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Mata Hari, aquel viaje a Gijón antes de morir

La espía más famosa de la Historia, fusilada hace cien años, pasó unas horas en Asturias a finales de 1916

Una de las imágenes que se conservan de Mata Hari, en la que se puede apreciar su sensualidad.

En una fría mañana de noviembre de 1916 llegó al puerto gijonés de El Musel un carguero procedente de Falmouth, ciudad y puerto marítimo de la costa sur de Cornualles, en Inglaterra, con el pretexto de reponer sus carboneras. Nada nuevo bajo el sol salvo por la salvedad de que portaba, además de mercancías, a Margaretha Geertruida Zelle como pasajera de lujo. Era ella una dama nacida en la ciudad holandesa de Leeuwarden, deslumbrante y ejemplo del ideal de belleza imperante a la que pocos meses después fusilaron durante la primera Guerra Mundial. El pasado 15 de octubre, hace justo una semana, se cumplieron los cien años de su muerte en la zona de Vincennes, a las afueras de París. Pocas certezas hay sobre la vida y obra de Mata Hari, la espía más famosa de la Historia. Muchas son las dudas que se ciernen ante ella aunque lo que sí es cierto que antes de morir atracó en Asturias. Aunque fuese solo por unas horas.

A Gijón llegó ataviada con un sombrero de gran pluma, abrigo de pieles oscuras y una sombrilla en la que apoyaba gentilmente sus andares. Fueron a buscarla varios agentes del servicio de espionaje provenientes de la embajada francesa en Madrid. Abandonó el buque con signos de fatiga y palabras de desagrado tras un viaje incómodo y rodeada de carga y mugre. Le pidieron retratarse en una fotografía y le cambió el semblante aunque terminó por acceder. Junto a los agentes galos provenientes de la capital pasó sólo unas horas en Gijón, colmada de atenciones y delicadezas por los hombres que la acompañaban. Pocos después la comitiva se dirigió a la Estación del Norte con rumbo ferroviario hacia Madrid.

Mata Hari fue la hija mayor de cuatro hermanos -el resto todos varones- dentro de una acomoda familia del norte de los Países Bajos que vivía del trabajo de sombrerero del patriarca. Era una niña menuda y pelo oscuro que desde muy joven recibió clases de francés, alemán e inglés. Sus padres terminaron por separarse y su madre murió al poco del divorcio. Cuando tenía 18 años leyó en el periódico una noticia en la que el capitán Rudolph MacLeod publicaba un anuncio en el que decía buscar esposa. La joven Margaretha se interesó por la propuesta y tras un tiempo de envíos de correspondencia terminaron por casarse en Ámsterdam y teniendo dos hijos. Junto a él se trasladó a la isla de Java, en Indonesia, otrora colonia holandesa, y caldo de cultivo para lo que luego sería la faceta de bailarina de Mata Hari. Allí también perdió a uno de sus hijos y a su marido, éste por entregarse a la bebida.

Los bailes orientales fueron su vía de escape. Nunca recibió clase alguna y copió lo que veía pero de una forma misteriosa y sensual. Se fue a vivir a Francia y allí puso en práctica sus encantos. Tuvo fortuna en que sus actuaciones, tras fracasar como modelo, tuvieron como testigo a muchos hombres poderosos. Varios de ellos compraron boleto para verla actuar sobre el escenario y también sobre su cama. Era precisamente entre las sábanas, según cuenta, donde lograba las confesiones que su trabajo de espía precisaba. Le daba igual la nacionalidad, ya fuesen franceses o alemanes, siempre y cuando tuviesen uniforme militar. Fueron esos hombres su perdición.

Con el estallido de la I Guerra Mundial se dejó querer por los servicios secretos franceses para que espiase para ellos. Lo hizo durante mucho tiempo desde La Haya y por varias capitales europeas. Siempre bajo la lupa de suministrar información a los alemanes. Fue detenida el 13 de febrero de 1917 en el Elysée-Palace Hotel por el Gobierno francés por su colaboración con los alemanes. Nunca quedó claro si conspiró contra las potencias aliadas durante el conflicto bélico, lo más que llegó a afirmar fue que aquello que comentó carecía de valor. Lo que sí es cierto, en cualquier caso, es que "por espionaje, colaboración e inteligencia con el enemigo, Margaretha Selle, llamada Mata Hari, es condenada a muerte.

Cuentan que se negó a que le vendasen los ojos antes de la descarga para mirar fijamente al piquete de ejecución. Tan sólo se despidió con el ruego de que al disparar respetasen su cara. Una bala, al final de sus días, fue quizá lo único cierto que entró en su corazón.

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