Mieres del Camino,

C. M. BASTEIRO

Traductor, sindicalista y casi matrona. Las labores de Lito «el del Portofino» en Alemania, allá por los años 60, se multiplicaban. En su carné de identidad consta que su nombre completo es Manuel González Sánchez y que nació el 3 de abril de 1935 en Brañanoveles, «el pueblu más guapu de Asturias», dice orgulloso. Desde entonces, lleva a la espalda muchos kilómetros recorridos, muchas anécdotas guardadas y muchos recuerdos que no se pueden olvidar, para saber cómo pasó de ser un joven inmigrante en Alemania, para convertirse en un chigreru de referencia en Mieres.

De vez en cuando, en la Cafetería Portofino, Lito habla a sus clientes en alemán. Sabe que no lo entienden pero él insiste, para que no se le olvide ni una sola palabra. Trabajo le costó aprender el idioma, «iba a clase todos los días, dos horas, aunque trabajaba mucho», explica. Llegó a Alemania en el año 1963, cuando perdió su empleo en el Pozu San Luis. La razón para su despido fue que defendió sus derechos y los de sus compañeros, afirma.

No sentó bien y, casado y con una hija, se puso el macuto al hombro y partió rumbo a Alemania. «Yo caí de pie, la verdad, siempre me trataron muy bien», dice Lito el de Brañanoveles cuando recuerda su primer día en el país germano. Llegó a la estación de Vau Heiw, a pocos kilómetros de Frankfort, y se dirigió a la cantina. Allí encontró a otro español, que se convirtió más tarde en un gran amigo, y se enteró de que en un hotel cercano buscaban a un «chico para todo».

Empezó su estancia en Alemania trabajando en el hotel y solo, con su mujer y su hija en Asturias. «Yo, duru que juntaba, lo mandaba pa la mi neña», dice. Después de un tiempo, se hizo con otro empleo en la fábrica de Mercedes Benz, en el departamento de cuero «para hacer los coches más lujosos». Después de seis meses, su mujer y su hija se mudaron a Alemania, «pero la nena no se encontraba y volvió para Asturias», dice un poco apenado.

Echaba de menos a su hija, pero no decayó. Se convirtió casi en un embajador para todos los españoles que llegaban en busca de un futuro. Cuenta divertido que un día «una mujer española se puso de parto, ni ella ni el marido hablaban alemán, los probes lo pasaron fatal», hasta que llegó Lito «el del Portofino». Los ayudó a firmar el consentimiento de la cesárea y a que su comunicación con los médicos fuera fluida.

Mientras tanto, no dejó ni un día su labor sindicalista. Se afilió a un sindicato socialista y le dio un buen impulso afiliando a más de mil españoles que trabajaban en la Mercedes. En este punto, la conversación da un giro hacia la política local. «Conozco personalmente al nuevo alcalde de Mieres, que es un gran mierense y una buena persona» Y si Lito lo dice, es que lo siente de verdad. «Me acuerdo de mi padre y de mi abuelo, y se que los socialistas de ahora no son como los de antes».

Después de ocho años en Alemania, Lito volvió a Mieres. «Volví porque la nena estaba lejos, pero yo allí me encontraba muy bien, estaba muy bien mirao». Tuvo otra hija, se puso al frente del Mesón Séneca y montó una tienda de moda que tuvo que dejar, por enfermedad, después de cambiar el Séneca por la Cafetería Portofino. Son muchos años en el negocio y, además de atender en la barra, deja tiempo para estar al tanto de lo que se cuece en la villa.

De hecho, su cafetería está justo enfrente de la Casa Consistorial y, de vez en cuando, se convierte en cuartel general para los políticos y los periodistas que tienen un rato para tomar un café a media mañana. Entonces, la Cafetería Portofino pasa a ser «el bar de Lito». Tiene clientela fija porque los habituales saben que, mejor que en el Portofino, no los van a tratar en ningún sitio. Utiliza su prodigiosa memoria para saber qué «pinchín» prefieren sus clientes y siempre está atento a su clientela, menos cuando tiene que estar con su mujer o cuando alguna de sus hijas lo visita. «¿A qué son la cosa más guapa del mundo?». Vivió mucho pero, después de todo, sabe quedarse con lo importante: «Tengo una mujer maravillosa y dos hijas a las que quiero muchísimo, son mi vida, ¿Qué mas puedo pedir?».