Eva María Carrio, responsable de la Escuela Infantil La Serena, acudió ayer al mediodía a la plaza del Parchís rodeada de pequeños «erizos, búhos y ratones» que vivían una mañana «muy especial» con sus padres y profesores. Este medio centenar de miembros de la misma comunidad escolar fueron uno de los grupos participantes en el desfile infantil que concluyó en Begoña y que permitió salir a la calle a los más pequeños, que cambiaron sus vaqueros y sus camisetas por imaginativos trajes con los que recreaban sus fantasías.

El temporal que durante todo el día azotó la ciudad no impidió la celebración de la marcha. El sol garantizó, al menos durante media hora, que los niños pasearan por la calle de La Merced mostrando sus creaciones. Diego Darriba, de cinco años, se mostraba poco antes del desfile «encantado» con la idea que había tenido este año su colegio, el Corazón de María. «Los han vestido de caribeños y están emocionados con la música y la fiesta», explicaba la madre del pequeño, Isabel Martínez.

Pero estos alumnos no fueron los únicos que decidieron olvidar las preocupaciones a ritmo de samba. A pocos metros de ellos y recién llegados de Brasil se encontraban los 18 niños miembros de varias familias que cada Carnaval unen fuerzas para participar en la fiesta. «Somos un grupo de amigos que nos reunimos siempre en estas fechas para pasar un buen rato juntos», explicaba Mari Luz Tuya haciendo hincapié en el «gran trabajo» que estos gijoneses desarrollan a lo largo de todo el año. «En febrero empezamos a diseñar la temática y luego en agosto ya tenemos ensayos», explicaba la gijonesa acompañada de vecinos de La Calzada, Santurio o el Polígono unidos por su pasión por los disfraces. «Queríamos meterle color este año a la fiesta vistiéndonos de brasileños. Falta nos hace algo de fiesta y de alegría», concluía la gijonesa.

En las profundidades se encontraba el colegio público Los Campos, cuyos alumnos decidieron recrear un mundo marino en el que no faltaron los peces pero tampoco los personajes de fantasía. «Yo vine vestido de mejillón loco y me puse unas gafas porque me hacía gracia», explicaba Daniel Fernández de 8 años al lado de su amigo Manuel García, de 9 años, que había decidido convertirse en Neptuno por un día o, al menos, por unas horas, las que acompañó el tiempo durante el desfile.