Aquel chico larguísimo, de extremidades interminables, flacucho y descoordinado, era el pívot suplente en la selección junior que se bañó de oro en Lisboa 1999, el equipo base de la «roja» que tantas alegrías y medallas nos ha brindado en el último lustro. Dos temporadas después, con 20 años y un poquito más hecho, Pau Gasol explotaba en la Copa de Málaga 2001. Los que lo votamos MVP en aquella final contra el Madrid no vislumbrábamos el techo de aquel joven nacido en Sant Boi (6 de julio de 1980), «drafteado» ese mismo verano por la NBA. Gasol no ha dejado de crecer desde entonces, desde aquella Copa en la que se mostró al mundo y comenzó a cumplir sus sueños. «Rookie» del año en su debut en la mejor Liga del mundo con Memphis (17,6 puntos y 8,9 rebotes) en 82 partidos, lo bueno de Pau es que sigue siendo Pau, aquel muchacho escuálido y blanquecino de sus comienzos, sencillo, callado y educado, cercano y sonriente, sólo que con un cuerpo musculado y repleto de cicatrices de guerra, y una mano que en uno de sus dedos luce, radiante, un anillo de campeón. Gasol es protagonista en Los Ángeles, que acaba de reconocerlo como el mejor deportista de la ciudad. Es prodigioso lo que ha hecho, lo que está haciendo, lo que le falta por hacer. Ha abierto una ventana por la que miles de compatriotas nos sumergimos cada par de madrugadas, expectantes y felices, esperando una nueva demostración de Pau: otro rebote, otra canasta, otra victoria.