La representación gráfica de las ciudades españolas es relativamente escasa hasta la Edad Moderna, momento en el que las monarquías absolutas y los estados nacionales comienzan a configurarse y necesitan disponer de información cartográfica fiable para su organización territorial. No obstante, hay antecedentes, que en algunos casos se remontan a época medieval, como códices, sellos de plomo o tapices. El interés por el conocimiento en profundidad del territorio gobernado y la herencia cultural recibida de su padre Carlos I (amante de las ciencias y la naturaleza) impulsó al rey Felipe II a dar continuidad a una importante labor científica iniciada por su predecesor, la elaboración de una cartografía detallada de España, tarea encomendada a personajes tan relevantes como Pedro de Esquivel, Felipe de Guevara o Antón Van de Wyngaerde. Fue precisamente el aludido Felipe II quien mandó levantar una de las primeras planimetrías conocidas de la villa de Gijón, encargo realizado en 1573 por Carlos Elorza.

Las vistas de ciudades y, en general, la cartografía científica se revelaron como un material estratégico de primer orden, además de un poderoso instrumento para la gobernanza del reino, motivo por el cual su producción fue muy limitada y quedó en manos de la monarquía, que era quien la podía costear. Por otro lado, los mapas y repertorios cartográficos de la época eran verdaderas joyas de arte, objetos suntuarios confeccionados con primor y dotados de una enorme belleza, por lo que no es de extrañar que estuviesen pensados para el disfrute personal de los monarcas (eran usuales las salas o gabinetes geográficos en los palacios reales).

Este es el caso del atlas que el cartógrafo portugués Pedro Texeira confeccionó, en 1634, para el rey Felipe IV, compuesto por una serie de dibujos de poblaciones y mapas de las diversas regiones del contorno peninsular, entre las que se encontraba la ya conocida Vista del Puerto de Xixón, que sin ser un verdadero plano, sí aporta información relevante sobre el emplazamiento y las características geográficas de la población. La defensa de las costas frente a los frecuentes ataques de franceses, ingleses y holandeses, y el interés político por disponer de información veraz sobre el país están detrás de la confección de este detallado repertorio gráfico. Vinculado a las necesidades de defensa de la población también está la famosa Vista de la Villa y Puerto de Gijón de Fernando Valdés, sargento mayor del Principado, fechada en 1635, cuyo original se encuentra en el Archivo de Simancas. En el mismo se advierte con claridad de la configuración del casco urbano, con indicación de sus elementos más representativos, y se resalta el carácter estratégico de la villa y sus necesidades de defensa. Poco tiempo después, en 1640, el ingeniero militar Jerónimo de Soto levanta otro plano o vista de Gijón, relacionado igualmente con las obras de defensa de la plaza.

A lo largo de la centuria siguiente la importancia estratégica de la villa quedó recogida en diversas cartografías, en su mayoría planos hidrográficos, en los que la representación urbana queda en segundo término en favor de informaciones sobre calados, perfiles costeros, referencias geográficas... Los más conocidos son el Plano de Gijón y Rada de Torres, del piloto de la Armada Francisco Leal (1752), el Mapa de la Rada y Barra de Gixón y nuevo proyecto de muelles de Thomás O'Daly (1754), el Plano del Puerto de Gijón, con las obras propuestas por Francisco Llobet (1765), el Plano de la Costa y Puerto de Gijón firmado por Maximiliano de la Croix (1765), el homónimo levantado por Andrés de la Cuesta (1776) o el más conocido Plano de la Concha de Gijón (1787), obra del brigadier de la Armada Vicente Tofiño de San Miguel, todos ellos depositados en archivos estatales. En la obra «Las Defensas de la Bahía de Gijón», de Artemio Mortera, publicada recientemente, también se incluyen planos muy poco conocidos de este período, como el de Baltasar Ricaud, fechado en 1771, que recoge un proyecto para la defensa artillada de la bahía y puerto de Gijón. Con sus limitaciones técnicas, todo este repertorio gráfico refleja el interés ilustrado por el progreso de las ciencias y por el conocimiento cada vez más preciso del territorio.

En el siglo XIX la ciencia cartográfica española progresó notablemente (especialmente en la segunda mitad de la centuria) impulsada por los conflictos bélicos (la guerra de la Independencia sembró España de ingenieros militares franceses e ingleses levantando mapas y planos y las revueltas carlistas obligaron a confeccionar planimetrías para la fortificación de las ciudades) y por la reorganización administrativa de 1833. En Gijón, el repertorio cartográfico del primer tercio del siglo es muy prolífico y destacado. A los muy conocidos planos de Ramón Lope (1812), vinculado a las obras de defensa frente a los ataques franceses, José de Castellar (1835), Sandalio Junquera y Alonso García Rendueles (1836), ambos relacionados con la necesidad de fortificar Gijón ante la amenaza carlista, o el Plano del Puerto Artificial de Gijón de Miguel Menéndez (1837), uno de los documentos cartográficos más valiosos por la calidad de su factura e información que aporta, se ha sumado el Plano Geométrico del Puerto y Villa de Gijón y de sus entradas y terrenos adyacentes, formado en 1819 por el alférez de la Armada Real Diego de Cayón, y adquirido recientemente por el Muséu del Pueblu d'Asturies para engrosar los menguados fondos cartográficos originales del municipio. Se trata de una planimetría con una finalidad fiscal (establecer fielatos), de excepcional calidad, y que presenta como novedad respecto de sus antecesores, la representación detallada de la trama parcelaria, con delimitación de las manzanas ocupadas y clave toponímica que permite situar los principales elementos urbanos, datos que sólo estarán presentes con ese detalle en planos muy posteriores (José de Castellar y Miguel Menéndez), a los que pudo servir de referencia. El Gijón ideado por Jovellanos, con sus arrabales arbolados y sus calles rectilíneas descendiendo por Bajodevilla, está magistralmente cartografiado en este plano. Federico Alameda (1846), Sandalio Junquera (1847), José González (1856), Miguel Menéndez (1864), Francisco García de los Ríos (1867), Francisco Coello (1870), entre otros, engrosan la lista de autores de planos del Gijón decimonónico. Probablemente, junto con el de Coello, el más sobresaliente de la colección de planos parcelarios a escala 1/250 trazados es el del ingeniero militar García de los Ríos (firmó también el plano definitivo del ensanche del Arenal de San Lorenzo junto con los arquitectos Lucas María Palacios y Juan Díaz), quien cartografió el interior de la trama urbana justo antes del derribo de los baluartes carlistas. Un atlas urbano que bien merecería una edición facsimilar a una escala que facilitase su manejo.

Hoy día, perdida la función política y militar, las iconografías históricas son apreciadas por su valor documental y artístico, por ello hay que felicitarse cuando aparecen nuevos documentos y éstos son puestos al servicio del común.