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Alicia Vallina | Comisaria de la exposición “Joan Ponç. La esencia de lo mágico”

“Las criaturas que pintó Ponç habitaron la profunda indignación, los miedos y deseos”

“Miró le abrió las puertas de Brasil, le introdujo en los círculos artísticos, que decía detestar porque se perdía la esencia de la creación”

Alicia Vallina, en una imagen de archivo.

Alicia Vallina (Pola de Siero, 1976) es la comisaria de la exposición “Joan Ponç. La esencia de los mágico” que se inaugura este viernes en la cúpula del Niemeyer y que estará colgada hasta el próximo 10 de enero. Conversa con LA NUEVA ESPAÑA por teléfono, en un rato tiene previsto salir de casa para regresar a Avilés.

–Joan Ponç no es un pintor muy conocido.

–Quizá no es un pintor conocido para el gran público porque en los ámbitos de la crítica sucede lo contrario. Es un personaje enigmático, un heredero de las vanguardias, rebelde, contradictorio... Lo eclipsaron Salvador Dalí y Joan Miró. Fue uno de los principales artífices de “Dau al set”, con Joan Brossa, con Antoni Tàpies. Cultivó la esencia de lo mágico, de ahí el título de la exposición. La criaturas que pintó habitaron la profunda indignación, los miedos y deseos del ser humano.

–Vamos por partes, vamos por partes.

–Ponç nació en 1924 y era surrealista.

–Pero eso le pilló tarde.

–Los movimientos artísticos no tienen principio, ni fin aunque es cierto que no estaba cuando el movimiento se estuvo desarrollando en el París de los años veinte. Pero eso no quita que estudiase a Picasso, a Matisse. Conoció y tuvo mucha relación con Miró, pero eso fue en los años cuarenta. Los movimientos europeos llegaron a España tarde: estábamos en la Posguerra.

–¿Y cómo vivió todo aquello?

–Sintió la incomprensión. Era difícil de entender lo que hacía. Sintió el fracaso general. Participó en el proyecto de “Dau al set”, que podría traducido como el siete del dado. Desarrolló su arte, además, bajo la influencia de Sigmund Freud.

–O sea, surrealista y psicoanalista.

–Pero no sólo. En su pintura está también el modo en que vivió su infancia. Su padre le abandonó cuando era muy pequeño. Le crió su abuela. Le castigaban el sótanos y desvanes. Cuando le encerraban en los sótanos se escapaba introduciéndose en ese universo mágico del que hablo.

–Le salieron monstruos como de Lovecraft.

–Eso fue en su última época. Murió en 1984. Entonces notaba que había un fino hilo invisible que separaba la cordura de la locura. Entonces comenzó a obsesionarse con la muerte. Le había pasado siendo niño: se le murió la hermana muy pequeño... así quese refugiaba en los misterios.

–¿Y cómo es que sale esta exposición?

–Yo tenía mucha relación con Mar Corominas, su viuda segunda. Y también con Sarah Sabine Ponç su nieta. Viajé a Barcelona. Siempre consideré que su obra es inquietante y asombrosa. Acordamos que era bueno dar a conocerlo al gran público. En la exposición del Niemeyer hay muchas obras inéditas, de Mar y de Sarah Sabine. Tuvimos algunas dificultades para organizar el montaje: hay obras de cuatro y de cinco metros.

–Habló antes de su relación con Dalí y con Miró. Parecen sus padres.

–Con Miró tuvo una relación buenísima. Ponç estuvo en Brasil prácticamente nueve años: de 1953 a 1962. Fue Miró quien le abrió las puertas. Llevaba cartas de recomendación y eso le ayudó a meterse en círculos artísticos, aunque los detestaba porque decía que en ellos se perdía la esencia de la creación. Pese a ello expuso en el Museo de Arte Moderno de Sâo Paulo. También tuvo relación con Marcel Duchamp.

–¿Ah, sí?

–Duchamp pasó también por Cadaqués. Decía que no se comportaba como un supergenio.

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