Pablo TUÑÓN

El privilegiado entorno de la playa de Estaño tiene connotaciones mágicas. Si no, no se explicaría el hecho de que con frecuencia los habituales de la zona se encuentren tanto en el arenal como en sus aledaños vestigios de prácticas de santería. Algunas más desagradables, como los restos de dos gallinas con sus corazones extirpados en una piedra a modo de altar natural: y otras más coloridas, como varias frutas, con una piña en el centro, dispuestas de forma ordenada con velas a su alrededor y monedas y restos de uñas a un lado. Susana Muñoz, que regenta el bar Playa Estaño, se ha encontrado con estos «altares» en la zona «unas diez veces» en un año. «No nos dan miedo. Sólo cuando vi el trapo ensangrentado por las gallinas, porque no sabía de qué era la sangre. Pero no me dan miedo estas cosas, las respeto y no las toco», asegura Muñoz.

Las prácticas de santería en Estaño suelen ocurrir cuando cae el sol. Desde el bar de la playa, a excepción de una ocasión, nunca vieron ninguna. «Una vez, al atardecer, vi a una pareja cortando cuernos como de vaca en la playa y tirando los restos al mar. Y en la cuesta que baja a la arena, una señora con una especie de rosario rezando. Sólo pensé: "Qué cosas más raras pasan aquí"», relata Muñoz.

Los últimos restos de un ritual fueron hallados el pasado martes. Plátanos, manzanas y kiwis dispuestos alrededor de una piña. Todo ello rodeado por unas velas. En la composición no faltaban monedas de céntimos de escaso valor y restos de uñas laminadas muy finas. Los bañistas se encontraron con la inusual estampa y, de hecho, algunos terminaron por degustar la apetecible fruta.

Unas semanas atrás, Susana Muñoz se encontró con otro altar, de características diferentes, en la zona de las duchas. «Había dos botellas: una de whisky y otra de vino tinto, casi llenas y sólo con dos copas servidas, una de cada. Alrededor había flores y cacahuetes», describe la dueña del bar Playa Estaño.

Pero nada tan sangriento como el ritual que se practicó en septiembre de 2012 en una roca sobre la que cae una pequeña cascada de un torrente que desemboca en el arenal. Muñoz se encontró allí con una desagradable estampa: restos de dos gallinas, varias sábanas blancas con restos de sangre, una bola de hielo y, separados, los dos corazones de los animales, que tenían sendas velas clavadas. Fue la única vez que la conmocionó el hallazgo de un ritual de santería.

«Puede ser por el entorno, que tenga alguna energía o yo qué sé. O, simplemente, que sea un lugar solitario por la noche. O quizás haya alguien que cobre por practicar estos ritos y que le guste este sitio», razona la hostelera, que habla del asunto sin miedo y con total naturalidad. «Eso sí, si me encontrara a un tío con una túnica de noche, me daría bastante miedo», matiza. Cualquier cosa parece posible en una playa que se está cargando de misterio. O quizá de mística.