Al final del milenio tuve ocasión de conocer a Juan Oliver Sánchez Fernández, quien andaba por Mieres concluyendo un trabajo de campo, serio y concienzudo, para determinar los rasgos que entonces tenía nuestra pequeña sociedad local. Después de un lustro de observaciones y entrevistas -desde 1993 a 1998- el resultado se plasmó en el libro "Trabajo, política e ideología en una cuenca minera", que no fue editado hasta 2004 por Siglo Veintiuno. Les recomiendo su lectura porque a medida que pasa el tiempo crece en importancia como documento histórico, ya que aunque han pasado pocos años de aquello, hemos cambiado tanto que en algunos capítulos nos cuesta reconocernos.

Mantuve después el contacto durante unos meses con Juan Oliver, volví a verlo y nos mandamos varios correos que se fueron espaciando hasta que dejé de saber de sus actividades, aunque supongo y espero que siga dando sus clases en el departamento de Antropología Social de la Universidad Complutense de Madrid, donde ya era un referente.

Cuando el profesor se encontraba finalizando su labor, Mieres pasaba aún de los 51.000 habitantes y sólo en Hunosa se empleaban todavía más de 8.700 mineros. Entonces se firmó el "Plan 1998-2005 de la Minería del Carbón y Desarrollo Alternativo de las Comarcas Mineras" y con él se inició el entierro económico de la Montaña Central, presidido por los sindicatos que registraban una afiliación cercana al 95% de aquella plantilla y acompañado por las hermosas coronas de las prejubilaciones.

El antropólogo tuvo ocasión de recoger magistralmente este momento, analizando el comportamiento en las actividades cotidianas y las relaciones sociales, las ideas políticas y hasta las creencias religiosas e ilustrándolo con cifras, datos y sobre todo las opiniones de los protagonistas, dando a la vez un retrato completo de una forma de vida que ya no tenemos, a partir de la estructura que sustentó durante décadas a esta villa, donde quienes no eran mineros trabajaban en el sector servicios para ellos.

Después de todos estos años ya contamos con otra investigación que actualiza aquella situación. Para el historiador llega en un momento oportuno, puesto que si el texto de Juan Oliver nos colocaba en el punto de partida de un proceso, ahora estamos viviendo justamente su final. Pero existe un pequeño problema que es indispensable solucionar: este último trabajo está escrito en danés y aún no ha sido traducido. Ahora se lo cuento.

Una tarde de este último invierno me llamaron desde el Ayuntamiento para preguntarme si podía entrevistarme con un grupo de estudiantes de una universidad nórdica que se encontraban trabajando en Mieres para contarles algo sobre nuestra historia. No me dijeron más detalles y fijé la cita en la Casa de Cultura para el día siguiente.

Fue una reunión agradable de casi una hora, con gente muy joven que traían preparado en un guión las preguntas en las que se suponía que yo podía servirles de algo. Preguntaron en su idioma, respondí en el mío y en el medio una profesora se fue encargando de traducir a uno y otro lado. Al terminar nos despedimos con los saludos de rigor y cuando se fueron caí en la cuenta de que no les había preguntado de dónde venían ni que iban a hacer con sus apuntes. Luego supe que otros mierenses también habían sido encuestados de la misma forma y llegué a la conclusión de que todos nos habíamos dejado llevar por la inercia y nadie podía añadir nada concreto. El caso no dejaba de ser curioso, pero fue pasando el tiempo y todo se olvidó.

Al llegar el verano, ya con más tiempo, volví sobre el asunto y a fuerza de buscar ya puedo ponerles nombre, apellido y motivos a los entrevistadores. Los primeros no los transcribo porque a mi teclado le faltan algunas letras imposibles del danés, en cuanto a los motivos, puedo decirles que se trató de un trabajo de campo encargado por el Departamento de Medio Ambiente y Cambio Social y Territorial de la Universidad de Roskilde, supervisado por el profesor Keld Buciek sobre el tema "Un estudio de campo de la cultura de trabajo de la minería española en la ciudad de Mieres".

Según los datos que se pueden leer en Internet la Universidad de Roskilde (conocida en Dinamarca como Roskilde Universitet RUC) se encuentra en el barrio de Trekoner, a las afueras de la ciudad de Roskilde, y es una institución progresista que no tiene empacho en declararse heredera de las revueltas estudiantiles del famoso mayo francés de 1968. Se fundó cuatro años después de aquellos acontecimientos y basa su sistema de enseñanza en el trabajo en grupo y la combinación de distintas áreas de conocimiento, dos guiones que siguió el equipo en su visita a Mieres.

En Roskilde las clases se imparten lógicamente en danés, aunque también se emplea a menudo la lengua inglesa; según Wikipedia su matricula supera los 8.200 estudiantes y en 2007 contaba con 893 funcionarios, de ellos 554 profesores, que se reparten por una cincuentena de edificios de todo tipos entre los que hay jardines con esculturas y dos lagos que ayudan a relajarse después del trabajo académico cuando el frío y la lluvia lo permiten.

Llama la atención que en un país tan alejado de lo tropical hayan elegido como logotipo de esta institución un coral y un lema en latín, que a mí me parece discutible: "Tranquillo mors, in fluctu vita", es decir, "en la calma la muerte, en la tempestad la vida", porque al parecer el coral necesita del movimiento del agua para oxigenarse y vivir y si no hay olas acaba muriendo.

El trabajo de los daneses es extenso, se indica en su prólogo que les ocupó desde el 19 de diciembre de 2014 hasta el 26 de febrero de 2015 y tiene 186 páginas incluyendo planos y fotografías que intentan resumir el ambiente del Mieres actual. Hay castilletes, pozos y edificios destacados; pintadas, mineros, ciudadanos de la calle; la placa en homenaje a Manolé y a los del 34 en La Villa y hasta un par de imágenes del Frente Tensión, los ultras del Caudal, que también fueron entrevistados como una representación más de nuestra sociedad, junto a políticos, sindicalistas y gentes de la cultura.

Ya les adelanté que estaba escrito en una lengua nórdica, así que no puedo ofrecerles más detalles que los obtenidos del resumen que siempre se exige para preceder estos escritos académicos y que en este caso sí figura en inglés, lo que facilita su traducción.

Los jóvenes estudiantes explican que han pretendido explorar en Mieres la cultura de clase obrera y la identidad de una ciudad construida exclusivamente alrededor de un tipo específico de trabajo, la minería del carbón, que en últimos años esta desapareciendo sin vuelta atrás, especialmente desde que en 2012 se cortó el 66% de financiación destinado a las explotaciones, ocasionando huelgas y protestas en la calle.

En nuestra villa -aclaran en la introducción de su trabajo- se dedicaron a buscar lo que queda de nuestra época más floreciente, no solo en los elementos patrimoniales, sino en la conducta de las gentes que hoy habitan este territorio y para ello realizaron un estudio de campo con un acercamiento inductivo, empleando una amplia variedad de métodos de estudio para la recolección de sus datos. Así, fueron observando la ciudad y entrevistándose con una amplia gama de personas que les podían aportar algún dato de su interés.

Los resultados de este trabajo sugieren que la herencia de la clase obrera que aquí se caracterizó por la lucha en defensa de sus derechos se está desvaneciendo y no se encuentra ya ni en la ciudad ni en sus trabajadores y tampoco ha dejado huella en su patrimonio, a pesar de que algún sector la sigue manteniendo a través de canales extraoficiales.

Al final parece que Mieres se ha convertido en un candidato fenomenal para obtener el premio internacional de la desidia y dentro de unos años quienes quieran estudiar nuestro pasado minero y sobre todo el sorprendente episodio de la revolución de octubre de 1934, con sus grandezas y sus miserias, tendrán que hacerlo en el extranjero. De momento no estaría mal que alguien con más autoridad que la mía se encargase de conseguir una copia traducida de la investigación de Roskilde. A ver que más nos cuentan los daneses.