Muros de Nalón,

Ignacio PULIDO

Corría el año 1913. Era víspera de la festividad de Nuestra Señora. Los vecinos de San Esteban de Pravia centraban todas sus atenciones en la visita de Alfonso XIII, que había acudido de «incógnito» al puerto acompañado por su esposa, Victoria Eugenia, y por todo un séquito. Horas antes, en una quintana del barrio de Reborio de Muros de Nalón, se había fraguado un crimen marcado por el misterio. Hermenegildo Álvarez Barredo, «Xilo», un anciano de 74 años de edad, había sido brutalmente asesinado. Su cadáver, mutilado, apareció días después en la playa que actualmente lleva su nombre. Entre los sospechosos de su muerte se encontraban su yerno, Joaquín Pevida, un periodista llamado Ramón Santos, y tres gitanos conocidos como «El Perro», «El Oso» y «La Mandilona».

Arantza Margolles Beran, licenciada en Historia por la Universidad de Oviedo y máster en Arqueología y Patrimonio por la Universidad Autónoma de Madrid, aborda este y 43 crímenes más acaecidos en Asturias entre 1900 y 1936 en su libro «El crimen de ayer». El volumen, editado por «La Cruz de Grado», será publicado a mediados del próximo mes.

«Xilo», un beato convencido, vivía en su casería acompañado tan sólo por sus vacas. Sus hijos habían emigrado a Cuba, donde vivían holgadamente. Por su parte, su hija, María, se había quedado en el pueblo, donde residía con su marido, Joaquín Pevida, supuestamente entregado a la holgazanería.

La visita real había generado bastante revuelo en el concejo. Tanto, que pocos prestaron atención a los quehaceres de «Xilo». Como todas las tardes, el día 13 acudió a rezar el rosario a la casa de su vecina. Lo que sucedió tras regresar a su hogar sigue siendo un misterio. A la mañana siguiente, su hija encontró una nota en la que el desaparecido se despedía e indicaba qué se debía hacer con sus ahorros y sus vacas. «María interpretó que se había suicidado», subraya Arantza Margolles. Sin embargo, un chocolate sin terminar de preparar y la leche de una jarra derramada en la cocina indicaban que el destino del viejo había sido bien diferente.

Apenas una semana después se produjo un macabro hallazgo en la playa de Veneiro, sita al este de Aguilar. A la entrada de una pequeña cueva fue hallado un torso descabezado y despernado metido dentro de un saco. Del mismo modo, a escasa distancia, aparecieron las piernas que le correspondían. El doctor José Argüelles y el médico murense, Filiberto Díaz del Riego, fueron los encargados de practicar la autopsia al cadáver. «Filiberto señaló que los restos pertenecían a Xilo. Los identificó tras reconocer sus manos gracias a la artrosis que sufría el finado», comenta la historiadora. La cabeza nunca fue encontrada.

La primeras sospechas recayeron sobre su yerno. «Se le acusaba de asesinar a Xilo para heredar sus propiedades», afirma Margolles. Sin embargo, Pevida contaba con una coartada. Había estado de jarana toda la noche en varias tabernas. Eso no lo eximió de ir a parar a la cárcel. Meses después, en noviembre, su esposa y la huevera, Emilia Fernández, acabaron también en prisión tras esconder ocho mil pesetas y dos monedas de oro pertenecientes al difunto. «No fueron halladas pruebas que inculpasen a ninguno de los tres», precisa.

La desconfianza comenzó a campar a sus anchas por Muros. Pronto se apuntó a otra persona como posible autor de los hechos. En concreto, se acusó a Ramón Santos, de 37 años y corresponsal del diario gijonés «El Noroeste». «El Carbayón», de Oviedo -de corte conservador- llegó a postular que el periodista, de ideas progresistas, se encargaba de administrar las cuentas del difunto. Santos negó la mayor; sin embargo, se le acusó de urdir un plan para apropiarse del dinero de Xilo y fue detenido. «Estuvo preso durante un año», señala la investigadora. No obstante, su culpabilidad nunca llegó a ser probada. Incluso, las conclusiones de la autopsia no se correspondían con esta versión, puesto que sostenían que el crimen había sido perpetrado, al menos, por dos personas.

En enero de 1915, la investigación dio un giro insospechado. Un gitano, apodado «El Perro», se presentó ante las autoridades para señalar que él, junto a su antiguo compañero de correrías, «El Oso», habían matado a Xilo. Ambos sobrevivían a base de pequeños hurtos cometidos en el bajo Nalón y se habían distanciado tras una discusión. «El Perro» indicó que el anciano murense estaba enredado por los engaños de una gitana de 30 años de edad, conocida como «La Mandilona», la cual era pareja sentimental de «El Oso».

Durante la noche de los hechos, la embaucadora acudió al domicilio del anciano. Desde un escondite, su compañero y «El Perro» seguían sus movimientos. «En su declaración, señalaron que la habían visto acceder a la cuadra con Xilo», subraya Margolles. En un ataque de celos, «El Oso» se abalanzó sobre el pobre hombre con el objeto de propinarle una paliza. «Supuestamente, se le fue de las manos y lo mató de un golpe en la cabeza», matiza la autora del libro. Con el objeto de ocultar tan horrendo suceso, descuartizaron el cadáver y lo lanzaron a la mar en la playa de Veneiro.

La prensa difundió la nueva versión. Apenas dos semanas después, los hijos de Xilo hicieron todo lo posible para detener la investigación. Temían que la imagen de su progenitor se viese dañada ante la opinión pública. Los gitanos fueron puestos en libertad. Por su parte, en 1917, Santos fue declarado inocente de los cargos que se le imputaban. Finalmente, el crimen fue olvidado por la justicia pero no por lo vecinos, que rebautizaron al arenal de Veneiro como playa de Xilo.