R. VALLE

Cerámica e inglés. Clara Costales aún tiene fresca en la memoria que ésas eran las dos asignaturas que más le pidieron quienes iban pasando por aquella pequeña oficina abierta para tomar el pulso de las inquietudes culturales de los gijoneses de principios de los ochenta, con vistas a poner en marcha desde el ámbito municipal una institución de formación permanente de adultos. Y cerámica e inglés estuvieron en las primeras programaciones de aquella recién estrenada Universidad Popular gijonesa y en ellas se han mantenido durante tres décadas. Precisamente este viernes, en el Jardín Botánico, se festeja este 30.º aniversario de la UP con un concierto de pop-rock, espectáculos de danza y teatro, una lectura poética y exposiciones de fotografía, grabado, dibujo, pintura... y cerámica. «La UP celebra su 30.º aniversario, y los que años llevamos corriendo para ajustar nuestras obligaciones a las clases sabemos que es uno de los patrimonios más valiosos de esta ciudad y donde muchos que llegamos de lejos empezamos a sentirnos gijoneses», recuerda la alumna Patricia Simón en la publicación de la fiesta de cumpleaños.

Las universidades populares nacieron a principios del siglo XX como un proyecto educativo que buscaba mejorar el acceso a la formación de las clases sociales más desfavorecidas. Asturias, y Gijón con ella, fue pionera en la puesta en marcha de una experiencia educativa que terminó asfixiada por la Guerra Civil y el franquismo. Pero Gijón volvió a ser pionera en su recuperación en los años ochenta con los ayuntamientos democráticos. De hecho, fue la segunda ciudad en ponerla en marcha tras San Sebastián de los Reyes. La experiencia llegaba a Gijón a través de Juan Manuel Puente, que traía un nuevo formato desde Alemania. «Aunque aquí hicimos lo que nos pareció», recuerda Costales, que formaba parte del equipo promotor de la iniciativa y fue luego directora de la UP tras el mandato inicial de Manuel García Fonseca, «el Polesu». Puente acabó harto del equipo promotor de la UP gijonesa, que encontró el aliento innovador que buscaban en el sociólogo Fernando Hermosilla.

Ese «lo que nos pareció» tenía que ver con el hecho de que los impulsores de la iniciativa no querían simplemente diseñar el listado de cursos de una academia de adultos, también buscaban impulsar actividades artísticas y actos culturales que dinamizaran la vida de la sociedad local más allá de la oferta comercial de la época. Por eso, a la decisión de aquella UP se debió la presencia en la ciudad de grupos de teatro como «Dagoll Dagom» o conferenciantes como el escritor y editor Carlos Barral.

Al repasar aquella aventura de puesta en marcha de la UP entre 1981 y 1982 se encuentran nombres conocidos por todos por su posterior responsabilidad política. Desde el actual senador y ex presidente de Asturias y ex alcalde de Gijón Vicente Álvarez Areces, que se encargó de elaborar un estudio previo sobre las necesidades educativas de los gijoneses y fue el entrevistado estrella del número 3 de «El Boletín», al actual concejal de Educación y Cultura en representación de Foro Asturias, Carlos Rubiera, que era profesor y miembro del equipo de redacción de una revista que se ofrecía como «escaparate de lujo de los trabajos realizados en las clases y en la oscuridad más íntima de vuestro patio de luces. Para que nada de lo hecho quede perdido en una papelera».

Por entonces, y hasta 1993, la Universidad Popular fue un patronato independiente dentro del organigrama del Ayuntamiento de Gijón. Después llegó la «fusión», como todos la llaman y que los más críticos encontraron como el punto y final del verdadero movimiento de la UP, que la incorporó como un departamento más de la Fundación Municipal de Cultura. La presencia de los cursos y talleres de la Universidad Popular se extendió a una cada vez más creciente red de centros municipales por los barrios de la ciudad y a otros espacios culturales como el Taller de Músicos o el Centro de Imagen. Tras «el Polesu» y Clara Costales, la dirección de la UP pasó a manos de Filiberto Blanco, Marcelino Martínez, Ángel Alonso y Vicente Arenas y, tras la fusión, a José Ángel Muñoz, Avelino Alonso y María Álvarez, hasta llegar a su actual responsable: Liliana Fernández-Peña.

La fecha oficial de inauguración de la Universidad Popular que ha quedado para la historia es el 5 de diciembre de 1981, pero hasta febrero de 1982 no se hizo la primera oferta pública de actividades, con un programa de 22 especialidades formativas y una plantilla de 53 profesores. A partir del año 2002, la media anual de cursos ha sido de 242 y la necesidad de personal se ha elevado a un centenar de docentes de todo tipo. Ahora mismo hay dos ofertas anuales: una en febrero y otra en octubre. Cada oferta consta de 150 cursos y talleres correspondientes a tres áreas de trabajo y quince temáticas diferentes. Con esas cifras y una media de 1.500 alumnos por campaña formativa, no es descabellado pensar en una cifra muy próxima a los 90.000 participantes en las actividades de esos treinta años de constante formación para adultos.

Formación con un plus de atención social, porque en estos tiempos de mayores oportunidades de educación para las nuevas generaciones, la UP se plantea también como un escenario idóneo para entretejer relaciones sociales. «Es un foro abierto que cumple también una labor social para mucha gente», explica Leonor Entrialgo Vidal, directora de programas, pensando tanto en extranjeros o españoles de otras comunidades que llegan a Gijón y encuentran en esos cursos una vía para integrarse en la vida de la ciudad, como en gijoneses que combaten la soledad o la falta de un entorno social con las horas de encuentro en el aprendizaje. Quizá por eso, en la UP hay alumnos de 16 a 82 años y abundan los «repetidores», que tras un curso sobre historia de la ciencia, se apuntan a un taller de música, luego a otro de informática y más tarde a dar los primeros pasos en danza. Sin olvidarse, cómo no, de iniciación a la cerámica.