Con el primer bajón de la temperatura llegó el primer catarro y el equipo médico habitual dispuso: «Que no salga de cama, no se vaya a enfriar y la jodamos».

Aquí me tienen, pues, provisto de una tonelada de «kleenex» haciendo «zapping» por todos los canales televisivos que procura la antena vecinal.Voy a aprovecharme -dije- para ver todos los programas del marujeo y enterarme, de una vez por todas, qué pasa con el Hortera, la Cantora y la pasta que trincaron al pueblo marbellí.

No conseguí ver un solo programa de los llamados del corazón. Está claro que en las mañanas las amas de casa están ocupadas en las labores domésticas y que los maridos (salvo ancianos jubilados) están en el tajo (no hidrográfico, sino laboral). La mañana desde el desayuno al almuerzo no es «primer time» y las emisoras lo reservan a las tertulias donde unos listos (y listas también) elucubran sobre política. Los pobres ignoran que apenas tienen audiencia, pero se ufanan cual pavos reales de su condición de tertulianos. Tras estos fatuos dando doctrina, vienen los «chefs de haute cuisine» enseñando recetas culinarias, y se oye a recios y varoniles cocineros llamando a todo en diminutivo como si fueran mariquitas (salsita, chorrito, cucharadita).

Tras los noticiarios (sangre, terror, accidentes y crímenes) que se ven cuando se está comiendo, hay una pequeña pausa para que las amas de casa recojan la mesa y echen a andar el lavavajillas. Es estonces cuando comienza el marujeo, pero como la codeína que contienen los jarabes para la tos dan sueño uno se queda dormido en la butaca, aunque disimule con un periódico extendido como se hace en las silenciosas «peceras» de los clubes ingleses, donde los socios van a hacer la siesta.

Así que sigo sin enterarme de si el Hortera y la Cantora han restituido la pasta marbellí.