Lara A. CHARRO

En sus ojos, un brillo especial. La sonrisa, un poco más grande de lo habitual, protagonista de una expresión que lo ilumina todo. Se le llena la boca cuando habla de la danza clásica, por la que puso todo su mundo patas arriba tan pronto comenzó a practicarla. Han pasado seis años de aquello y desde entonces pelea por hacerse hueco en un mundo que le ha acogido con los brazos abiertos. «He tenido mucha suerte; he estado en el lugar oportuno en el momento oportuno», asegura.

Alberto Blanco Pérez nació en Gijón hace 21 años, aunque hasta los 15 no entró a formar parte de una profesión que le absorbe tanto como le apasiona. Los que le conocen le definen como un luchador nato, un joven con las ideas claras y una capacidad de sacrificio que le ha llevado hasta donde está ahora: bailando en la segunda compañía del «Orlando Ballet», donde brilla con luz propia, como las estrellas.

Su trayectoria dentro del mundo de la danza comienza en la academia de baile Karel, de Gijón, lugar que descubrió por casualidad «porque habían cerrado la escuela de teatro donde acudía y estaba buscando una nueva afición». Afición de la que se enamoró nada más vivirla: «He tenido claro que me quería dedicar a esto desde que empecé».

Cuando le ofrecieron una beca para un curso completo en la Escuela de Víctor Ullate de Madrid, hace ya cuatro años, no dudó en liarse la manta a la cabeza. Allí estuvo perfeccionándose durante dos temporadas, que le servirían después como trampolín para América, donde ha estado bailado en veranos sucesivos para el «School of American Ballet» de Nueva York y el «Boston Ballet». En este último le ofrecieron una beca completa para su último año como alumno.

El reciente verano disfrutó de estar de nuevo con los suyos en Gijón. Ha regresado de nuevo a Orlando, para continuar otro año más en la segunda compañía del ballet de la ciudad. Si su trayectoria sigue imparable, como hasta ahora, en breve formará parte de la formación principal. El curso pasado fue el primero en el que ya bailó con un contrato profesional. La segunda compañía del «Orlando Ballet» le ofreció sin pensárselo la oportunidad que Alberto llevaba deseando toda una vida: «Les mandé un vídeo para que me vieron bailando y directamente me enviaron un contrato», confiesa incrédulo todavía un año después. Sin duda ésta ha sido una temporada dura, marcada por una lesión de espalda que le tuvo sin caminar durante seis semanas.

«Me pasaba los días tirado en el sofá sin hacer otra cosa que leer», recuerda con tristeza. Esa lesión le impidió estar en plena forma para participar en la «Competición internacional de ballet de Helsinki», una de las más prestigiosas del mundo, en la que fue eliminado en primera ronda. «Ya sólo ser uno de los 96 seleccionados de todo el mundo es un motivo de orgullo, pero aún así siempre duele no haberlo podido hacer mejor», lamenta.

Alberto ha comenzado a hacer yoga para evitar las lesiones «y también para la cabeza, para relajar y eliminar tensiones». Cuenta que en la vida de un bailarín existen «días horrorosos, en los que sólo apetece abrir la ventana y llorar». Son días de mucha frustración en los que el cuerpo no responde a lo que la cabeza pide. «El mundo de la danza exige mucha fortaleza mental», apunta Alberto. Algo que a él parece que le sobra: «Nunca he querido tirar la toalla. Puedo tener un día malo y llorar y patalear, pero al día siguiente vuelvo a estar al cien por cien». Este gijonés lo tiene claro. Atrás deja un hogar al que regresa siempre que lo necesita, porque para él «lo más difícil de estar lejos es no tener a alguien cuando no te encuentras bien».