El 7 enero de 1979, en la página 13 de la edición del día de LA NUEVA ESPAÑA, una noticia a dos de las siete columnas de la plana se daba "como segura": "Desaparece el café Oriental", porque "va a procederse a la demolición del edificio que ocupa, uno de los de aspecto más noble y de mayor dignidad arquitectónica de los que, de su época, quedan en Gijón (...). Los propietarios del Oriental ya anuncian su cierre dentro del presente mes de enero".

Y cerró, en efecto, el viejo cafetón, el último de su especie que quedaba en la calle Corrida, dejando entonces, en la villa, solamente dos establecimientos análogos: el San Miguel y el Dindurra, ambos también ya finiquitados. En las siguientes líneas, por medio de los recuerdos de Sergio Puente Agüeria, que con doce años inició en el Oriental su aprendizaje en la hostelería, se darán algunas pinceladas de lo que en la segunda mitad de la década de los años cincuenta del siglo XX fueron los grandes cafés en los que disfrutaron gijoneses y forasteros, cuando Gijón era, sin duda, un ejemplo que seguir en la hostelería nacional.

En febrero de 1955, cuando Sergio Puente entró de botones en el Gran Café Oriental, en la acera de los números impares de la calle Corrida la lista de cafés era larga. Desde la esquina con la calle de Munuza, el Alcázar, luego el Exprés, el Imperial, el Oriental y el Príncipe.

En un libro chico de formato pero gigantesco en datos, editado en 1936, "Efemérides y curiosidades gijonesas", de José Manuel Lorenzo Fernández, "Fernández del Humedal", se cuenta que "en 1892 Gijón sólo tenía 4 cafés. El Colón, Oriental, Suizo y Universal. De éstos sólo existe el segundo".

Al comienzo de la calle Corrida, en el actual número 5, frente a los Cuatro Cantones (donde tras la Guerra Civil, con el derribo previo de varios inmuebles, se creó la actual plaza de Italia), en 1899 se construyó un edificio de estilo ecléctico, según los planos del arquitecto Mariano Marín, en el que destacan, en la fachada, dos figuras de mujer (cariátides) a la altura del primer piso. En el bajo (con altillo), con fachada posterior a la calle de Santa Lucía, se volvió a ubicar el Gran Café Oriental.

Afortunadamente para la historia de la arquitectura local, la noticia de hace 35 años con respecto al derribo del inmueble no se cumplió, y el edificio, rehabilitado hace unos años, luce espléndido, con sus dos cariátides y balconada corrida del primer piso, frente a la plaza de Italia.

Pero vayamos al Gran Café Oriental de la segunda mitad de los años cincuenta del siglo pasado, regentado por Laureano Junquera Nosti y su esposa, doña Josefina, en el que los escalafones laborales se ganaban a pulso.

El establecimiento, con su gran barra, una soberbia pieza trabajada en madera, abría desde las ocho de la mañana y las dos de la madrugada, con dos turnos de trabajo partidos para sus empleados, unos veinte de plantilla en total. El escalafón, por abajo, se abría con los botones (entre 80 y 100 pesetas al mes de sueldo, más las propinas), que estaban al servicio de los clientes para hacer recados y servicios fuera del café.

Luego se ascendía a ayudante de cafetera, la máquina que era la piedra angular del negocio, aunque en ese puesto sólo se llegaba a calentar la leche, ya que cebar las cazoletas de la cafetera, de la marca Oyarzun, de seis brazos, y tirar el café, era responsabilidad del siguiente empleado en el escalafón: el "cafetera".

A continuación en el riguroso escalafón laboral estaban los ayudantes y los camareros de barra, para pasar a los de sala, todos ellos bajo la atenta supervisión del encargado y hombre de confianza de los propietarios, en este caso Marcelo Suárez Menéndez. Sin olvidar al personal de cocina y a la cajera, tampoco a los dos limpiabotas de servicio en el salón.

El café, materia prima fundamental para dar un buen servicio, se compraba al natural y tostaba en el almacén que el Gran Café Oriental tenía en la calle de Santa Rosa. La leche era servida por un ganadero de Granda, y los botones también eran los encargados de "cargar" los sifones en la cocina, utilizando una máquina especial para el cometido. El hielo, en barras, procedía de la fábrica aneja de la rula, en el muelle. Los botones lo iban a buscar todos los días con una carretilla, y luego se picaba con un punzón.

Clientela

Según los recuerdos de Sergio Puente, el Oriental servía al día unos 2.000 cafés y se hacían entre 100 y 150 servicios externos: a comercios, oficinas y domicilios particulares, aunque la mayor clientela eran los empleados del Banco Urquijo, frente a los jardines de la Reina, y los de la central de Telefónica, en la plaza del Carmen.

La lista de cafés a disposición de los gustos de la clientela también era larga: solo, cortado, con leche, mediano, doble y jarrita (de cobre). Y el "secreto" de un buen café: "Lo primero, calentar la leche sin espuma, sólo la que lleva naturalmente. Luego, echar el café justo en la cazoleta, no se trata de poner más cantidad de la debida para que salga bueno, una presión justa de muñeca y que el chorro caiga en el centro de la taza. Y a los clientes, siempre de usted", subraya Sergio Puente. Así se hacían en el Oriental los cafés "te lo juro por mi madre".

Vino, quintos de cerveza de La Estrella de Gijón y de El Águila Negra, vermut y compuestas eran las bebidas más demandadas, servidas con el "pinchu" preferido por muchos gijoneses: calamares fritos, buñuelos de pescado o gambas al estilo orly.

La ginebra compuesta podía ser seca, semiseca y dulce. La seca, acompañada de una aceituna, y la dulce, con una guinda. Una mezcla de ginebra y vermut de color, con unos golpes con el "goteru" de Grand Marnier, coñac y Chartreuse, sin olvidar la hierbaluisa, cortada en la aldea. También se pedía en el Oriental el refrescante Gin Fizz, con ginebra MG (muy seca), azúcar, zumo de limón, clara de huevo y dos cucharadinas de leche.

Y la leche helada, toda una institución en la calle Corrida, a la que era muy aficionado Melquíades Álvarez, el gran tribuno reformista que marcó toda una época en la política española desde sus orígenes gijoneses. La fórmula (mezcla) de la leche helada era un secreto sólo al alcance de los dueños del Gran Café Oriental a la que no tenían acceso los empleados.

Otro café muy solicitado era el llamado "chico en grande" (café solo con bolas de mantecado) y también los yogures, que se compraban en la farmacia Castillo, en la misma calle Corrida. Y las servilletas, siempre dobladas "en zigzag". Tampoco se deben olvidar los juegos de cartas, los dados y el dominó de los parroquianos. En 1960, en la acera de los números pares de la calle Corrida, abrió el café Mayerling, que fue un revulsivo en el sector. Allí y en la fábrica de vidrio Bohemia Española se inventó el vaso de campana, bautizado luego como "vaso estilo Gijón", ideal para el cubalibre. Pero ya es otra historia.