Silvino Morán es uno de esos nombres que salen a relucir cuando se habla de la Guerra Civil en Asturias, aunque casi siempre se le trata con poco rigor, hasta el punto de que en publicaciones muy serias puede leerse que fue uno de los protagonistas del intento de fuga masiva que protagonizaron en Tazones centenares de combatientes que permanecieron huidos en nuestros montes tras la caída del Frente Norte. Pero eso nunca pudo ser por la sencilla evidencia de que aquel luctuoso episodio tuvo lugar el 14 de enero de 1939, cuando Silvino llevaba muchos meses muerto, ya que había caído durante una emboscada en la noche del 25 de noviembre de 1937 en una cabaña del puerto de El Rasón.

Cuando comenzó la contienda, nuestro hombre, minero y comunista, ya era un luchador conocido que había demostrado en la Revolución de Octubre su capacidad de mando, siendo juzgado en rebeldía por algunos sucesos que saltaron después a la prensa nacional. En aquel momento pudo escapar de la prisión que sufrieron muchos de sus compañeros y se exilió en Francia, donde permaneció hasta que la victoria del Frente Popular en las elecciones de febrero de 1936 trajo la amnistía para todos los encausados por la insurrección obrera.

Como es sabido, pocos meses después, una parte del Ejército apoyado por la Iglesia y los partidos de la extrema derecha se levantó contra la legalidad republicana. La respuesta popular consistió en organizarse en milicias para defender las libertades que se habían conseguido en aquellos años convulsos. Silvino Morán se sumó desde el principio a aquel proyecto de militarización integrándose en el Comité de Guerra de Aller como paso previo para formar su propio batallón, a la vez que acudía a formarse en la Escuela de Infantería que funcionó en Gijón entre el 18 de marzo y el 7 de septiembre de 1937.

Allí se impartieron cursos que duraban un mes para los tenientes y capitanes, pero también se ofrecieron varios cursillos de especialización para los comandantes. El combativo minero acudió al segundo de ellos formando promoción con otros jefes que también pasaron a la historia por haberse destacado en la defensa de Asturias.

La valentía del Batallón 241 se hizo famosa en toda región, a pesar de que dejaron en contadas ocasiones su campo de acción, que estuvo centrado en la defensa de las entradas al concejo allerano por los pasos montañosos que lo unen con la Meseta. Lógicamente, sus enemigos no compartían esta opinión y extendieron la idea de que los milicianos de Morán no eran más que una banda de asesinos a los que se acusaba de no tener piedad no solo con sus contrarios sino también con sus aquellos compañeros que, desesperados por la dureza de los combates y el frío de los puertos, intentaban abandonar las líneas y volver a casa.

En mayo de 1937, el Batallón ya se había destacado en un ataque sobre Lillo para proteger a la avanzada republicana obligada a retirarse por falta de munición cuando los franquistas iniciaron el contraataque para recuperar las posiciones que les habían ocupado. A principios de junio aquella tropa ya contaba 87 muertos y aún quedaban las durísimas batallas del verano en el puerto de San Isidro y del otoño en Peñas Blancas, donde las bajas llegaron al 50% de los hombres.

En octubre, Belarmino Tomás y su «heroica» cohorte se rodearon de hombres bien armados para proteger su huida de Asturias, abandonando a su suerte a milicianos y civiles que pronto empezarían a llenar las negras fosas del fascismo; mientras tanto los verdaderos luchadores aún sabiendo que la derrota ya era inevitable se negaron a rendirse. Entre ellos estaba Silvino Morán, que aguantó hasta donde pudo, a pesar de que solo contaba con 443 fusiles para 459 milicianos.

Finalmente sucedió lo esperado y cuando el Frente Norte se desplomó, cada uno buscó refugio como pudo. Silvino, junto a su esposa Asunción, su cuñada Elvira y tres compañeros decidieron huir y permanecer unidos en aquellas montañas que conocían como la palma de su mano. Dos de aquellos hombres eran Ángel de Misiegos y su hijo Dionisio, que solo contaba 17 años, del tercero desconocemos su nombre pero no su actuación: en la madrugada del 25 al 26 de Noviembre de 1937, mientras todos dormían en una cabaña de El Rasón, abandonó en silencio la guardia que le habían encomendado para permitir que una partida falangista atacase al grupo por sorpresa disparando sus armas a discreción.

A pesar de su fuerte resistencia, los tres hombres cayeron, Silvino de un disparo en la cabeza y los otros dos acribillados, y las mujeres resultaron heridas, pero en vez de ser rematadas como entonces sucedía siempre en casos similares, fueron conducidas al hospital, juzgadas más tarde y condenadas a cumplir una larga pena en la prisión de Saturrarán, creada por una orden del día 29 de diciembre en el límite entre las provincias de Guipúzcoa y Vizcaya para acoger principalmente a muchas asturianas que ya no cabían en los saturados establecimientos de nuestra región.

La muerte de Silvino Morán fue utilizada por el franquismo desde el mismo momento en que se produjeron los hechos y su cadáver fue bajado en una carreta hasta Moreda para ser expuesto al público en el Casino de la localidad, igual que se hacía con los trofeos de caza mayor, donde pudo ser visto por la mayor parte de la población. El 3 de diciembre de 1937 el diario La Nueva España de la época, que afortunadamente solo comparte con el que ahora tienen ustedes en sus manos la misma cabecera, informaba a sus lectores del hecho, convirtiéndolo en una acción heroica.

Aquella crónica titulada «Brava hazaña de los falangistas de Nembra» se abría con el recuerdo de los famosos y desgraciados hechos que habían ocurrido en aquel pueblo durante la Revolución de Octubre, volviendo a la memoria uno de los episodios más sangrientos de aquellos días que incluyó el ensañamiento con varios católicos a los que «después de martirizarlos de manera inverosímil, les hacían la misma operación que el matarife emplea para sacrificar y sangrar a un cerdo, también algunas mujeres en su canallesca labor, recogían la sangre de los mártires en cubos y decían: ¡Estos no gruñen como los cerdos!».

A pesar de ello, según el periodista, la mayor parte de la población de Nembra era religiosa y cristiana y muchos de sus jóvenes habían pedido el ingreso en FET y de las JONS «para luchar por Dios y por España» destacando en la captura de «criminales y asesinos marxistas» y en la vigilancia de los movimientos de Silvino Morán, al que se calificaba como «contrahecho», a pesar de que medía 1, 85. Así supieron el día 24 que su cuadrilla se había hecho con dos vacas que pastaban en los alrededores y decidieron salir en su busca, a pesar de que la munición de la que disponían era tan escasa que -siempre siguiendo aquella información-la mayor parte de los falangistas solo llevaban tres cartuchos para el fusil «Lebel» que portaban.

Después de pasar el día 25 en el monte y sin comida, los perseguidores se dieron cuenta -efectivamente en la madrugada del 26- de que un sujeto vigilaba una cabaña de El Rasón y que al descubrirlos avisaba a quienes estaban en su interior. Entonces comenzó el fuego por ambas partes, que duró aproximadamente una hora, hasta que pudieron ver como se escapaba un herido, por lo que cercaron la construcción devolviendo las bombas de mano que les lanzaban desde dentro hasta que acabaron matando a los tres hombres hiriendo a las mujeres que los acompañaban.

Hasta aquí la versión de la Nueva España que destacaba la actuación de tres falangistas: el jefe Candido Alonso Alonso, Gregorio Velasco González y Luis Rodríguez Lobo, quien había recogido varias de las bombas volviendo a lanzarlas inmediatamente contra los huidos. Todos los perseguidores se repartieron las mil pesetas que el general Aranda había ofrecido por la cabeza de Silvino Morán.

Como vemos, hay algunos puntos poco claros en esta versión, como la contradicción de que con tan pocas balas se pudiese mantener un tiroteo tan largo e intenso, el hecho de que un hombre herido hubiese podido librarse de aquel cerco sin ser capturado, la desaparición del encargado de vigilar la cabaña, o -como ya hemos dicho- el hecho de que a las dos mujeres se las respetase la vida.

El caso fue que Silvino Morán a sus 30 años ya se había convertido en un mito y cayó aquel día llevando entre sus pertenencias, según se supo, un diario de guerra que quedó en manos del Gobernador Militar de Asturias. Si el rumor fuese cierto, este documento podría aportar una información fundamental para el conocimiento de lo sucedido en los últimos días de la Guerra Civil en Asturias, aunque cada vez tengo más sospechas de que a las autoridades de ambos bandos les interesó más contar sus respectivas versiones que afrontar la vergüenza de sus comportamientos y a sus herederos políticos aún les espanta aceptar que hay una verdad que no coincide con la suya.