Javier Auviaño Amieva, de 36 años, estaba cianótico, hinchado, vomitaba sangre, temblaba de fiebre y apenas podía respirar. Lo que parecía una simple gripe lo había llevado al borde de la muerte. Su madre, desesperada, llamó al centro de salud en busca de ayuda. Un médico de guardia le espetó si no sabía lo que era una gripe y se negó a mover un dedo. La mujer volvió a llamar más tarde, y la derivaron a una médica, que puso como excusa que ya había acabado su turno. Los dos facultativos se negaron a acudir al domicilio de Auviaño, en el barrio ovetense de La Argañosa, y tampoco desplazaron una ambulancia para el traslado del enfermo al HUCA.

Fue su madre la que tuvo que llevarlo, ya en estado crítico. Lo que Auviaño sufría era una gripe de tipo A, mucho más virulenta que la común. Ingresó directamente en la uci del hospital, y ya no saldría vivo: falleció casi cuatro semanas después, el 10 de febrero de 2014. Ahora, los dos médicos que se negaron a atender a este infortunado transportista (era socio de Casintra) se sentarán en el banquillo, acusados de un delito de homicidio por imprudencia. Será el próximo mes de noviembre, en el Juzgado de lo penal número 2 de Oviedo, y el fiscal solicita para cada uno de ellos una condena de cuatro años de prisión, así como su inhabilitación para ejercer la medicina por otros seis. Ambos deberán indemnizar a la madre de la víctima en 100.000 euros.

Según el relato del ministerio público, todo había comenzado el 12 de enero de 2014, cuando Auviaño, acompañado de su madre, acudió al centro de salud. Se sentía mal, con mucha fiebre, gran dolor de cabeza y mucha tos. La médico que le atendió, a pesar de no descartar ya en ese momento que se tratase de una gripe A, le recetó paracetamol e ibuprofeno, al entender que podía tratarse de una gripe ordinaria en una fase leve. El fiscal no va contra esta médica, al no haber quedado acreditado que incurriese en negligencia.

Javier Auviaño, lejos de mejorar, fue a peor. Tres días después, el 15 de enero, sobre las nueve y media de la mañana, su madre llamó al centro de salud para que acudiese un médico al domicilio. La mujer aseguró que "su hijo estaba muy mal, que su piel había cambiado de color, que se había desmayado y que tenía mucha tos". El médico le espetó que el tratamiento que le habían dado unos días antes era correcto y que no se iba a desplazar al domicilio, afirmando "si no sabía lo que era una gripe".

Sobre las siete y cuarto de ese mismo día, la madre volvió a llamar, esta vez al 112, para que fueran a casa urgentemente. El servicio la derivó a una médica de guardia del centro de salud. La madre explicó que su hijo ya vomitaba sangre, pero la médica se negó a acudir al domicilio, así como a enviar una ambulancia. Y añadió que su turno de trabajo ya había terminado. Quizá se quedó con mal cuerpo, porque llamó una hora para saber cómo estaba evolucionando el paciente. Aunque la madre le dijo que seguían todavía tosiendo sangre, la médica le recetó Flutox, un jarabe para la tos. Impotente, la mujer llevó por su propios medio a su hijo a Urgencias del HUCA, poco antes de las once de la noche del mismo 15 de enero. Fue directamente intubado, sedado e ingresado en la uci en estado crítico. Ya no saldría vivo de allí. El ministerio público considera que ambos médicos actuaron "con omisión absoluta de las más elementales normas de su profesión".