En 1910 se fundó el Sindicato de Obreros Mineros de Asturias, un aniversario que no va a pasar desapercibido ahora que se cumple justamente el siglo, también nació la CNT, que a pesar de la gran implantación que tuvo en otro tiempo en Gijón y La Felguera, casi no cuenta hoy con la infraestructura necesaria para celebrarlo con un acto público en nuestra región. Un año más tarde, en 1911, el SOMA se integraba en la UGT y los anarcosindicalistas celebraban su primer congreso en Barcelona, clausurado con la convocatoria de una huelga general que supuso la prohibición de la organización hasta 1914. Hoy vamos a contar como se desarrolló aquella huelga en las cuencas mineras.

1911 fue un año especialmente tenso y conflictivo en la Montaña central y estuvo marcado por la necesidad que tenía el recién nacido sindicato de Manuel Llaneza de demostrar tanto a los trabajadores como a los patronos que cualquier negociación laboral ya debería pasar por su mediación. Algunos historiadores consideran que este momento llegó tras el 1º de mayo, cuando se consiguió la readmisión de 34 mineros despedidos por haber faltado sin autorización al trabajo el día de la fiesta reivindicativa.

Al parecer, para evitar que los obreros pudiesen acudir a los actos convocados en aquella jornada, se mandó a los de «Baltasara» reparar con urgencia la maquinaría del lavadero del grupo, pero estos desobedecieron la orden obteniendo el apoyo de otros pertenecientes a «Mariana», sobre los que acabó cayendo la represión de la empresa. La movilización para que la sanción fuese anulada se hizo a todos los niveles: en los días inmediatos el paro se extendió hasta Langreo, en Mieres el Alcalde Vicente Fernández Herrero aceptó actuar como intermediario con la empresa; en Oviedo una comisión socialista se entrevistó con el Gobernador y hasta en Madrid Pablo Iglesias llegó a informar al presidente del Gobierno José Canalejas.

Finalmente, los patronos tuvieron que ceder a la petición, aunque eso sí, disimulándola como una gracia concedida con motivo del reciente fallecimiento de Ernesto Guilhou, el hijo del fundador y accionista mayoritario de la Fábrica de Mieres a la que pertenecían las explotaciones.

La afiliación del SOMA se multiplicó a partir de este momento entre los obreros de la empresa que hasta entonces venían respaldando a una agrupación local de carácter católico, pero los socialistas no podían bajar la guardia y en agosto llegó un nuevo pulso, esta vez en Hulleras de Turón, cuando el responsable de la sección local del sindicato fue despedido y la empresa rechazó negociar con Manuel Llaneza e incluso desoyó al Gobernador que se desplazó hasta el valle para intentar que el asunto no fuese más lejos.

Después de celebrar varias asambleas multitudinarias, el 11 de septiembre se declaró la huelga general en las cuencas del Caudal y del Nalón, y al día siguiente, por primera vez los trabajadores del coto de Comillas se sumaron a un paro. En las calles de las principales poblaciones de la Montaña Central, se registraron grandes manifestaciones de carácter pacífico, pero algunos incontrolados volaron con dinamita varios castilletes en Aller, un edificio de lampistería y el puente del ferrocarril minero que une Figaredo con el cargadero de Ujo, lo que impulsó a las autoridades a reforzar la dotación de la Guardia Civil y a traer compañías de soldados del Regimiento del Príncipe de Oviedo y de otros cuarteles de la Meseta.

El acuerdo llegó el día 14, tras la intervención, otra vez, del Alcalde de Mieres al que acompañaron en esta ocasión algunos diputados asturianos en el Congreso, el presidente de la Diputación e incluso el rector Fermín Canella, para entrevistarse con Llaneza y los suyos en la sede del Sindicato Minero y con los representantes de Hulleras de Turón en los locales de la empresa. Ya se habrán dado cuenta a estas alturas como en aquella época los conflictos laborales movilizaban a todos los sectores de la sociedad, pero el caso es que al fin se consiguió la solución salomónica de que el despedido volviese a la mina, pero no inmediatamente, para que todos pudiesen salvar los trapos.

Quedaba por resolver la espinosa cuestión de la Sociedad Hullera Española, donde se temía que los directivos del marqués de Comillas dispusiesen una sanción dura para que sirviese de ejemplo. En vez de ello, el ingeniero Manuel Montaves, hábil como nadie, tomó la sabia decisión de considerar que sus obreros no habían parado voluntariamente sino forzados por los marxistas y así se puso punto final al problema.

Pero ya saben que las cosas no son siempre como uno quiere, cuando parecía que todo estaba ya solucionado, surgió de manera imprevista un nuevo conflicto, convocado esta vez a nivel nacional y al que el nuevo sindicato no podía dejar de sumarse.

La CNT, que ya representaba a 30.000 afiliados había tomado en su congreso el acuerdo de declarar la huelga general revolucionaria como protesta por la continua sangría de hombres que suponía la interminable guerra de Marruecos y también para denunciar la brutal actuación de las fuerzas de orden público en la represión de una huelga de carreteros en Bilbao; poco después, la UGT también se había unido al llamamiento y al SOMA no le quedó otro remedio que demostrar que era capaz de movilizar a los mineros asturianos.

En Asturias, con la excepción de alguna pequeña empresa, la violencia se limitó a Gijón, donde hubo varios heridos por arma de fuego, y a las cuencas mineras, especialmente la del Nalón, donde ya estaban implantados los anarquistas, partidarios de la acción directa.

En Mieres, aunque no hubo incidentes, el paro fue total, incluso en el comercio; sólo abrieron las farmacias y algunas tiendas de comestibles y se mantuvo la conservación de los elementos imprescindibles en la Fábrica y los pozos; sin embargo Turón y Aller, con las heridas del último conflicto aún sin restañar, no se sumaron a la convocatoria.

En Langreo, la jornada del jueves 21 fue tranquila porque un fuerte aguacero ayudó a disolver las manifestaciones que intentaron formarse, pero aún así una bomba de dinamita destruyó una parte del puente del ferrocarril del Norte, cerca de La Felguera, interrumpiendo el tráfico durante 15 horas y obligando a las fuerzas del orden a custodiar todo el trazado. El viernes 22, con los ánimos más excitados, la tensión se disparó. Desde primeras horas grupos de obreros ocuparon calles y plazas y a las once y media de la mañana llegó a la villa por el correo del Norte una compañía de infantería acompañada por una sección de la Cruz Roja, causando la curiosidad de la población.

Por la tarde corrió el rumor de que los huelguistas iban a intentar interrumpir el servicio eléctrico y hacia las instalaciones se desplazaron fuerzas de la guardia civil a pie y a caballo, aunque eso no hizo desistir a un numeroso grupo de mineros que también se dirigieron al edificio de la fábrica de luz para paralizarlo. A las ocho de la noche sonó una fuerte detonación producida por una explosión seguida de otras por los montes de los alrededores y se inició un tiroteo tan nutrido que hubo que reforzar a la fuerza pública con una compañía de infantería mandada por un capitán. Los disparos y el lanzamiento de cartuchos en torno al edificio se mantuvieron hasta las once y cuando por fin llegó la calma se calculó que se habían tirado más de 200.

Además, la puerta de entrada de la citada fábrica se encontraba acribillada a balazos mostrando el peligro que había corrido la vida del teniente de la guardia civil que se encontraba dentro. Después, los mineros se dispersaron por Langreo donde la benemérita tuvo que realizar algunas cargas a caballo, luego, a medida que las calles iban quedando vacías se iniciaron los cacheos a los rezagados y a la mañana siguiente se habían practicado nueve detenciones.

A pesar de la violencia que sufrió Langreo, milagrosamente no hubo muertos como en otras partes de España y cuando los sindicatos decidieron desconvocar la huelga a nivel nacional, se aceptó de inmediato tras sendas asambleas en el monte de Castandiello y en Los Milanos, luego, tras una entrevista con el director de Duro Felguera José Monasterio, se consiguió la libertad de los detenidos y llegó la paz, aunque sólo por unos meses. Sin embargo en zonas como Aragón y Valencia, particularmente en Cullera, y la represión del gobierno fue muy dura.

En noviembre de 1912 el anarquista Manuel Pardiñas se tomaba la justicia por su mano matando al presidente José Canalejas mientras miraba el escaparate de una librería en la Puerta del Sol.