En 2001 y en el álbum de las fiestas patronales de San Xuan, Florentino Romero iniciaba la publicación de un trabajo sobre la historia de Fábrica de Mieres que se prolongó varios años repartiendo los capítulos en la medida que lo permitía la extensión que le dejaba cada cuaderno. En aquella primera entrega se trataba, como era lógico, de los comienzos de la industria en el Caudal, lo que se conoce como su época inglesa, porque ese fue el origen de los ingenieros que se acercaron en 1840 hasta el valle con el objetivo de estudiar sus posibilidades, una labor que se plasmó cuatro años más tarde en la creación de la legendaria «Asturian Mining Company».

Aquel grupo de pioneros británicos venía dirigido por los hermanos John y Edward Manby, de los que hasta este momento se conocían pocos datos, aunque Tino aventuraba la posibilidad de que perteneciesen al linaje de Aaron Manby, «gran empresario en mecánica y construcción naval en la localidad inglesa de Tipton, cercana a la ciudad de Birmingham».

El otro día, como cada vez que nos encontramos los dos, la charla derivó inevitablemente hacia la historia local, él me puso al día sobre las últimas curiosidades que había encontrado y yo hice lo propio, pero casi al despedirnos salió el tema de los dos ingleses y antes de irme me comprometí a buscar lo que pudiese sobre el asunto. Hoy les puedo decir que Romero acertó de pleno en su hipótesis y, como la familia Manby forma parte de nuestro pequeño panteón de hombres ilustres, les voy a contar alguna curiosidad sobre ellos.

Aaron Manby es un nombre conocido en la historia naval porque fue el que llevaba el primer barco de vapor de hierro que se hizo a la mar y fue bautizado así para honrar a su constructor, uno de los empresarios que hicieron posible la revolución industrial en Inglaterra, aunque parece que en el trabajo ya intervinieron sus hijos. Se hizo por piezas en la fundición Horseley, que éste tenía abierta en el condado de Staffordshire en el Reino Unido y desde allí fue conducido en trozos hasta Londres donde se procedió a armarlo en un dique del Támesis.

La idea del invento venía de un aventurero de la época, el capitán Charles Napier, que había pensado en las posibilidades comerciales que tendría una pequeña flotilla de estas características trabajando en el río Sena, y él fue quien lo llevó el 10 de junio de 1822 en su primer viaje desde Londres al Havre y luego hasta París, con pasajeros y un cargamento de linaza y de hierro. Su llegada a «a "ciudad luz» congregó a miles de curiosos y fue recogida por la prensa como un hito de la ingeniería.

El buque medía 36,6 metros de largo y 7 de manga contando el ancho de las ruedas de paletas que llevaba a ambos lados y que tenían un diámetro de 3,7 metros, podía desarrollar una velocidad de 15 kilómetros a la hora y desplazaba 120 toneladas. Tanto el diseño como la realización del proyecto se hicieron en el seno de la familia Manby y fueron un éxito porque, aunque la nave, y otras que la siguieron, como veremos más abajo, fueron vendidas a otra sociedad en 1830, estuvo prestando servicio hasta 1855.

Según recogen las crónicas, el casco del «Aaron Manby» jamás necesitó ninguna reparación a pesar de que encalló en varias ocasiones llevando su carga completa y sus buenos resultados transportando mercancías y también realizando viajes de placer, convencieron a sus propietarios de que la construcción naval era una buena opción para su economía, de manera que no tardaron en iniciar la construcción de otro buque similar, también con casco de hierro y grandes ruedas movidas con vapor al que aplicaron las pequeñas mejoras que habían deducido de la experiencia del primero.

El problema estaba en las leyes de navegación francesas que forzaban a construirlo dentro del país y por ello tuvieron que llevarlo hasta allí en trozos, lo que decidió a los Manby a abrir una pequeña fábrica de hierro en aquel país donde luego siguieron fabricando más buques para navegar en el Sena.

La nueva industria se ubicó en Charenton, en una zona de la región de la Isla de Francia donde ya existían otras factorías y acabó fracasando por causa de los movimientos revolucionarios que salpicaron Europa en aquellos años y de las desavenencias que surgieron entre los accionistas y la llevaron a la bancarrota en 1827. Aquel año las instalaciones se vendieron a unos capitalistas franceses que operaban en el río Loira, pero mientras estuvieron en manos de la familia fueron un lugar perfecto para que los hijos de Manby hicieran sus prácticas de ingeniería.

John había nacido en 1813 y su hermano Edward Oliver en 1816 y tras realizar sus estudios en el colegio Massin -según sus biógrafos-, comenzaron a trabajar en aquella fábrica parisina donde fueron adquiriendo experiencia en el mundo de la fundición del hierro, tras la quiebra volvieron de nuevo a otras fundiciones del País de Gales, Ebbw Vale y Swansea, en una zona famosa por las minas de carbón y las ferrerías de mediano tamaño, hasta que John decidió emprender la aventura española y pronto fue seguido por Edward y por otro hermano llamado Joseph, aunque éste eligió quedarse en tierras andaluzas, donde se asoció al francés M. Savaléte en otra empresa clave para el desarrollo económico de aquella zona: el tendido de la línea férrea entre Córdoba y Sevilla. Otro día les contaré como se produjo en esa compañía el contacto con otro de los apellidos claves en nuestra industrialización, los Loring, pero hoy el espacio apremia.

Las actividades de los hermanos ingleses en estos años se diversificaron en negocios tan diferentes como los ferrocarriles, los canales de irrigación, las fundiciones, las minas o las fábricas de gas, algunas de tanta importancia como la Sociedad Madrileña para el Alumbrado de Gas en Madrid en la que participó Edward Oliver en 1846 -dos años más tarde de que se fundase la Asturian Mining Company-, junto al británico William Partington y que acabaría convirtiéndose posteriormente en Gas Madrid.

Con respecto a su presencia en Mieres, después de comprobar sobre el terreno las posibilidades de la zona, los ingleses fueron registrando a su nombre aquellos lugares en los que veían posible la perforación de minas de carbón; entretanto, en 1842 se constituía en Londres la «Asturian Coal and Iron Company» que tenía entre sus objetivos la explotación de estos yacimientos y la creación de una fundición junto al Caudal sin ignorar que el mayor problema de este proyecto estaba en la dificultad de transportar los materiales elaborados hasta la costa para poder comercializarlos fuera de la región.

En aquel momento el ferrocarril empezaba a abrir una puerta hacia el progreso que los más audaces veían clara, así que con la experiencia que su hermano les aportaba desde Andalucía, los Manby apostaron desde su llegada a Asturias por este medio, sabedores de que la orografía del país hacía imposible cualquier otra alternativa.

La vía fluvial había fracasado en el Nalón y las carreteras eran inviables para una industria que quisiese ser rentable, no solo por el lamentable estado de los caminos, cuyo ejemplo más claro se veía ya nada más salir de Mieres en el paso de El Padrún, sino porque la tracción animal -la única posible- ya era un anacronismo en el mundo de los motores de vapor, de manera que después de estudiar el terreno no tardaron en plantear un trazado que debía seguir la ribera del Caudal hasta su confluencia con el Nalón para buscar luego el camino del puerto de Avilés.

Contaba Florentino Romero en el artículo que les he mencionado más arriba el rechazo que manifestaron los mierenses a este proyecto que suponía alterar sus fincas y hasta el cauce del río en algunos puntos, con el consiguiente riesgo de favorecer las temidas riadas que periódicamente invadían el valle, y como además se sabía que los ingleses no eran católicos sino herejes, levantaban toda clase de recelos entre la población que se dedicó a boicotear las señales de medición con las que los técnicos iban señalando el posible trazado. Finalmente, John Manby con la ayuda del diplomático John J. Kelly, vicecónsul del Reino Unido en Asturias desde 1831, fundó en 1844 la «Asturian Mining Company», aunque tuvieron que abandonar el proyecto del ferrocarril; además, los problemas financieros ahogaron desde el principio aquella empresa, pero esa ya es otra historia.

Edward Oliver Manby murió en 1864 y su hermano John en 1869, cuando hacía tiempo que la fábrica de Mieres había cambiado de dueños y los nuevos ingenieros se expresaban en francés. Los trabajadores, lejos aún de gran oleada de inmigrantes de otras regiones que estaba por llegar, seguían entendiéndose en asturiano.