Hace pocos años Estados Unidos desclasificó los documentos secretos elaborados por su embajada española en el periodo franquista. Entre ellos se encontraban los correspondientes a la llamada los «Lópeces» -Laureano López Rodó y Gregorio López Bravo-, miembros de lo que entonces se conocía como una familia política, ya que los partidos y tendencias estaban prohibidos por el Régimen. Los dos eran además miembros del Opus Dei, una organización ultra-religiosa, que aún sigue luchando por mantener su poder en el nutritivo espacio del integrismo católico que le disputan ahora otras corrientes más modernas en la forma, pero con su mismo fondo.

Los «Lópeces» eran considerados tecnócratas, un término que también ha vuelto a tomar actualidad y que identifica a aquellos políticos que se guían por su formación técnica en vez de seguir una ideología. Eso fue precisamente lo que convenció a Francisco Franco para dejar en sus manos el área económica de los gobiernos desde el Plan de Estabilización de 1959 cuando la Falange se convirtió en un estorbo ante la necesidad de abrirse al exterior y la imagen de España tuvo que cambiar los bigotillos de posguerra y las camisas azules por la raya en el pelo y los trajes cruzados.

Y en esto de la elegancia López-Bravo resultaba un maestro. «Lolo», como le llamaban los más cercanos, andaba siempre impecable y tenía un estética muy parecida a la que lució años después Adolfo Suárez con tan buenos resultados; además, según los americanos, era «un maestro en el dominio de los engaños políticos, incluido el uso de las generalizaciones fáciles» y tenía «la capacidad de llegar lejos con declaraciones contradictorias, adaptando su discurso para satisfacer a su audiencia en cada momento».

En 1962, cuando aún había cumplido los 40 años, fue nombrado Ministro de Industria y se propuso conocer de cerca los principales focos industriales del país para proceder a su modernización y lavar la cara a las relaciones de producción para ponerlas al nivel que exigía el neocapitalista internacional. Así se hizo inevitable su presencia en las cuencas mineras asturianas.

En el programa de actos que diseñaron las autoridades regionales para la visita prevista en octubre de 1964 el plato fuerte fue el Pozo Polio, el preferido por el Consejo de Administración de Fábrica de Mieres, que había decidido su explotación cuando las capas de la histórica Baltasara empezaron a evidenciar su agotamiento. Hasta allí se desplazó el distinguido y eficaz ministro acompañado de los próceres del momento.

En Polio se había empezado a trabajar en julio de 1962, primero con el método tradicional de tajos escalonados y martillo picador, aunque desde febrero de aquel 1964 se había introducido un sistema moderno de mecanización con ariete que convivía con el antiguo, una combinación con la que un trienio más tarde se iba a alcanzar una producción anual de 370.000 toneladas. Era por lo tanto una especie de pozo modelo de ejemplificaba lo que el Régimen andaba buscando.

Su historia ilustraba a la vez un esfuerzo que debía ser reconocido por todos. El proyecto inicial incluía la profundización de un pozo maestro dedicado a la extracción del mineral y otro auxiliar, a 35 metros de distancia, pensado para recibir los materiales y rellenos necesarios para completar las labores, ambos debían alcanzar una hondura de 606 metros y albergar 9 plantas y fueron equipados con las técnicas más avanzadas del momento.

La profundización, iniciada en noviembre de 1954, se había tenido que paralizar unos meses por su alto coste y las dificultades del suelo, pero finalmente se logró concluir y junto al pozo se levantó también todo el conjunto de instalaciones complementarias que necesitan las minas: talleres, cuartos de aseo, salas para compresores, plazas para el depósito de materiales?

Se trabajó duro para que el día de la visita todo saliese perfectamente, pero parece que la mala suerte se conjugó para que no fuese así. Aquella mañana, y sin que en principio estuviese relacionado con aquel acto, el relevo no entró a trabajar, parando por sorpresa como venía ocurriendo frecuentemente en aquel año, especialmente convulso y caracterizado por una conflictividad inusual.

A pesar de ello, el programa se mantuvo y el Ministro de Industria llegó hasta el valle acompañado por el Director de Minas, el Presidente del Consejo de Fábrica de Mieres y un nutrido séquito. Se hicieron la foto de rigor esperando la jaula y luego descendieron airosos, para encontrarse con la sorpresa de que a la hora de la salida se les dijo que no podían hacerlo. Hubo un momento de confusión ante la posibilidad de que el bloqueo obedeciese a una acción de los huelguistas, pero pronto se aclaró que lo sucedido se debía a una avería de la máquina de extracción.

Después de más de media hora de espera y tensión, los visitantes volvieron a ver la luz de la superficie y la comitiva abandonó apresuradamente el lugar, ya que don Gregorio aún tenía que cumplir con otros compromisos en las Cuencas Mineras. El 10 de octubre, el semanario Comarca informaba de la visita en su portada, aunque siguiendo la norma de aquellos años, lo hizo evitando cualquier referencia al episodio de la avería y por supuesto sin mencionar la huelga:

«Son muy sintomáticas y halagüeñas las recientes y frecuentes visitas ministeriales a nuestra región. El miércoles estuvo en nuestra villa el señor López Bravo, con el gobernador civil y jefe provincial, los señores Posada Cacho, Targhetta Arriola, Arroyo Arroyo, delegados provinciales de Trabajo y de Sindicatos, jefe de la Jefatura del Distrito Minero y otras jerarquías. Se dirigieron a la explotación de Polio donde fueron recibidos por el señor Loring, presidente del Consejo de Fábrica. También estaba allí el alcalde de Mieres y los jefes del grupo minero. En unión de las autoridades y personal de empresa bajó al pozo hasta la tercera planta, enterándose del sistema de trabajo, rendimientos y condiciones de la mina. Una vez terminada la visita al interior, el señor ministro se reunió con el Jurado de Empresa con el que sostuvo una cordial y prolongada entrevista, escuchando a los productores con visible interés y cariño sobre diferentes cuestiones. El ministro de Industria y acompañantes siguieron luego viaje para visitar asimismo las instalaciones de Hulleras de Veguín-Olloniego?».

Es imposible no reparar en el lenguaje que se emplea en el último párrafo para referirse a los términos del encuentro. En primer lugar, el político se entrevista con los «productores», un eufemismo que evita utilizar palabras tan subversivas como obreros o trabajadores, pero lo más llamativo es el recurso al cariño. Es difícil imaginar ahora un titular en el que se diga que el Ministro de Trabajo ha recibido con cariño a los líderes sindicales, o que un empresario ha escuchado cariñosamente las reivindicaciones de sus empleados, ya ven como hemos cambiado.

En la Montaña Central hubo quien achacó el incidente del Pozo Polio a la fatalidad que en alguna ocasión acompañaba a Gregorio López Bravo. Lo cierto es que si analizamos el resto de su carrera, sí parece que tuvo cierto gafe y que este le siguió hasta la muerte. Dentro del estrecho margen que consentía el Régimen, mantuvo siempre sus opiniones. Se opuso a las posturas radicales del Almirante Carrero Blanco, quien seguramente hubiese sucedido al dictador de no haber volado por los aires en diciembre de 1973, e incluso sugirió a Franco el indulto por el proceso de Burgos, posibilidad que este rechazó ante el temor de que pudiese interpretarse como una debilidad.

En 1969, su gobierno resultó afectado por el escándalo Matesa, pionero en la corrupción endémica que vivimos hoy, pero pudo salir sin mancha y cambió su ministerio por el de Asuntos Exteriores consiguiendo mejorar las relaciones de España con la Unión Soviética.

Con la llegada de la democracia figuró en la terna que se propuso al Rey para elegir presidente del Gobierno, junto a Federico Silva y Adolfo Suárez, siendo desbancado por este último, con el que ya había tenido enfrentamientos personales; también fue diputado por Alianza Popular hasta que renunció al escaño como protesta por la entrada en vigor de la Constitución. Finalmente, el 19 de febrero de 1985 el vuelo 610 de Iberia en el que viajaba, se estrelló contra una antena de televisión en el monte Oiz, cerca de Bilbao, cuando efectuaba la maniobra de aterrizaje y su cadáver nunca se pudo identificar.

Por su parte el Pozo Polio se integró en junio de 1967, junto al resto de las minas de Fábrica de Mieres, en la flamante Hulleras del Norte S.A. (Hunosa) y tras una larga agonía también pasó al descanso eterno a finales de 1992. En este caso sí sabemos donde están sus restos, aunque algunos darían cualquier cosa para que su recuerdo y el de la historia del carbón asturiano se enterrasen definitivamente.