Cuando Anselmo Cifuentes nace, -año 1814-, gobernaba constitucionalmente Gijón, como Juez Noble 1º, el vecino Lucas de la Viña Hevia, auxiliado de los Alcaldes 2º y 3º, Pedro Zulaybar y Ramón Antonio Rodríguez, comerciante mayorista el primero, banquero y también comerciante el segundo, con los regidores Alonso Rendueles, Plácido Álvarez Texera, Manuel Sánchez Cifuentes, propietarios y comerciantes. Eran procuradores del Concejo José García Palacios y Francisco de Paula Prendes Hevia, de iguales profesiones. Todo ellos y sus descendientes formaron durante décadas en el privilegiado escalón de los "patricios locales". Ellos gobernaron los negocios y, por "derecho propio", tuvieron silla en la Casa Consistorial, en la que se sucedían las generaciones hasta, lo menos, la implantación del voto universal, por supuesto masculino, a finales del XIX.

Gijón en 1814 se encontraba exhausto por las ingentes contribuciones impuestas por la francesada a navieros y comerciantes. Del comercio, que había ganado importancia con el puerto y las sabias disposiciones del justo Jovino, quedaban, casi como recuerdo, cinco o seis apellidos: Rodríguez, Zulaybar, García Rendueles, Alvargonzález, Toral, Plá y Cifuentes, aunque entre todos apenas reunían el capital que antes del "francés" manejaba uno solo de ellos.

Anselmo vio de niño la instalación de la primera gran fábrica, la de Tabacos, que pronto dio trabajo a centenares de mujeres, con las que el barrio alto adquirió personalidad preindustrial, pues hasta ese momento solo había sido albergue de propietarios y comerciantes, y de pobres pescadores que mal vivían en miserables chabolas...

En 1840, muerto su padre, y vuelto de sus estudios mercantiles en Francia, se asocia Anselmo a los negocios familiares con su madre, Micaela, y juntos aparecen enseguida adquiriendo barcos y acciones de diversas sociedades, como las del Ferrocarril de Langreo, en que participaron con 8.000 reales. Más tarde, contribuyó a la creación de la flota de la comandita de Oscar de Olavarría, e intentó, aunque sin éxito, su unión a la de Melitón González. Dos de los buques de Olavarría y Cª., se bautizaron con su nombre y apellido: "Anselmo" y "Cifuentes", pintados por el más destacado de nuestros "marinistas", el reconocido Martínez Abades.

Y en la dársena local, asociado con su yerno Florencio Valdés, construyeron el "muellín" de la Victoria. Tuvo, también, su casa de banca. Y a la ciudad de Gijón le ofreció los planos de la traída de aguas de Llantones, que había encargado al ingeniero Sanz. Así contribuyó al nacimiento de El Comercio, que años después, pasando de Valdés a Requejo, llegaría a manos de Moriyón... y de Moriyón al conde. Del centroizquierda a la derecha.

Pero la gran aportación de Anselmo Cifuentes a Gijón fue, sin duda, la Fábrica de Cristales, que supuso el primer gran establecimiento industrial levantado en la villa con capitales particulares. En aquella sociedad aparecen todos los hombres de cuenta del Gijón de aquel 1844, los Toral, Pola, Menéndez Morán, Uría Valledor, Prendes Hevia, Ezcurdía, Suárez Llanos, Palacio, Sanz Crespo, García Rendueles... -relación que parece la crónica de un pleno municipal-, que concurrieron a su llamada con el afán de formar una "fábrica vidriera"; incluso aportó el marqués de San Esteban y conde consorte de Revillagigedo...

Años después, con el ingeniero Stoldz, montó la sociedad "Cifuentes, Stoldz y Cª", la famosa fundición, cuya primera instalación estuvo entre la Plaza del Infante, 6 de Agosto, donde luego el acaudalado almacenistas de coloniales José Las Clotas levantó "La Plaza del Sur". De la fundición salió el primer casco de buque de hierro construido en España.

Por los años 60 del XIX, para la ejecución de un contrato de obras del ferrocarril de León a Gijón, entre Gijón y Oviedo, fundó con, entre otros socios, Anacleto Alvargonzález y Julio Kessler, la sociedad "Anselmo Cifuentes y Cª" que, a partir de 1868, sufrió serios apuros económicos por los repetidos impagos del contratista principal, el santanderino José María Ruiz Quevedo, que llegó a adeudar a los gijoneses del orden de treinta millones de reales, cantidad verdaderamente impresionante para aquel tiempo. Para la gestión del cobro de la importante suma, la sociedad mandató al ilustre abogado y político gijonés Faustino Rodríguez San Pedro, que años después, al no ser apoyado por Anselmo Cifuentes en su pretensión de alcanzar plaza de diputado por Gijón por tener comprometido su voto con otro candidato, familiar de su esposa, dio ocasión a un sonadísimo pleito que se sustanció en Madrid, y en el que Faustino reclamó la fabulosa cantidad de 381.730 pesetas., 1.526.960 reales. La Audiencia Provincial, revocó en parte la primera sentencia, que había sido favorable al abogado, quedando la cuestión en manos de notabilidades, nada menos que Pi i Margall, Silvela y Ucelay, propuestas por San Pedro y aceptados por Cifuentes, que hicieron de árbitros, los que solo reconocieron a Rodríguez San Pedro el derecho a cobrar unos miles de pesetas.

A su muerte, el 15 de diciembre de 1892, cuando contaba 78 años, Gijón quedaba plantado de altas chimeneas y en el puerto no cabían más mástiles. En agosto de aquel año, Sagasta, en el desfile oficial de su recepción al llegar su coche descubierto frente a la casa familiar, donde Anselmo consumía sus últimas fuerzas en larga enfermedad, puesto en pie se descubrió ceremoniosamente, momento en que toda la calle guardó impresionante silencio.

No solo dejó Anselmo Cifuentes bien plantadas las altas chimeneas rojas del Gijón industrial, sino que el personal francés y suizo que Truan, director técnico y socio de la fábrica, trajo para la vidriera, sembró en Gijón ideas progresistas y levantó las columnas del primer templo masónico. Fruto de toda la actividad que Anselmo dedicó a Gijón, además del "humo industrial", fueron las "Luces" francesas y los editoriales del primer Comercio, liberal y republicano.

Anselmo Cifuentes fue enterrado en Ceares con gran concurrencia a las seis y media de la madrugada del día 17 de diciembre de 1892. Constancia, su esposa, siguió viviendo, y dirigiendo los negocios, como él dejara ordenado en su testamento, auxiliada por sus cuatro yernos, desde la casa familiar de la calle Corrida, hasta su fallecimiento a los 84 años, el 14 de octubre de 1905.