constituía el eje central y principal de la actividad de su gobierno, como se encargan de reseñar las crónicas. La "Crónica de Alfonso III", en la versión conocida como "A Sebastián", dice que Favila "no hizo nada digno de la historia", lo que quiere decir que no libró ninguna batalla. El anónimo autor de la conocida como "Historia Silense", escrita en el siglo XII, dice de su relato: "nosotros describimos los trabajos y sudores del ejército de los reyes hispánicos para liberar a la Santa Iglesia, no convites y delicados manjares".

Vista bajo la consideración de su calidad como guerrero, la muerte de Favila por un oso fue una muestra de debilidad, y así se encargaron de reseñarlo las tres principales crónicas del Reino de Asturias: la "Albeldense", fechada en 883, y las dos versiones de la "Crónica de Alfonso III", conocidas como "Rotense" y "A Sebastián", un poco posteriores. Las tres utilizan el mismo término para explicar el episodio de la muerte por el oso: "leuitate", que los traductores de las crónicas interpretan como "ligereza" o "imprudencia". "A causa de una ligereza fue muerto por un oso en el segundo año de su reinado", dice la "Rotense".

Sin embargo, cabe otra interpretación del término "leuitate", que es la de "debilidad" o "poca hombría", lo que explicaría los siguientes versos del "Poema de Fernán González", escrito a mediados del siglo XIII:

Finó el rey Pelayo, Cristo le aya perdón

reignó su fijo Vavila, que fue muy mal varón:

quiso Dios que mandasse poco la su región,

ca visco rey un año e mas poca sazón.

Ese calificativo de "muy mal varón" del "Poema" debe entenderse como "mal guerrero". Otros textos históricos de esa época lo presentan como persona poco sensata. Rodrigo Jiménez de Rada (1170-1247), que fue arzobispo de Toledo, en su "Historia de los hechos de España", terminada en 1243, escribe del reinado de Favila: "Éste, llevado por su insensatez, se dedicaba a la caza más de lo aconsejable, y cuando cierto día intentaba perseguir a un oso, pues había decidido hacer un combate singular con uno, fue muerto por éste de forma desgraciada".

Se puede, sin embargo, pensar que el encuentro de Favila con el oso fue deliberado, para demostrar su valía y fortaleza. En la edición del "Libro de la Montería de Alfonso XI", hecha en el siglo XVI por Argote de Molina, cuenta este autor que los hidalgos asturianos eran muy diestros en la caza del oso, pues "con mucha destreza, al tiempo que el oso se enhiesta contra ellos, le arrojan un capotillo a los ojos y métenle el venablo por el pecho, metiendo la cabeza entre los brazos, de forma que el oso no puede alcanzar con las garras ni la boca para herirlos, y teniéndolos fuertemente en el venablo los acaban". En 1572, Ambrosio de Morales, cronista de Felipe II, visitó un domingo la iglesia de Santa Eulalia de Abamia (Cangas de Onís), donde había sido enterrado el rey Pelayo, y halló en el exterior "más de doscientas lanzas hincadas de los que venían a misa. Y dan su razón a traerlas que, como vienen a misa por aquellas brañas, pueden encontrar un oso de que hay hartos, y quieren tener con qué defenderse del".

Así pues, el fracaso de Favila ante el oso y su trágica consecuencia fue una demostración de su escaso oficio guerrero, en una sociedad antigua en la que los atributos de valor y fuerza iban unidos al de rey. Ello, quizás, explicaría por qué sus hijos fueron separados del acceso al trono, saltando la línea sucesoria a su cuñado Alfonso I y, luego, al hijo de éste, Fruela.

Aparte del episodio del oso, la crónica "Rotense" cuenta también que Favila mandó construir una iglesia "en honor de la Santa Cruz". Inició con ello una costumbre seguida posteriormente por otros monarcas asturianos, la de ser promotores de construcciones religiosas, y la de rendir un particular culto a la "cruz", que se va a convertir, aparte de su valor como expresión de la pasión de Cristo, en símbolo e imagen del poder en la realeza asturiana.

Esta iglesia de la Santa Cruz estaba situada en las afueras de Cangas de Onís, entre los ríos Güeña y Sella, y se levantó sobre un antiguo dolmen que se ha conservado. Sin duda, el lugar era un espacio sacralizado con resonancias paganas que con esta fundación se cristianizó. A lo largo del tiempo esta primitiva construcción fue alterada y, finalmente, destruida en la Guerra Civil de 1936. Había en ella una inscripción que recogía el acto de fundación, cuyo texto, transcrito varias veces a lo largo de los siglos e incluso fotografiado, es el documento original escrito más antiguo que se conservó del Reino de Asturias. Por él se sabe el nombre de su mujer, Froiliuba, y que tenían hijos. La inscripción está fechada de forma cabalística, señalando que iban transcurridos 300 días del año 737, que se corresponde con el día 27 de octubre. Se alude también en la datación a la "sexta edad del mundo", que era la que había comenzado con Cristo, y que se suponía era la última edad del mundo.

El nombre verdadero de este rey fue Fáffila, que es el que aparece en la inscripción de Santa Cruz, aunque se le conoce con el más tradicional de Favila. Tanto Fáffila como Froiliuba son nombres germánicos, a diferencia de Pelayo, que es un onomástico romano. Fáffila se llamaba el padre de Pelayo, según noticia recogida por la "Crónica Albeldense" y la versión "A Sebastián". Era corriente entre los visigodos que los nietos heredaran el nombre de sus abuelos, aunque en este caso, esta costumbre pudo servir para inventar un nombre al padre de Pelayo, dada la variedad de filiaciones que existen del mismo.