Lo que no ha cambiado con Clemente es la angustia de los segundos tiempos. Con matices, ayer se repitió la historia de los partidos contra el Málaga, Osasuna y Atlético de Madrid. El Sporting se atrincheró y, si cabe, extremó las precauciones. El Sevilla no encontró facilidades para traducir su dominio en oportunidades, aunque alguna tuvo. Como la estructura defensiva del Sporting siguió siendo fiable, los sustos llegaron casi siempre en jugadas a balón parado. Unas veces por un fallo de Juan Pablo en una salida en un córner y otras por la fortaleza aérea de Fazio, que le dejó a Coke un balón en el punto de penalti que el lateral, de espaldas, mandó alto.

Al Sporting le duraba tan poco el balón que, pese a tener los recursos adecuados, no era capaz de salir al contragolpe. A medida que pasaba el tiempo, más sportinguistas se quedaban sin resuello, víctimas de un ritmo frenético. Clemente hubiese necesitado siete u ocho cambios para mantener la frescura del bloque; pero cuando escaseaba el oxígeno sus jugadores tiraban de orgullo. El juego se trabó, para desesperación de los sevillistas, los más interesados en jugar al fútbol.

Curiosamente, las oportunidades sportinguistas para sentenciar llegaron al final, cuando la velocidad de Mendy era más dañina para un Sevilla volcado al ataque. Especialmente vistoso fue el contragolpe iniciado por Pedro Orfila, que envió un balón al hueco para que su compañero llegase al área con ventaja. Mendy, generoso, vio la entrada con todo a favor de Bilic, que remató sobre la marcha y desde cerca. Parecía gol, pero Palop logró frenar el balón sobre la línea con los pies. Faltaban cuatro minutos más el descuento y, por tanto, tocaba sufrir hasta el final. Con Gálvez, extenuado, como un central más, el Sporting aguantó el tirón sevillista e incluso volvió a dar cuerda a Mendy, que estuvo muy cerca de estrenarse como goleador. No lo consiguió, pero con el pitido del árbitro ya nada importaba.