Entrevista | Samantha Hudson Cantante, estrena espectáculo en el Niemeyer

"No es que pretendiera que me excomulgaran por un vídeo, solo quería sacar un sobresaliente", dice Samantha Hudson

"Uno de los puntos fuertes del pensamiento de las nuevas generaciones es que nos concedemos el derecho a transicionar"

Samantha Hudson en una imagen promocional.

Samantha Hudson en una imagen promocional. / Saúl Fernández

Saúl Fernández

Saúl Fernández

La cantante Samantha Hudson (León, 1999) estrena nuevo espectáculo –"Piano Show"– el próximo día 30 (20.00 horas) en el auditorio del Niemeyer, en la clausura de la séptima edición del Festival LGTBI de Avilés. Atiende a LA NUEVA ESPAÑA por teléfono.

–¿Cómo van los ensayos de "Piano Show"?

–Estamos mi pianista y yo ahora con este nuevo formato que es entre "stand up comedy", medio monólogo, "spoken word". Estoy un poco armándolo, pero de momento puedo adelantar que será una especie de narrativa acerca de algunos tópicos importantes de mi vida acompañada de versiones de mis propias canciones y de algún tema también que puede ser bastante conocido. Recupero ese formato tan de hablar, más teatral, más yo sola ante el peligro, aunque soy una mujer todoterreno y eso no me preocupa. Sí, estrenamos este formato que dista un poco de los proyectos que estábamos haciendo, pero me hace bastante ilusión: creo que está quedando muy chulo.

–Es una especie de cabaret, por lo que creo entender.

–Sí, sí. Tal vez el cabaret tenga más sonido. Esto me resulta más minimalista: somos yo, el piano, las versiones y el público que ya veremos si está dispuesto a entregarme su devoción o si, por el contrario, se ha traído unos tomates en el bolso.

–Lo de echar mano de su vida para sus espectáculos viene desde el principio de los principios. ¿No?

–Sí, siempre me ha gustado hablar de lo que me sucede. Lo hacía a través de la música, quizás con un tono más satírico, manejando esa ironía que tanto me caracteriza, pero aquí, en "Piano Show", van a ser más partes habladas, más monólogos tal vez; con unos "looks" de caerte de culo y todo acompañado de un piano que no va a sacar exclusivamente un sonido al uso: es un sintetizador, así que...

–Como soy periodista y tengo que adjudicarle una etiqueta, un cargo. ¿Cuál le pongo? ¿Actriz, cantante, "performer"?

–Cantante mejor. Pienso que no hay nada que se me resista, que es la tónica general de los tiempos que corren –hoy en día todo el mundo es artista multidisciplinar–, pero la música es mi profesión principal, mi principal sustento económico; tan es así que es de lo que llevo viviendo prácticamente desde que comencé, allá por 2015.

–¿Y vive bien de la música?

–Depende. Si eres una chica con suerte, sí (se ríe). Si estás un poco a la intemperie y eres víctima de todas las injusticias de los algoritmos de las redes sociales y de los caprichos, no sólo de la vida, si no de la industria musical, puede resultar una tarea complicada. Mi proyecto musical no ha sido un camino de rosas, pero la verdad es que no me puedo quejar: me siento bastante agradecida. Ya llevamos dos años girando un espectáculo que luego reversionamos: "Liquidación total", que luego pasó a ser "Liquidación total por cierre", con un aire más electrónico. Ahora vamos a estrenar también un espectáculo en el Sónar y, paralelamente, tenemos el "Piano Show", que es un espectáculo que está dirigido a esos a los que les gusta ver a la Samantha de la verborrea infausta de la que tanto presumo.

–¿Cómo se puede crecer en el mundo del espectáculo si en su comienzo consigue la excomunión de Iglesia?

–Bueno, fue un buen comienzo. La parte más difícil de la carrera de una artista está en el principio, el arranque, ese pistoletazo de salida. Quizás antes había menos competencia: el "star-system" español estaba conformado por tres artistas que despuntaban mucho y tú tenías que luchar por hacerte un hueco. Ahora hay cuatrocientos y tienes que luchar para que, de esos cuatrocientos, a la que escuchen y vayan a ver sea a ti. Es muy fácil darse a conocer en el espectáculo, pero resulta muy complicado ser conocida. A mí me facilitó mucho las cosas que la iglesia católica metiera las narices donde no la llamaban y me excomulgaran. Esa campaña era, en principio, para cancelar mis números, pero al final consiguió el efecto contrario, la verdad. Y yo estoy muy agradecida.

–Ya, pero ¿cómo se supera una excomunión?

–Para una persona tan ambiciosa como yo las posibilidades son infinitas. No tengo ninguna expectativa, no es que pretendiera que me excomulgaran haciendo ese vídeo ["Maricón"]: sólo quería sacar un sobresaliente en el instituto y cumplir con los requisitos académicos que se habían impuesto en aquel momento, pero las mejores cosas llegan así, de repente, sin previo aviso, así que estoy abierta a nuevas sorpresas.

–Lo colgó hace siete años y ya va por los 600.000 visionados.

–Eso está muy bien. Nunca reniego de lo que he hecho. No es el mejor vídeo del mundo, pero apuntaba maneras. A día de hoy me siguen representando todas las letras que he escrito. No sé si actualmente lo volvería a hacer, pero porque no me gusta repetir, ni siquiera modelo. Si volviera a ser la Samantha de 16 años, lo haría otra vez.

–Tiene 300.000 seguidores e Instagram. ¿Cómo se come eso?

–No se crea que es algo muy indigesto, la verdad. Más bien todo lo contrario. Supongo que también la fórmula de mis redes sociales es ser natural y ser yo misma y eso, al final, te hace alcanzar estas cifras de espectadores que entienden, en bastante medida, lo que haces, las cosas que dices. Contra todo pronóstico, tengo más personas a favor que en contra, así que el tema de las redes sociales yo lo llevo con muchísima naturalidad.

–¿Qué piensa de los que cabrea con sus opiniones sobre la ley "Trans"?

–Me siento una persona no binaria, me identifico con los pronombres femeninos y soy consciente de que mis genitales están categorizados como masculinos y eso no me produce ningún tipo de disforia y no siento que vaya a cambiar de opinión, aunque a lo mejor sí. Uno de los puntos fuertes del pensamiento de las nuevas generaciones nos concedemos el derecho al cambio, que nos permitimos el lujo de transicionar.

Suscríbete para seguir leyendo