Comprender lo que ocurre siempre es un alivio de la incertidumbre, ese temor a lo venidero que la especie humana ha interiorizado hasta transformarlo en parte de su biología. El exceso de colesterol es hoy uno de los males modernos porque en los tiempos en que la siguiente comida no estaba garantizada desarrollamos un sistema de almacenamiento que se ha vuelto en contra nuestra cuando tenemos aseguradas tres tomas al día y picar entre horas. Saber qué pasa, y más si se trata de economía, exige cribar ese discurso torrencial y reiterativo, pura ideología travestida de ciencia, con el que tratan de anestesiarnos antes de cada golpe.

Ha-Joon Chang, coreano, profesor de Economía del Desarrollo en Cambridge, intenta vacunarnos contra esa argumentación del «es justo y necesario» -«nuestro deber y salvación» añade la liturgia- fomentando lo que llama «una ciudadanía económica activa»: que sepan que sabemos que lo que hacen no es por lo que dicen. Su libro 23 cosas que no te cuentan sobre el capitalismo es una exposición clara de cómo los supuestos grandes pilares teóricos del sistema económico, ahora modelo único, son errores de interpretación, en los casos más leves, cuando no provechosas falacias. Con una escritura que anima a seguir leyendo, con ironía, solvencia profesoral, sin radicalismo y sin el lenguaje con que la pretendida ciencia económica ahuyenta a quien quiere entender, Chang deja en evidencia cómo «la ideología de libre mercado que ha impregnado nuestras sociedades en las últimas tres décadas es tan poderosa que la gente vota a los políticos que les perjudican».

Cada una de las veintitrés entradas del índice del libro es una provocación. Empieza por desmenuzar grandes principios. En «No hay mercados libres», el título del primer capítulo, Chang advierte que «prescindir de la ilusión de la objetividad del mercado es el primer paso hacia la comprensión del capitalismo». «Las empresas no se han de gestionar en beneficio de sus dueños», enunciado del segundo capítulo, podría parecer un intento directo de voladura del sistema, pero se trata de una demostración de que «la maximización del valor del accionista es tan mala para la empresa como para el resto de la economía».

En «La lavadora ha cambiado más al mundo que internet» el autor reduce el peso real de la red en la economía, y en «No vivimos en una era posindustrial» desfigura uno de los rasgos que tenemos por más característicos del tiempo actual. Seguir fabricando cosas continua siendo el gran sostén económico, porque «los servicios no son buenos motores del crecimiento y sus posibilidades de aumentar la productividad son limitadas».

Y así hasta 23 cosas que no te cuentan del capitalismo, entre las que no se excluye la explicación de por qué ni siquiera todo el talento del mejor ejecutivo justifica sus retribuciones astronómicas, máxime cuando nunca pagan por sus errores en la misma medida.

La historia económica tiene fuerte presencia en el libro de Chang. El capítulo 6 («La mayor estabilidad macroeconómica no ha vuelto más estable la economía mundial») expone los efectos de la hiperinflación alemana de la década de los años veinte del siglo pasado, uno de los factores que habrían propiciado el ascenso del nazismo, que provocó «una conmoción que duró casi un siglo» y entre cuyas secuelas actuales destaca la apuesta alemana por la austeridad a toda costa, uno de los agravantes de la crisis en la que estamos sumidos.

La paradoja de la endeble construcción política de Europa, que dificulta dar una respuesta cohesionada al devenir económico, contrasta con el sólido e intrincado aparataje burocrático en que se han transformado las instituciones europeas. Ésa es otra historia, que influye mucho en lo que nos ocurre y que Hans Magnus Enzensberger aborda en El gentil monstruo de Bruselas o Europa bajo tutela. El premio «Príncipe» de Comunicación y Humanidades de 2002 consigue algo tan difícil como aunar brevedad y tedio en este opúsculo al que se le reprocha su visión euroescéptica. Europa sería para Enzensberger poco más que un entramado funcionarial -«se hace patente que las instituciones europeas padecen una megalomanía que no conoce límites»- , una sopa de siglas con graves déficits políticos que tientan a los lobos. Los especuladores «ponderan los desequilibrios económicos derivados de la construcción viciada de la unión económica y monetaria y analizan las fuerzas centrífugas que esto genera». El resultado lo pagan «aquéllos que menos culpa tienen del desastre. El método es secundario: aumento de los impuestos, recorte de las pensiones, inflación, devaluación. La receta no es nueva: socialización de las pérdidas, privatización de las ganancias. El hecho de que a la expropiación política le siga la económica no carece de lógica».

Ambas lecturas pueden tentar a convertirse en un antisistema. No hace falta tanto: basta con mantenerse alejado de los bancos.