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Desde mi Mieres del Camino

La impronta de mujeres excepcionales

La reseña de un grupo de féminas que, superando todas las trabas de su tiempo, han destacado en diversas actividades de la vida mierense

Si uno se enfrenta con el propósito de destacarla impronta de personas que dejaron huella para la comunidad mierense, corre el riesgo de que olvide figuras de primer orden y por lo tanto falte en la intencionalidad de su empeño. Ante esa circunstancia quede claro que los testimonios aquí reunidos vienen a significar toda una representación de tantas personas en clave femenina que jugaron un papel de primer orden a pesar de las trabas y cortapisas de la sociedad reinante de su tiempo.

La tonada o canción asturiana va adquiriendo caracteres de gran aceptación en el conocimiento y la difusión asturianas. Y aquí sí que las mujeres tuvieron y tienen un especial protagonismo. Pues bien, hace ya un montón de años -difícil determinarlos- que Amable Fueyo, de la Depata, en los comienzos de la Güeria de San Juan, elevó su cantar a nivel de excelencia, dejando constancia de una voz prodigiosa, incluso en disco grabado. Además, cómo ignorar que de su escuela familiar habría de surgir uno de los mejores intérpretes de la gaita que dio esta tierra, como es el caso de Silvino Fernández Fueyo, difusor, mantenedor y divulgador de la modalidad, hasta el punto de que con otros, caso de Chema Castañón, se erigieron en maestros del arte, conduciendo las primeras academias de la modalidad en esta tierra. Amable Fueyo, la de Ladepata, pudo llegar lejos en su tiempo cuando consumados intérpretes varones marcaban el paso, expandían la grandeza de la tonada y la llevaban más allá de fronteras regionales.

Desde los silencios de una vida familiar con ecos inconfundibles en el ámbito vecinal y el sello de un cristianismo solidario, Mieres tiene, en estos momentos, a las puerta de una santidad confirmada, la figura de Práxedes Fernández, mujer, esposa, madre y participante activa de la vida social de su entorno, que ya recibió, desde estas páginas, el tratamiento de recordatorio en un intento de plasmar la grandeza de su trayectoria terrenal. Pero sería injusto silenciar las huellas y los gestos de quien en estos momentos recoge el beneplácito de la Iglesia Católica como venerable y en el tramo final de alcanzar la palma de la santidad. Su nacimiento en Sueros, la identificación católica con la parroquia de Seana y su callada labor a favor de los más necesitados tuvo continuidad en su posterior vida y final en Oviedo.

Que este paño de lágrimas que es Mieres tiene, en contrapartida, una de las romerías con mayor atractivo de Asturias, orgullo del Valle de Cuna y Cenera, y tesoro festivo del pueblo de Insierto, es algo real. Ahí está la Romería de San Cosme y San Damián, Mártires de Valdecuna, y su esencia costumbrista de la cultura ancestral. Pues bien, durante un largo tramo temporal, el santuario enclavado en la media montaña de este hermoso rincón de corte natural y frondoso, tuvo sus guardesas fieles, vigías de todo lo que se vivía y emanaba de la devoción y liturgia de los Santos Mártires. Estas fueron Teresa, María y Eulalia, a quien todo el mundo señalada como Lala y que fue la última en escribir esa bonita página de guardesa en la que se incluía con todo el interés el recibimiento a cuantos devotos, fieles y peregrinos llegaban hasta la ermita. Fueron auténticas maestras del entorno, la devoción y el apego religioso de antaño.

Si los sones de una música personal guarda a buen recaudo el material de toda una época, qué decir de esa otra faceta que en plan colectivo y sellada por lo coral escribió páginas brillantes en propia y casa ajena. Arrullado por los movimientos del nuevo estado político del franquismo, en Mieres nació un grupo de voces blancas que, primero como Sección Femenina y más tarde como Coro Femenino, mantuvo en línea de actualidad el interés por la faceta, llevando su riqueza a muchos escenarios lejos de la patria. Y en esa labor de promoción tuvo mucho que ver la figura de Manolita Blanco, incansable en su labor de mantenimiento y promoción, luchando a veces contra la corriente de modernas tendencias y logrando mantener el nivel hasta que las circunstancias incidieron inevitablemente en un final. Pero los ecos del Coro Femenino y de su promotora Manolita Blanco, siguen perennes en la historia local de este pueblo.

Al son de los nuevo vientos que auguraban cambios importantes en el inmediato futuro de convivencia del suelo español, nacieron movimiento reivindicativos en defensa de la acción comunitaria. Así surgió el fuego del asociacionismo, no solo dirigido por hombres, sino también con la participación activa de mujeres que se enfrentaron a discriminaciones y a desfases sociales. En ese sentido, Mieres puede alardear de verdaderas líderes que movieron los resortes para alcanzar objetivos y metas apenas soñadas con anterioridad. Al margen de dejar involuntariamente en el olvido alguna, hemos de detenernos en Oliva Fernández y María Luisa Llorente como referentes de toda una realidad. Su labor a favor de los frentes del movimiento ciudadano -asociaciones vecinales, amas de casa, comunidades religiosas y otros ejemplos- se convirtieron en el embrión de un gigantesco viento contra las desigualdades que, sin llegar al total equiparamiento, hoy presenta una cara harto distinta a la que ofrecía esta sociedad hace cincuenta o sesenta años. Y eso se debe a la acción insistente, en demanda constante, de mujeres como Oliva y María Luisa que hoy figuran en los primeros lugares de las listas de quienes se enfrentaron a una realidad retrógrada para asumir el papel de defensoras del género y sembrar de inquietud positiva las mentes de aquellas mujeres que se habían plegado al mandato del pasado.

La formación académica y la cultura no podían quedar al margen de la acción del género femenino. Y Mieres, durante una larga etapa, tuvo la suerte de orientar ambas facetas a través de la actitud, disposición y empeño de una de sus hijas, Carmen Díaz Castañón, directora que fue del Instituto de Bachillerato "Bernaldo de Quirós", único en aquellos tiempos. Y si importante fue su labor en defensa de la formación de nacientes generaciones de jóvenes, el proyecto cultural desarrollado no le fue a la zaga, primero con la reunión de una brillante pinacoteca, sin duda la mejor de que dispone Mieres en estos momentos y después con el "desfile", por obra y arte de la propia Carmen de los cerebros literarios y artístico que por aquel entonces brillaban en el firmamento español, desde el Nóbel, Camilo José Cela, hasta el sin par Antonio Gala, como simple muestra de todo un programa de conferencias, charlas y actividades que le dieron brillo al centro, a la villa y a la propia región asturiana.

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