Confieso ser poco partidario del faraonismo, aunque no dejo de reconocer que gracias a los «grandones» podemos presumir de la Alhambra, el Escorial y, sin ir más lejos, de la Universidad Laboral de Luis Moya. En otro tiempo hubo en Gijón un chigre (esquina Cabrales con Menéndez Valdés) en el que figuraba un rótulo prohibiendo blasfemar, cantar mal y ser grandón.

En el Gijón de hoy se ha pasado de grandón a minimalista. De la caldereta de langosta (receta Alvargonzález) a la tapa, también llamada pintxo para molestar.

Enterrado en el Monte del Olvido el Gijón industrial (siderurgia, minería, construcción naval, fábricas y talleres) se pretende levantar a Gijón a base de ocurrencias minimalistas, tales como Semana del oriciu, Festival del bígaru, Olimpiada de la llámpara más macedonia de mores, ñisos y piescos.

Con semejante repertorio el anhelado turismo va a hacer «fu» como el gato. Esas ocurrencias no interesarán más que a los de casa. Los «foriatos» no vendrán a Gijón hasta que no anuncien eventos de cierta envergadura, exposiciones de arte, monumentos de carácter histórico y actividades de rango cultural.

Y no pregonando ocurrencias de chicha y nabo.

Alguien quiere cargarse la «Semana negra» y el Festival de Cine, yo les propongo en sustitución un Campeonato Mundial de cuatreada a celebrar en la bolera de La Guía.

Siempre que en tan pintoresco lugar no se haya edificado una fila de chalés adosados, tan del agrado de los «ladrilleros» gijoneses.