El pasado 9 de enero falleció el sociólogo y filósofo polaco Zygmunt Bauman, en la ciudad inglesa de Leeds, en cuya universidad fue profesor durante casi medio siglo. Tenía 91 años. Hace pocos meses declaraba que se sentía "algo cansado" con tanto trajín profesional, pero siguió viajando por medio mundo para dar conferencias, impartir clases en diferentes universidades o asistir a foros internacionales: se mantuvo activo hasta el último momento.

Aunque publicó buen número de libros, alcanzó fama mundial con la "La modernidad líquida", ensayo en el que opone dialécticamente lo "sólido" y lo "líquido" como metáforas de lo estable y lo efímero. La realidad sólida, que conserva su forma y permanece en el tiempo, sería una característica básica de la sociedad occidental desde el finales de la segunda guerra mundial: un Estado fuerte, una familia estable y un trabajo indefinido.

En esa etapa, las grandes fábricas emplean a miles de trabajadores en sucesivas generaciones. Y eran factorías tan pujantes y enormes que parecía que iban a durar tanto como las catedrales góticas.

Por el contrario, la modernidad líquida no puede mantener su forma ni su rumbo durante mucho tiempo. Sus pautas culturales y sociales se modifican constantemente, con acuerdos efímeros, pasajeros, válidos sólo hasta nuevo aviso. En esa permeable sociedad postmoderna prevalecería el dominio de lo individual sobre el interés colectivo, los valores éticos respecto a la genuina actividad política, la banalidad frente al rigor y la competitividad en detrimento de una positiva cooperación.

Asimismo, para Bauman, la tarea de construir un nuevo orden mejor para reemplazar al viejo y defectuoso no forma parte de ninguna agenda actual donde supuestamente se sitúa la acción política. Aún más: las alternativas reales de la izquierda (o de las izquierdas) parecen igualmente licuadas, agotadas, sobre todo en occidente, donde la desigualdad económica ha crecido en los últimos tiempos, dominando la percepción de que "cada uno va a lo suyo, de que nada se gana uniendo fuerzas y de que es tiempo perdido luchar por una sociedad fuerte y solidaria".

En tal sentido, Bauman es muy crítico con el llamado "capitalismo salvaje". En su obra titulada con interrogante "¿La riqueza de unos pocos nos beneficia a todos?" asegura que ha resultado una gran mentira la promesa neoliberal de que la riqueza de los opulentos se filtra siempre a las clases más modestas. Defiende una alternativa más ética y filantrópica que realmente política, "si se tiene riqueza, educación y privilegios, también se tiene un deber moral para los demás". Una suerte de idealismo utópico que no se corresponde con otras tesis del autor sobre la distribución de la riqueza y las desigualdades sociales.

En un libro posterior, "Extraños llamando a la puerta", Bauman examina el gran impacto de las actuales olas migratorias, en las que los refugiados, "nómadas forzosos de un destino despiadado, nos vendrían a recordar de manera irritante la fragilidad de nuestro bienestar".

Considerado como un sociólogo de obligada referencia, Zigmunt Bauman fue galardonado en 2010 con el premio "Príncipe de Asturias" de Comunicación y Humanidades junto al también sociólogo francés Alain Touraine, "por haber creado instrumentos conceptuales singularmente valiosos para entender el cambiante y acelerado mundo en que vivimos".

En su discurso de la entrega de los premios, Bauman hizo una penetrante y apasionada evocación de la figura de Cervantes, que había creado a don Quijote para triturar los mitos, los prejuicios, las patrañas y las máscaras que ocultan la verdadera realidad. Y también para hacernos "despertar del sueño de las ideologías: esos densos velos que hacen que miremos sin llegar a ver".