No es una novedad: los uniformes vistosos, los colores de las banderas, los desfiles llamativos y sobre todo las canciones pegadizas siempre han sido un buen reclamo para hacer más atractivos determinados movimientos políticos. Pueden creerlo, existen sesudos estudios que relacionan el tirón que tuvo en su día, y desgraciadamente aún sigue teniendo, la estética con los movimientos de carácter autoritario. Vean sino la parafernalia de los nazis y sus imitadores, los fantásticos abrigos de cuero de las SS y los correajes que aún se venden como objetos eróticos, o los uniformes de Pinochet complementados con unas inquietantes gafas oscuras que hacen pensar en las maldades que imaginaba semejante individuo. Sin embargo Franco lo tuvo más difícil porque no era precisamente un Adonis y sus esforzados sastres nunca lograron disimular su barriga ni su falta de altura.

Ahora los gustos son otros, pero la idea sigue siendo la misma: los más violentos, en los extremos del arco ideológico, solo se diferencian en las insignias o las pegatinas pero llevan las mismas cabezas rapadas, cazadoras bomber, tirantes, botonas de cordón y pantalones de pescar; los nacionalistas vascos en cambio prefieren lucir pañuelos palestinos, el pelo cortado a bacinilla y aretes en las orejas y sus compañeras exhiben también unos peinados clónicos que se asemejan mucho a los de algunas monjas progresistas, lo que no es extraño porque en el fondo todas las religiones imprimen carácter.

Pero hoy toca hablar de música. No sé si conocen que actualmente los conciertos semiclandestinos en naves industriales se han convertido en un refugio para escuchar canciones, por llamarlas de alguna forma, con unas letras tan violentas que soy incapaz de transcribirlas aquí. Allí, entre mala leche y peor cerveza, se aprovecha para dar consignas a quienes son incapaces de leer un programa o escuchar una conferencia.

Y es que el empleo de la música como arma política no es nuevo. Los primeros que cayeron en su poder de atracción fueron los socialistas que aún antes de acabar el siglo XIX ya habían organizado su primer orfeón en Bilbao. Estaba destinado a amenizar todos los actos sociales o culturales que organizaban los colectivos de trabajadores y en su repertorio iban alternando canciones populares con himnos reivindicativos compuestos en muchas ocasiones por los mismos afiliados.

Dado el éxito que tuvo la experiencia no tardó en repetirse por toda España y rápidamente llegó hasta las cuencas mineras asturianas donde ya funcionaban las primeras agrupaciones obreras: el Orfeón Socialista de Mieres fue el primero, a finales de 1900 o principios de 1901, le siguió el de Langreo en 1903 y un año más tarde los de Turón y Figaredo, luego fueron sumándose otros y un ejemplo de que los dirigentes conocían su poder propagandístico está en el hecho de que hasta el mismo Manuel Llaneza compuso para ellos una canción. Fue muy pronto, antes de septiembre de 1906, un dato que conocemos porque en esa fecha marchó a hacer las Américas Jovino Álvarez, personaje clave en la historia musical de Mieres que también se encargó de ponerle música a aquella pieza para incluirla en el repertorio del Orfeón Socialista que dirigía en aquellos años con mucho éxito.

El Orfeón Socialista de Mieres, según Julio León Costales, ensayaba en el Centro Social del Polear y tenía un digno competidor en el que por las mismas fechas había organizado la Agremiación Católica, completándolo con banda de música y cuadro artístico, aunque como pueden suponer, el repertorio de cada uno y los escenarios en que actuaban se diferenciaban tanto como el Día del Corpus y el 1º de Mayo.

Ambos coros servían para ocupar el tiempo libre de sus integrantes aprovechando además para reflejar en sus letras el espíritu ideológico que los alentaba y adoctrinar a los asistentes a los conciertos en el ardor revolucionario o la fe cristiana, respectivamente. También existían en nuestros valles otras masas corales que intentaban estar al margen de estas cosas, aunque era difícil porque en muchas ocasiones sus impulsores eran los mismos, así el citado Jovino Álvarez, que se había estrenado como clarinetista en la Banda de Música dirigió también al Orfeón de Mieres, que por cierto, estaba integrado casi exclusivamente por mineros que cantaban a la vez en el coro socialista.

El equivalente en el Nalón fue siempre el Coro Santiaguín, formado en plena república y sacudido como el resto de las asociaciones culturales por la ruptura que supuso la Guerra Civil, aunque luego volvió en 1.946 cuando quienes llevaban la batuta eran las falangistas de la Sección Femenina y en los auditorios en vez de «Hijos del pueblo te oprimen cadenas y esa injusticia no pude seguir» se escuchaban cosas como «Con un puñado de sal y otro de canela en rama hizo Dios a José Antonio para que salvara a España».

El Coro de la Sección Femenina del Movimiento Nacional de Mieres se formó en 1944 adoptando como todos los de España el emblema del yugo y las flechas y teniendo como objetivo la recuperación y conservación del folclore regional, según lo dispuesto por Pilar Primo de Rivera, quien puso a sus dinámicas seguidoras bajo el patronazgo de Santa Teresa de Jesús, elección que explicó con este argumento: «Pensé que debíamos buscar apoyos sobrenaturales que vinieran en ayuda de nuestra limpia intención de servir».

Tampoco hará falta que les aclare que además de tan nobles intenciones una de sus funciones consistía en inculcar a las mujeres que lo componían las directrices dispuestas por el Régimen para quienes debían ser fieles esposas y buenas madres o en cualquier caso patrióticas solteras, aunque a la mayoría de las chicas estos asuntos se la traía al fresco.

Con la llegada de la democracia la Sección Femenina de Mieres pasó, como sus hermanas, a mejor vida y tras una breve existencia como Coro Femenino «Teodoro Cuesta», muchas de sus integrantes acabaron engrosando las filas del Orfeón, dejando para la historia los numerosos galardones obtenidos en toda clase de campeonatos y concursos regionales y nacionales.

Aunque tuviese una denominación política, el Coro Mixto de Educación y Descanso, fundado en 1951 por Luís Fernández Cabeza fue otra de las agrupaciones de la época, que sin embargo no destacó en este aspecto; su breve existencia concluyó en 1956 cuando se integró en la Masa Coral de Fábrica de Mieres constituida por una iniciativa del Conde de Mieres, en una época en la que la que las empresas se interesaban por dar a sus trabajadores algunas alternativas culturales y deportivas.

No se trata de hacer ahora un listado de las numerosas agrupaciones que llegaron a actuar por los escenarios de la Montaña Central, las hubo de carácter religioso o dependientes de instituciones educativas, otras fueron impulsadas por los capitalistas mineros y, desde luego, también existieron las absolutamente independientes que nacían del encuentro entre amigos con buena voz, pero si queremos completar las que tuvieron alguna relación la política tenemos que cerrar forzosamente con la Agrupación Coral de la Asociación Amigos de Mieres.

La Asociación, que merece un artículo aparte porque fue junto al Centro Cultural y Deportivo - que afortunadamente aún goza de salud- una de nuestras señas de identidad, surgió en el mítico 1968, seguramente influida por el mayo francés, con la finalidad de promover «el desarrollo de la educación, la ciencia, la cultura y el bienestar social de Mieres» y entre sus numerosas actividades estuvo la creación de este coro en 1973 que dirigido por Vital Pardo se presentó al año siguiente en el Pombo.

Amigos de Mieres destacó en los años de la transición como uno de los puntos de referencia de la izquierda asturiana y a su sala acudieron los conferenciantes más prestigiosos de la época, incluyendo a Gustavo Bueno que dejó aquí un recuerdo memorable de su sapiencia cuando aún no había perdido el norte.

En este ambiente su agrupación coral fue su mejor carta de presentación ante otras asociaciones de su misma cuerda ideológica hasta que se disolvió en el año 1977 y con ella se fue también una época en la que cantar bien era casi una obligación más de la militancia, aunque eso sí, seguramente la más agradable.