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Celso Peyroux

Se apagó la sonrisa de Solís

Tevergano ejemplar y hombre bueno, había participado en los encierros mineros de San Jerónimo

Qué emoción contenida había en los corazones del tanatorio. Dolor, empatía, recuerdos y lágrimas entre el nutrido grupo de familiares y amigos que dimos el postrer adiós a Solís (José Servando Solís Vallado). Afuera, mucho frío y un sol enlutado que iba recogiendo sus hebras en el Otero y dejando en sombras a la Vetusta de Clarín.

Se apagó la sonrisa de Solís

Eran las cinco de la tarde. “…Las cinco en punto de la tarde…”, como el llanto en versos que García Lorca dedicaba a la muerte de su amigo del alma, el torero Ignacio Sánchez Mejías, cuando su sangre se derramaba sobre la arena.

Se apagó la sonrisa de Solís

La cortina de la sala donde estaba su féretro cubierto por la bandera sportinguista y colmada de flores se fue deslizando tras el cristal, para ser trasladados sus restos al fuego sagrado y ser convertidos en polvo de estrellas.

Encontrarse a Solís por la carretera de Las Vegas apoyado en su bastón era una luz encendida para el resto del día. Hombre bueno, trato campechano, conversador ameno, llevaba siempre prendida de los labios una rosa roja que le había pintado su esposa Celia sobre un lienzo. Lo recuerdo de niño jugando al balón en la plazuela de Santianes, entre las caras negras de los mineros que entraban y salían en las bocaminas de La Cruz o se encaminaban al pozo de La Aragona. Y así fue como, siguiendo las huellas de su padre, se hizo un gran minero “arreando” galerías por un piso y, por otro, buscando con afán las vetas del carbón. Buen amigo y compañero solidario, dedicó su tiempo a luchar por la supervivencia de una empresa que iba en declive por la nefasta gestión de un empresario, de cuyo nombre no quiero acordarme. En la tercera planta, protagonizó, junto con diez compañeros los encierros de San Jerónimo, permaneciendo encerrados en el año 1988 durante veinticuatro días sin ver la luz del sol. Fueron ellos: Jerónimo, Cuqui, Luis Villabonel, Pepe Patona, Lito, Joaquín y los ya fallecidos: Laureano Cansinos, José M. Palacio, Manolo Camblor, Pepe Carrea y José Servando Solís.

Al tiempo que se celebraba el funeral en Santianes, comenzaba el partido del Sporting en El Molinón de Quini. Todos queríamos que ganara para dedicarle el triunfo a Solís. Así fue. La victoria del equipo rojiblanco y la llegada de Solís al mundo donde habitan los justos y la quintaesencia del alma. Al final de las palabras que el abad de la Colegiata le dedicó, el propio sacerdote gritó ¡Aupa Sporting! Siendo recibida su espontánea exclamación con un sonoro aplauso.

Paz y recuerdos, entrañable amigo. Regresas a un lugar muy cercano de la “Novena-Sur” donde nos encontramos por primera vez. Yo con mi cámara al hombro y tú con una barrena recién sacada de la fragua camino del tajo. Que la doncella del castillo y de la palma te acoja a su vera. “... Eran las cinco de la tarde...”.

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