La vocación pictórica de Miguel Acevedo Porras (Lopera, Jaén, 1947) surge de su más tierna infancia, como la llamada a la santidad en las hagiografías o vidas de los santos, que ya de bebés cumplían con el ayuno de la Cuaresma y se abstenían de mamar los viernes. También el niño Miguel dibujaba en cualquier papel que le viniera a la mano. A los tres meses de nacer, sus padres se trasladaron a Córdoba y Miguel seguía siendo un niño cuando entró con 12 añinos en la Escuela de Artes y Oficios de la ciudad, donde superó varios cursos de dibujo y pintura en dos años. Le gustaba mucho la naturaleza, el campo abierto y los riesgos de la torería. De modo que se vistió de luces y actuó como novillero durante varias corridas sin picadores en el año 1965. Abandonó en seguida, ante las dificultades de promoción que ofrecía aquel mundo. La pintura se impuso, quedando siempre en su paleta la fijación por el paisaje abierto y el mundo del toro. En su estudio de La Navata el traje de luces preside la estancia, colgado en una vitrina.

De niño pintaba los héroes de la época, como Viriato frente a Roma, el Cid Campeador contra la morisma y el Capitán Trueno liado en las Cruzadas internacionales. El dibujo de los héroes y la captación de la luz se vio recompensada en 1997, cuando pasó seis meses en la factoría Disney de Burbank (California) enseñando luces de aire libre a los dibujantes de la gran productora. Muy ligado a Lopera, en 2008 pronunció el pregón de las fiestas de Los Cristos.

Le dicen que en Gijón hay un ambiente muy propicio para la pintura y aquí se presenta en 1971, conoce a José Sáenz Cristóbal y vuelve a su tierra con siete cuadros vendidos por 49.000 pesetas. Tres años después se instala en Gijón y en 1977 expone en Monticelli, Nogal (Oviedo) y Ausaga (León). En Gijón nacieron sus hijos y no ha dejado de exponer en la ciudad. Ahora vive desde 1991 en La Navata, en plena Sierra del Guadarrama, al norte de Madrid. Ha recorrido Asturias desde los Picos de Europa hasta el mar, plasmando en sus lienzos paisajes de montaña, pueblecitos campesinos de hórreos, cuadras y caleyas, playas y ríos.

Acevedo es un pintor mediterráneo. Le gustan los colores intensos y vivos, y las luces contrastadas. Entre sus artistas preferidos figuran aquellos que mejor captaron luces y atmósferas, como Rembrandt, Velázquez, John Singer Sargent (1856-1925) o Vicente Pastor Calpena (1918-1993). Una de sus especialidades, profusamente trabajada, es precisamente el contraluz, con el sol alto sobre los personajes y la valoración luminosa de las sombras. Así sitúa el motivo de las carrozas del Rocío o los campesinos en la viña o el toro berrendo llamado «Malas Purgas».

Ante el paisaje asturiano, la sombra sigue siendo su secreto. Pero se trata de una sombra clara, muy tamizada, escogiendo las horas de luz menos intensas, el amanecer en el puerto de Llanes, el orbayu casi traslúcido, la luz difusa que parece brotar del suelo de la nevada. Si pinta a pleno sol, busca también la sombra. Con el sol en lo alto le seduce la sombra del acantilado norteño o la que produce el bucle de la ola rompiente en la marejada. Equilibra frente al mar nubes y espumas, suelo y cielo, blanco sobre azules distintos, el fuerte azul marino y el suave azul celeste.

Si observamos alguno de sus dibujos, tenemos otra pista cierta: el dibujo se hace más denso y preciso a medida que avanza hacia el motivo principal, a menudo en primer término. Así la pincelada se aprieta o se relaja sobre la tela. El toro en diagonal se define en la cabeza. La góndola de Venecia flota sobre un agua de pincelada suelta. Esta pincelada puramente colorista se hace magistral en reflejos de agua y espumas que bullen, en fondos subacuáticos y en arenas o suelos sin textura propia.