La tecnología hace que para el historiador cada día sea más fácil encontrar documentos de interés que hasta ahora habían permanecido camuflados entre montones de legajos; unas consultas que antes requerían mucho tiempo y costosos desplazamientos. Mi amigo Leo Sáez, rastreador incansable de las cosas de Ujo, ha dado en su búsqueda con la información sobre un suceso interesante ocurrido en Mieres, en septiembre de 1808, que yo nunca he visto recogido en las publicaciones sobre la Guerra de la Independencia en Asturias.

Se trata de un alboroto provocado en Mieres por varios soldados de la división que estaba destacada en el puerto de La Cubilla, y que ahora podemos conocer gracias a la documentación que envió poco después la Junta de Provisiones de esta villa a la Junta de Asturias, junto con las declaraciones de los testigos de aquellos hechos. Un suceso que tiene su importancia porque está relacionado con el motín que pocos días más tarde congregó en Oviedo a una muchedumbre armada contra la misma Junta Suprema con la exigencia de que se nombrase un representante del pueblo con voz en ella, y que pudo haber tenido graves consecuencias.

La primera denuncia fue firmada por los principales afectados: el párroco de Mieres don Nicolás Ramón de Sama; el presbítero José Sampil, quien como seguramente recordarán ustedes fue capellán, apoderado y amigo de Jovellanos, y su hermano Santiago Sampil, integrantes de la Junta de Provisiones de Mieres, que se encargaba del abastecimiento de las tropas que defendían los puertos del Conceyón de Lena.

En el escrito leemos como alrededor de las diez y media de la noche del día 8 de aquel mes, cuando estos señores ya habían concluido sus tareas y se encontraban descansando en sus respectivos domicilios, se oyeron en distintos puntos de la población unas voces altas y repetidas alternativamente con mueras a la Junta y a los "señores y traidores", junto con otros insultos propalados por una gavilla de soldados entre los que había algún sargento del Batallón de La Cubilla, que mandaba don Francisco Bernaldo de Quirós.

Después, el griterío fue subiendo en intensidad y los folloneros se dirigieron hacia las casas del párroco y de los Sampil haciendo mucho ruido, sobre todo frente al domicilio del presbítero don José, quien después de pasar la noche en vela, en cuanto llegó el amanecer buscó la manera de mandar una carta confidencial contando los hechos al Capitán General y se desplazó hasta Pola de Lena para acogerse a la protección de los Benavides en una casona que también fue parada habitual de Jovellanos cuando se desplazaba hacia Castilla.

A pesar de ello, los hechos se repitieron otras dos noches, aumentando los insultos y amedrentando tanto a los individuos de la Junta como a otros que no tenían nada que ver con ella, incluso delante de la casa de Santiago Sampil lo injuriaron provocándole a que saliese afuera y dando golpes a su puerta, terminando por entrar en su huerta para robar y estropear la fruta mientras él lo contemplaba todo escondido detrás de una vidriera, sobrecogido por el temor a que acometiesen su vivienda y atropellaran a su familia.

Sin embargo, salvo don José, los miembros de la Junta no quisieron abandonar su voluntario destino y el patriotismo les obligó a permanecer en sus ocupaciones en medio de tan eminente riesgo, hasta que en la tarde del 11 de septiembre, domingo y día de mercado en Mieres, partió la tropa, desfilando ante muchos vecinos que contemplaron su marcha y todavía insultando a aquellas personas que ya habían sido bastante ultrajadas.

Por su parte, en otro informe particular que se adjuntó en el mismo sumario, el presbítero José Sampil contó su susto coincidiendo en los mismos detalles, pero aclarando además que los fuertes golpes que se habían sentido a las puertas de su morada los causaron los soldados atravesando unos pesados bancos en la carretera.

Pocos días más tarde, fueron llamados a declarar 16 testigos, elegidos por el mismo presbítero, ante un escribano militar que se trajo desde la Sexta Compañía del Regimiento de Ribadesella. Entre ellos estaba don Pedro Lamuño, entonces cirujano de Mieres, el criado del señor cura párroco y varios vecinos de distintos barrios de la villa y de Pola de Lena, quienes coincidieron en sus testimonios y aportaron más datos sobre los sucesos.

Por ejemplo, el primer declarante, don Manuel Castañón, afirmó haber oído desde su casa, como a cosa de las diez y media u once, varias voces altas y desentonadas que claramente decían "¡Viva la División de la Cubilla, mueran los traidores y muera la Junta!", y que según le pareció los alborotadores eran algunos soldados de dicha división sin que pudiese asegurar si entre ellos habían algún sargento; que estos también se habían acercado a la casa del cura párroco de esta villa don Nicolás Ramón de Sama insultándole con palabras muy obscenas e indecorosas, diciendo: "¡Muera el Cura, muera el Dr. López, muera la Junta, y mueran los traidores, que los hemos de pasar a cuchillo!" y declaró que repitieron las mismas expresiones a las puertas de las casas de don José Sampil y su hermano don Santiago, miembros de la Junta de Provisiones de esta villa.

También fue interesante el testimonio de Miguel Menéndez, el cual dijo que la noche del día en que llegó a este pueblo el Batallón de La Cubilla bajo el mando de don Francisco Bernaldo de Quirós hubo entre ellos un crecido alboroto principiando como a cosa de las nueve y media o diez de aquella noche que se extendió a la mayor parte de esta vecindad; repitió que los gritos que daban eran los mismos que ya habían dicho los testigos anteriores; tampoco pudo asegurar si había sargentos entre ellos aunque sí aclaró los motivos de la protesta, que eran por un lado la queja contra la Junta de Provisiones que les había enviado pan malo para el puerto donde habían estado destacados, y por otro el aviso de que los iban a trasladar con el Ejército para otras zonas.

Por su parte, don Manuel García Cabeza, quien había tenido en su casa como posaderos a cuatro sargentos y algunos soldados, quiso defenderlos afirmando que ninguno de ellos se había sumado a la protesta.

Lo contrario que don Manuel Miranda, quién narró como cuando estaba acompañado de varios sujetos una de aquellas noches "en la taberna que llaman del Mesón en esta villa", se acercó hasta él don Antonio Álvarez, sargento del Batallón y vecino de Mieres, quien "hallándose enteramente acalorado de vino se dejó decir que al día siguiente había de traer por el pueblo la cabeza del capellán Sampil" y cuando le preguntó qué motivos tenía para hablar de aquella manera, le contestó el citado sargento que era porque les había enviado pan podrido a La Cubilla.

Más novedades aportó el testigo número 15, don Manuel de la Canga, al agregar que había oído junto a los insultos ya mencionados por los demás de "¡Muera la Junta, mueran los traidores!", otros gritos de "¡Mueran los gallegos!", a la puerta de José Sampil, y es que efectivamente, sabemos que la familia paterna del presbítero procedía de la provincia de Orense. Este mismo testigo añadió que los soldados también habían provocado al cura de La Rebollada, que pasaba por Mieres a caballo camino de su casa, y que uno de ellos le había puesto una bayoneta en el pecho.

De momento desconocemos cómo se solventó este asunto para los soldados, pero sí sabemos que en 1816, cuando hacía meses que ya había finalizado la guerra y se estaban ajustando cuentas con los amigos de los vencidos, el asunto del pan podrido trajo consecuencias para el mismo Sampil, cuando lo acusaron de haber simpatizado con los franceses.

Para asegurar su patriotismo recordó que había pagado de su bolsillo la bandera que lucieron los jóvenes alzados en el Concejo de Lena bajo el mando del coronel Francisco Bernaldo de Quirós y que también había trabajado "en servicio del Rey y de la Patria en el triste tiempo en que los franceses ocuparon a Mieres" encargándose de organizar el servicio de provisiones para las tropas acantonadas en los puertos de La Cubilla, Arbas y San Isidro, a la vez que mencionó su contribución económica para ayudar a pagar los gastos de las fortificaciones de Pajares y sus donativos a la causa española.

Finalmente, su honor quedó a salvo y tanto él como su hermano Santiago fueron condecorados por el marqués de Camposagrado con sendas medallas por su participación destacada en el Exército Asturiano, que así se llamaba entonces aquella tropa, para satisfacción de los nacionalistas de ahora.