Brigadier y manigua. Dos palabras que suenan muy bien aunque signifiquen cosas que no son tan dulces. La primera indica una categoría militar ya desaparecida, que estaba inmediatamente por encima de la de coronel y su equivalente sería hoy un general de brigada. Manigua por su parte es el nombre que reciben en gran parte de Centroamérica los terrenos pantanosos o cubiertos de maleza que se encuentran lejos de los núcleos habitados, y también hay que decir que en la República Dominicana el término se aplica a una determinada práctica sexual, pero no es el caso.

Nuestro brigadier se llamaba Baldomero Barbón Areces, aunque en los años en que queremos situarnos, los últimos del siglo XIX, aún no había alcanzado esa graduación y su manigua estuvo en Cuba cuando faltaban unos meses para que la isla dejase de ser española y la sangre de nuestros soldados se repartía entre los machetes de los independentistas y los picotazos de los mosquitos, que seguramente eran aún más peligrosos y causaban más víctimas.

Por resumir sus primeros años en un párrafo, debemos anotar que fue uno de los ocho hijos del matrimonio lavianés formado por María Areces y Agustín Barbón. Su padre había sido sargento de la Guardia Civil y jefe de puesto en el pueblo leonés de Villadangos, donde él nació en junio de 1854, aunque nunca perdió su relación con la montaña asturiana.

Siguiendo la vocación familiar, Baldomero se alistó muy pronto en el arma de Infantería y antes de cumplir los 20 años ya tenía mando como alférez en Valladolid. Con su ascenso a teniente pasó a Astorga y luego a Madrid, hasta que entró en combate en 1874 participando activamente en la represión de las partidas que se habían alzado en Aragón por el pretendiente carlista.

Por los méritos de aquella campaña fue nombrado capitán en octubre de 1876, luego llegaron unos años de paz y con ellos la demostración de que a veces es preferible combatir a un enemigo armado que pelear contra la burocracia.

Baldomero Barbón Areces ejercía su mando en el Cuerpo de Seguridad de Madrid cuando en enero de 1891 fue ascendido a comandante, lo que le trajo un problema inesperado. Hace unos años les diría que eran cosas de la época del caciquismo, pero ahora desgraciadamente este tipo de embrollos vuelven a ser frecuentes, así que me limito a exponérselo porque a lo mejor conocen ustedes algún caso reciente que se le parece.

Sucedió que en el momento del ascenso el país atravesaba una mala racha económica y se decidió aplicar lo que ahora llamaríamos "recortes" para algunos ministerios. La mala suerte quiso que la Ley de Presupuestos suprimiese la plaza de comandante para la Seguridad madrileña con lo que Baldomero se vio obligado a seguir ejerciendo como capitán con la gratificación correspondiente hasta que se resolviese la cuestión. Fueron pasando los meses y se confirmó la imposibilidad de contar con aquella plaza en la plantilla del personal; como el Ministerio de la Guerra, se oponía a que los Jefes y Oficiales del Ejército desempeñasen empleos inferiores a los de su graduación militar, el capitán Barbón se quedó cesante sin comerlo ni beberlo.

No sé si este lamentable episodio pudo influir en la decisión del militar o si fue simplemente que le tiraba más la acción que los despachos, pero cuando la guerra de Cuba volvió a reproducirse, decidió que su estrella de comandante brillaba más en el campo de batalla y se embarcó en Cádiz rumbo a La Habana con el batallón de San Fernando para luchar en todos los frentes de la isla. Primero en la parte oriental, luego en el otro extremo, recibiendo por igual medallas y balazos, que engrosaron su historial de valor.

El día 30 de abril de 1896, un nutrido destacamento español mandado por el brigadier Suárez Inclán fue sorprendido en una emboscada en la localidad de Cacarajicara, provincia de Pinar del Río por 175 hombres del 6º Cuerpo del Ejército Libertador mandadas por el legendario independentista Antonio Maceo. El combate fue durísimo. Los fusiles dejaron paso al cuerpo a cuerpo y los machetes sin que la victoria se inclinase por ningún bando, hasta que después de 48 horas de enfrentamientos pudo llegar hasta el lugar un refuerzo con otros 150 cubanos bien armados que pusieron rápidamente el punto final a su favor.

El parte oficial de víctimas es el mejor resumen de lo que ocurrió: los españoles tuvieron 87 bajas, entre ellas 13 muertos de los cuales dos eran oficiales. Los cubanos tuvieron cinco muertos y 13 heridos, por su parte la actuación de Baldomero Barbón rozó lo heroico y se cerró con una herida grave en el brazo derecho y una Cruz con distintivo rojo al mérito militar -la segunda que recibía y que no sería la última-, una combinación que, siguiendo la lógica militar, le ayudó a dar otro salto en el escalafón para convertirse en teniente coronel.

En octubre ya se había recuperado y volvió otra vez a dirigir a sus soldados de un punto a otro de la isla, unas veces adentrándose en la manigua y otras en barco para trasladarse rápidamente a los enclaves costeros. Estando en combate le llegó la noticia el 7 de diciembre de la muerte de Maceo "El Titán de bronce". Más tarde sabría que en Asturias este acontecimiento se había celebrado echando las campanas al vuelo, aunque para él apenas supuso ningún cambio en su rutina militar.

Dicen sus biógrafos que solamente en 1897 participó en más de 50 combates y la misma tónica llevaba en el año del desastre, el nefasto 1898, cuando le tocó asistir como testigo y protagonista al capítulo que apeó a España del vagón de primera clase en el tren de la historia y que a él le supuso el ascenso a coronel por su valentía.

El 1 de mayo la flota del pacífico de Estados Unidos había destrozado a la española en la batalla naval de Cavite, en la bahía de Manila, con lo que el dominio sobre las Islas Filipinas tenía las horas contadas; justo un mes más tarde, en la noche del 2 al 3 de junio, los yanquis fracasaron al intentar bloquear la entrada a la bahía de Santiago de Cuba hundiendo en ella uno de sus barcos, pero la presión sobre la ciudad hizo necesario que las tropas españolas se concentrasen en su defensa.

A finales de mes, Baldomero Barbón, a las órdenes del coronel Federico Escario, salió con sus hombres del batallón de Alcántara desde la posición de Manzanillo para dirigirse a marchas forzadas hasta las proximidades de Santiago, atravesando casi doscientos kilómetros por una ruta que incluye las estribaciones de la mítica Sierra Maestra.

Llegaron en unas condiciones lamentables, pero a tiempo para asistir al desastre naval del 3 de julio que fue mucho más que una derrota militar y cambió la forma de verse a sí mismos de los españoles. Aún así y sabiendo que todo estaba perdido, Barbón resistió varios días sin provisiones ni medicamentos el bombardeo de los cañones norteamericanos y los envites de su infantería hasta que llegó el momento de la rendición. Tras la derrota, el 18 de agosto, nuestro hombre pudo regresar definitivamente a España en uno de los barcos fletados por la compañía del marqués de Comillas, trayendo con él a su hermano, gravemente enfermo como tantos otros soldados. El capitán Gregorio Barbón iba a fallecer en un hospital gallego a los pocos días de haber desembarcado.

En sus últimos años desempeñó cargos de importancia para el Gobierno, fue gobernador militar de la provincia de Huesca, y en 1908 logró su último ascenso. El brigadier Baldomero Barbón Areces murió, cuatro años más tarde, en Santander, dejando uno de los expedientes más brillantes del Ejército español. En el concejo de Laviana algunos vecinos llevan con orgullo sus mismos genes.