Mente sana

Disparar reproches a discreción

Echar cosas en cara de forma frecuente y el desgaste que esto ocasiona en cualquier tipo de relación

Marisol Delgado

Marisol Delgado

El uso de reproches está tan extendido que parece casi un mal endémico en nuestra forma habitual de relacionarnos. Hay quienes los justifican pensando que tener razón lo ampara todo. Hay quienes se ponen unas expectativas muy rígidas acerca de cómo creen que deben de ser y de funcionar los demás y se frustran a la mínima. Hay quienes simplemente los utilizan para, así, desahogar su dolor, su frustración, sus sentimientos de agravio. Juan Ramón Jiménez plasmaba ese desahogo en unos clarificadores versos: "Como el cansancio se abandona al sueño, así mi vida a ti se confiaba... ¡Y tú te desasiste, sorda y ciega a mi llanto y a mi anhelo y me dejaste desolado y triste, cual un campo sin flores y sin cielo!".

Sea por el motivo que sea, tiramos de lo fácil y muchas de nuestras interacciones con otras personas se convierten en un verdadero festín de recriminaciones –sin la elegancia de nuestro premio Nobel, desde luego–.

¿Para qué le vamos a manifestar de forma honesta, sana y asertiva a un familiar que algo no nos agrada pudiendo hacerlo con un afilado e hiriente reproche?

¿Para qué le vamos a pedir a nuestra pareja que nos escuche, que nos ayude o que nos acompañe si tenemos a nuestro alcance una nutrida y variada muestra de formas de echarlo después en cara?

¿Para qué vamos a dialogar tranquilamente con esa persona amiga acerca del favor que le hicimos (y que no nos agradeció como esperábamos) con la de dardos envenenados que podemos lanzarle?

El reproche es una forma de comunicación agresiva, que nos coloca como víctimas para que la otra persona se sienta culpable y haga los cambios que esperamos. Más, no nos engañemos, sabemos de sobra que, en las pocas ocasiones en las que nos sale bien, resulta tan solo un espejismo, un pequeño alivio a corto plazo. Es realmente difícil que alguien sostenga una conducta en el tiempo si su motivación procede de un "zasca" o de un "guantazo" por muy verbal que este sea. Lo más habitual es que el reproche vaya seguido de una respuesta de contraataque, un "y tú más" que retroalimenta el malestar y la bronca.

La experiencia muestra de forma contundente lo mucho que erosiona las relaciones el echar con frecuencia cosas en cara, lo mucho que daña a quien recibe este tipo de mensajes porque se acaba desmotivando, desgastando, saturando, bloqueando o agotando y, asimismo, lo mucho que daña también a quien los emite porque retroalimenta su malestar, entrando casi siempre en un bucle en el que no aprende a desarrollar otras habilidades más asertivas que sí suelen funcionar: expresar de forma honesta el propio malestar, pedir, negociar...

Que se nos escape alguna recriminación muy de cuando en cuando entra dentro de lo asumible –los seres humanos no somos infalibles–, sin embargo, quizá nos venga bien llevar a cabo un esfuerzo para desconectar ese "piloto automático" que, por acostumbramiento, nos convierte en temibles disparadores de reproches. Puede que nuestras relaciones interpersonales se vuelvan más sanas, con menos tensiones, con menos manipulaciones...

Suscríbete para seguir leyendo