Muerto Ordoño, le sucede al frente del reino su hijo Alfonso, que contaba 18 años de edad, según la "Crónica Albeldense", la principal y más cercana fuente para el conocimiento de su reinado, pues fue escrita en el año 883. Otra crónica, la denominada de "Sampiro", escrita a comienzos del siglo XI, da cuenta de todo su reinado y es fundamental para el período posterior a 883. Esta "Crónica de Sampiro" dice que tenía 14 años al acceder al trono, pero merece más crédito la "Albeldense", por su proximidad temporal y haber sido redactada muy posiblemente con conocimiento del propio rey Alfonso. Éste debía de ser el mayor de los hijos varones de Ordoño, pues se sabe por algunos documentos que tenía varios hermanos, de nombres Fruela, Odoario, Vermudo y Nuño, además de una hermana, la princesa Leodegundia, que casó con un rey navarro.

Alfonso III ocupó el trono entre el 866 y el 910 y es el último rey del período conocido como Monarquía asturiana. Fue un hombre culto y guerrero notable y decidido. "Ilustre por su saber" y "de gloria guerrera dotado", dice de él la "Crónica Albeldense". Durante su largo reinado, que se extendió desde 866 a 910, dio un gran impulso al Reino de Asturias, cuyas fronteras extendió en todas las direcciones, hasta la línea del río Duero. Antes de acceder al trono, en vida de su padre, realizó tareas de gobierno en Galicia y tuvo participación en la repoblación de la sede episcopal de Orense, a cuyo frente puso a un prelado mozárabe de nombre Sebastián, que había sido obispo de Arcabica, una de las antiguas sedes visigodas dependiente de Toledo, que se localiza en Cabeza de Griego (Saelices, Cuenca). Este obispo Sebastián se supone que es el personaje a quien está dirigida la carta que encabeza la versión de la "Crónica de Alfonso III" conocida precisamente por eso como "Sebastianense" o "A Sebastián".

Su reinado no estuvo exento de luchas y dificultades internas, como ocurriera a sus predecesores. A poco de ocupar el trono fue despojado del mismo por el conde gallego Froila y hubo de refugiarse en Castilla. Logró recuperar la corona con la ayuda de sus "leales" ovetenses y del conde castellano Rodrigo, que debía de ser tío suyo. También se rebelaron contra él los vascones, a los que "humilló por dos veces con su ejército", según la "Albeldense". A su jefe Eylo lo llevó encadenado a Oviedo. Años después tuvo lugar, según la "Crónica de Sampiro", una rebelión protagonizada por sus hermanos, que, capitaneados por Fruela, tramaron su muerte. Desbaratado el intento, los condenó a la ceguera, aunque uno de ellos, Vermudo, logró huir de Oviedo a Astorga y se mantuvo en rebeldía durante siete años. Otros conatos de rebelión se produjeron en Galicia, aunque fueron todos sofocados.

La revuelta vascona producida al comienzo de su reinado debió de pesar en el ánimo de Alfonso III para tratar de solucionar de una vez por todas la inestabilidad de ese extremo oriental de su Reino. Con ese fin casó con Jimena, noble navarra de la que no se sabe con certeza a qué familia pertenecía, si a los Jimeno o a los Arista, siendo en este caso hija de García Iñíguez, rey de Pamplona. Parece lo más probable esto último, lo que explicaría también las buenas relaciones que mantuvo Alfonso III con los Banû Qasî de Zaragoza, emparentados con el rey navarro, hasta el extremo que entregó a su segundogénito Ordoño (el futuro Ordoño II) para que se educara con ellos.

Al margen de las dificultades internas, Alfonso III prosiguió las líneas directrices marcadas por su padre. Avance conquistador y repoblador por el norte de Portugal, hasta alcanzar Coimbra y el río Mondego ofreciendo al mismo tiempo una válvula de escape para la nobleza gallega. Continuó con la estrategia de alianzas con los rebeldes de la España musulmana, como por ejemplo el muladí Ibn Marwan de Mérida. Idéntica línea sostuvo en territorio castellano, donde estrechó la relación con los Banû Qasî, si bien con algunas alternancias de hostilidad.

Esta política de Alfonso estuvo jalonada de resonantes victorias en el campo militar: Polvoraria (Polvorosa, cerca de Benavente) y Valdemora, en 878; campaña al monte Oxifer (cerca de Mérida), en 881; Pancorvo, Castrojeriz, y otras. Acompañando a las victorias militares, impulsó el avance repoblador: Zamora, Simancas, Dueñas y todos los Campos Góticos, además de Toro que pobló su hijo García, dice Sampiro. Una primera etapa de este progreso se cierra en 883, cuando el emir cordobés se ve obligado a pedir conversaciones de paz. El año 883 fue un momento clave en la evolución del Reino de Asturias. Una curiosa profecía, cuyos orígenes hay que buscar en medios mozárabes de Toledo o de Córdoba, obtuvo un gran eco en la corte de Alfonso y cautivó al monarca con la idea de que él estaba destinado a restaurar el perdido reino de los godos y gobernar en un tiempo próximo en toda España. La profecía está recogida en un texto, fechado en 883 y conocido como "Crónica Profética". Por entonces, tomó cuerpo definitivo la teoría del origen godo de los reyes asturianos y su condición indiscutible de sucesores del reino de Toledo. Esas ideas se transmiten a las crónicas que por entonces se escriben, bajo la inspiración o con la directa intervención del propio monarca Alfonso III, del que se sospecha pudo ser el autor de la conocida como versión "Rotense" de la "Crónica" que lleva su nombre. Tuvo, además, evidentes repercusiones en el orden interno, pues los mozárabes que en número creciente llegaban al Reino de Asturias cobraron un gran protagonismo en la corte y en los medios eclesiásticos y culturales.

El primitivo Reino de Asturias se dotó por ese tiempo de un programa político determinado: la "reconquista" de todo el territorio que formaba el antiguo reino de Toledo. El presbítero toledano Dulcidio, que en septiembre de 883 había ido a Córdoba como enviado de Alfonso III a negociar una paz con el emir Almundir, regresó a Oviedo en enero de 884 y trajo consigo los cuerpos de los mártires cordobeses Eulogio y Leocricia.

Siguió un período de calma, sólo alterado por incidentes fronterizos, hasta que un mahdí (descendiente de Mahoma), Ahmed ben Muawiya, consiguió con sus prédicas levantar a las tribus bereberes del Tajo y el Guadiana y dirigirse sobre Zamora con un numeroso ejército. El choque se produjo a las orillas del Duero y se saldó con una gran victoria de las tropas de Alfonso, en jornada conocida como del "foso de Zamora" y fechada en 901. Con posterioridad a esa fecha y ya en los últimos años de su reinado, de vuelta de una campaña victoriosa contra Toledo, en la que tomó el castillo de Quinicialubel, Alfonso mandó matar a su siervo Addanino, que había tramado su muerte. Luego, al llegar a Zamora, prendió a su hijo García, al que recluyó en el castillo de Gozón, en la costa de Asturias, que él había reforzado. Entonces, todos los hijos del rey, en unión del suegro de García, Munio, "expulsaron a su padre, que se estableció en el pueblecillo de Boiges (Valdediós)". García, que al parecer era el instigador de la conspiración, permitió a su padre, poco después, emprender una peregrinación a Santiago, a cuya iglesia había favorecido ampliamente, y la última campaña contra los moros, a los que causó grandes estragos. De vuelta, de nuevo victorioso, a Zamora, Alfonso enfermó y murió el 20 de diciembre de 910.

La noticia de la rebelión de sus hijos la relata la "Crónica de Sampiro" y se ha discutido sobre su veracidad y la duración del retiro de Alfonso III en Valdediós, lugar donde en 893 se había consagrado una iglesia con influencias artísticas mozárabes, participando en la ceremonia siete obispos, entre los que no estuvo el prelado de Oviedo. Significativamente, en los últimos años de su vida y reinado, Alfonso III hizo importantes donaciones a la iglesia de San Salvador de Oviedo, una en el año 906 y otra en 908. En ese mismo año hizo entrega de la Cruz de la Victoria, justo un siglo después de que Alfonso II donara a la misma iglesia la Cruz de los Ángeles. Da la impresión de que Alfonso III quiso, en la etapa final de su vida, recuperar el favor de las autoridades eclesiásticas ovetenses, un tanto desplazadas del centro de poder por los recién llegados clérigos mozárabes. Alfonso fue enterrado en el panteón de Santa María, en Oviedo, pero tras su muerte el solio del trono se trasladó a León, dando fin con su reinado el período histórico conocido como Reino de Asturias.

Hijo y sucesor de Ordoño en el trono, asumió la reconquista como programa

político y hubo de enfrentarse a la rebelión de sus hijos