Basil Bunting, un rinchar tan próximo

La traducción de los profesores asturianos Faustino Álvarez y Emiliano Fernández Prado recupera el gran poema “Briggflatts”

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cultura / PABLO GARCIA

J. C. Iglesias

Los más de 2.000 kilómetros que separan Gijón de Scotswood-on-Tyne, un suburbio de Newcastle, quedan reducidos a nada cuando se abren las páginas de “Briggflatts” (Impronta, 2021), uno de los grandes textos de la literatura anglonorteamericana del novecientos. En ese paraje de Northumbria, donde Inglaterra pierde su nombre, nació Basil Bunting (1900-1985), personaje singular e inconformista, autor de este largo poema que ahora ve la luz en una cuidada edición de los profesores asturianos Faustino Álvarez y Emiliano Fernández Prado.

Para un lector español, especialmente del norte peninsular, la obra de Bunting cobra una particular proximidad emocional. A cierto sentir de las tierras atlánticas europeas donde pervive un sustrato mítico e histórico compartido y a un parejo devenir social e industrial se suma el vínculo personal que el autor británico mantuvo con Basilio Fernández (1909-1987), gijonés nacido en la aldea leonesa de Valverdín y que fue el primer poeta fallecido galardonado con el nacional de poesía. Ambos se conocieron en Italia durante el periodo de entreguerras y el británico animó al asturleonés a continuar con su obra, mientras le remitía cartas y poemas. En 1995 fueron publicados por primera vez en castellano.

La vida del Basilio de Northumbria poco tiene que ver con el Basilio de Gijón, apegado hasta su muerte al almacén de coloniales familiar en las calles Donato Argüelles y Langreo, a las tertulias del Club de Regatas y a sus poemas secretos, con el paréntesis previo del bachillerato en el Instituto Jovellanos, donde fue alumno de Gerardo Diego y colega de otro premio nacional de poesía, el también gijonés Luis Álvarez Piñer, la licenciatura de Derecho, las becas en Italia y la Guerra Civil española.

La biografía de Bunting exige papel. Hijo de un médico prestigioso en las comarcas mineras del norte inglés, se crió en una familia acomodada, pero su educación cuáquera le llevó a ser objetor de conciencia en la I Guerra Mundial y a conocer la cárcel. Alumno del London School of Economics, cambió las lecciones del fabiano William Beveridge por las desmesura métrica de Walt Whitman. Dandy de bigote daliniano y perilla afilada, arrimó su escritura al objetivismo y al modernismo anglonorteamericano en los cafés de Londres, París, Perugia y Rapallo, donde confraternizó con algunos gigantes de las vanguardias: W. B. Yeats, Ezra Pound, T. S. Eliot, Willliam Carlos Williams, Ford Madox Ford o Louis Zukofsky.

La bohemia y la poesía siempre son abono para la miseria y a ello se dedicó con esmero nuestro hombre de Northumbria. En la Italia mussoliniana, se hizo marinero, tomó el sol y granizados de café, fumó con boquilla, conquistó mujeres, escribió poemas, aprendió persa y publicó, bajo la tutela literaria (que no política) del Pound fascista, judeófobo y extraordinario poeta, un quincenal (“Il mare”, cuyas páginas abrió al becario Fernández). Intentó ordenar su vida y salvar su matrimonio avecindándose en Santa Cruz de Tenerife, donde tuvo su segundo hijo y jugó al ajedrez con el Franco que preparaba la carnicería de 1936. Pero fue inútil. Abandonado por su mujer a la espera de un tercer niño, deambuló entre Gran Bretaña y Estados Unidos con trabajos mal pagados: periodista, peón, navegante…

Cuando Hitler puso su bota en los Sudetes, dejó de lado el pacifismo y se alistó en la fuerzas aéreas británicas y, después, en los servicios secretos, con destino en Persia y Egipto. Héroe de guerra, participó en la invasión aliada de Malta y Sicilia como comandante de un ejército integrado por desarrapados soldados polacos y judíos. Concluida la II Guerra Mundial, retornó como espía y periodista de “The Times” a Oriente Medio, donde conoció a una adolescente kurda-armenia de 14 años, a la que convierte en su segunda esposa. De la Persia del dictador Mosaddeq sale por pies por sus crónicas críticas. Hasta aquí una historia para John Le Carré o Graham Green.

Después vendrá un tiempo de penuria económica y silencio creativo en el Reino Unido, salvo su aparición en la segunda antología Oxford por decisión de Philip Larkin. Corrector de pruebas y periodista de finanzas en un diario regional, la aparición ante su mesa en 1963 de Tom Pickard, un poeta con greñas y veneración por Bunting, le impulsó a escribir un largo texto con el que rendir cuentas de su vida, su tierra y su tiempo. Tres años después apareció “Briggflatts”, que lo catapultó a un prestigio tardío y merecido, que no le sacó de las estrecheces de un jubilado octogenario en el Reino Unido de la crueldad thatcherista.

Escrito en un tren

Con este expediente no es casual que “Briggflatts” lleve por subtítulo «una autobiografía». Escrito en sus desplazamientos diarios en tren a su mesa de la sección de Economía del bicentenario diario “Evening Chronicle” de Newcastle, Bunting encontró en una pequeña aldea cuáquera de Cumbria que había conocido de niño la metáfora geográfica, cultural y espiritual para un largo poema, esa “sucesión de momentos intensos”, como prescribió Octavio Paz. Cuando el lector se adentra en la “belleza y energía” de sus más de 700 versos (antes de la poda llegaron a ser 20.000) asiste al relato de un hombre que fue protagonista y testigo del siglo XX, donde los pequeños sucesos personales se alían con los acontecimientos históricos, también con los mitos, en búsqueda de algunas explicaciones para un tiempo terrible y una vida intensa y golpeada. También para captar y trasladar el latido de Northumbria, tierra del viejo mineral y del “gusano lento” (nuestro esculibiertu).

Es un poema complejo, escrito por un hombre que se las sabe todas a las puertas de la vejez. Su estructura en cinco partes busca un armazón musical: cuatro para las estaciones de la vida y en medio un texto dedicado al viaje hacia el oriente de Alejandro Magno, donde laten sus experiencias en Persia y los avatares de la guerra. De una sonata habló el propio autor. “Briggflatts” tiene muchos antecedentes: epopeyas anglosajonas y persas, “El Preludio” del romántico William Wordsworth, habitante también del norteño Distrito de los Lagos, los “Cantos”, de Pound o los “Cuatro cuartetos” de Eliot. El recurso a la singularidad lingüística del norte de Inglaterra, con su herencia gaélica, como la búsqueda de una sonoridad con los acentos, la duración silábica y la polimetría (la tradicional anglosajona o la del “itálico modo”) son otros pilares del texto. De ahí la dificultad de la traducción. La realizada ahora por Faustino Álvarez y Emiliano Fernández (ya entrenados en 1995 con los cinco poemas del archivo del Basilio gijonés) es capaz de despejar el camino al lector en castellano, en particular al asturiano, ese habitante de la llamuerga de la diglosia. No es extraño que en busca de esa melodía poética del original, repleto de términos y giros de las lenguas esquinadas, recurran los traductores a vocablos reconocidos por la RAE como propios de Asturias (braña, por ejemplo), u otros sólo recogidos en el Diccionariu de la Academia de la Llingua Asturiana. Es el caso de rinchar, el uso de este verbo otorga a la versión un sonido singular, pero también una musculatura semántica que existe en asturiano: rinchen los caballos y los burros, igual que los goznes de las puertas y las ventanas, como también nos rinchen los dientes con el frío, entre otros posibles usos. No dudo que Bunting felicitaría a los dos profesores por lograr que unas palabras dicha entre las nieblas del Muro de Adriano haya encontrado otra luz lingüística a más de 2.000 kilómetros al sur, en un lugar donde Basilio Fernández atesoró sus cartas y poemas para algún día doblegar ciertos olvidos. “Briggflatts” es un extraordinario texto con la fe de vida de un ser humano que rastrea respuestas a un mundo en demolición, consciente de que su mirada desde un rincón umbrío de Inglaterra, su primer y último hogar, contribuye a despejar algunos de los interrogantes que a todos nos emboscan. También es el legado de un tipo que cedió su mesa en el “Evening Chronicle” a un aprendiz de periodista, después músico de afilada guitarra, un tal Mark Knopfler, y que cuarenta años más tarde homenajeó con una canción a aquel hombre de Northumbria (“un oficial, un caballero, un poeta”) con dos versos finales: “Basil coge su vieja mochila y su bufanda / y se va a la oscuridad”. Desde ella nos ilumina.

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Briggflatts

Basil Bunting

Traducción de Faustino Álvarez y Emiliano Fernández Prado

Impronta, 2021

136 páginas

12 euros  

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