Para Amada Díaz, el Domingo de Ramos es la cita anual para bendecir el puñado de romero y laurel con el que condimenta los cocidos. Y nada puede cambiar esta costumbre. Frustrada porque la iglesia parroquial de los Carmelitas anuló este año la tradición debido a las restricciones del covid-19, la octogenaria, con cierto secretismo, se llevó ayer el ramillete metido en el bolso y lo elevó en el aire en dirección al sacerdote durante la bendición. “Yo creo que así ya vale, quedo tranquila”, aseguró.

Fueron varios los feligreses que no pudieron resistirse a llevar el ramo hasta Begoña, que también tuvo que cancelar su popular procesión de la borriquilla. “Tenemos miedo a que se muera la tradición, es un pequeño gesto que no hace daño a nadie”, señaló Lucía Lavín, que acordó días antes con el párroco, Fidel Gil, una solución. “Dijo que no había problemas y que con la bendición general del final valía lo mismo. La idea era evitar que viniese mucha gente”, razonó. Más despistadas estaban Sara Collado y María Dolores Romo, madre e hija, que fueron a misa con su manojo de laurel creyendo que no había cambios. “Qué ganas de volver a hacer las cosas como es debido”, dijeron.