El Acuario de Gijón enseña todos sus rincones con visita a las zonas técnicas y permite conocer cómo se alimenta a los animales

La muestra accede a las zonas de cría de plancton y de cuarentena y al Centro de Recuperación de Animales Marinos

Algunos peces reciben entrenamientos para poder ser mejor atendidos: "Buscamos reducir su estrés"

Pablo Palomo

Pablo Palomo

Unos guantes de látex recubren las manos con las que Jaime Odriozola sostiene unos trocitos de pescado, el alimento de los tiburones cebra del Bioparc Acuario de Gijón. Los animales acuden aleteando, se introducen en un semiconducto que emerge del agua de su tanque y de pronto, sin previo aviso, se ponen panza arriba, se dejan examinar y hasta hacerse una ecografía. Escenas como estas las viven todos los días los profesionales del centro gijonés, pero suceden en la sombra, en la parte trasera de la exposición principal. Al otro lado de las vitrinas. Suceden o mejor dicho sucedían porque este verano el Acuario ha incorporado a su oferta la visita guiada «Acuario Oculto», una muestra que recorre las zonas técnicas del complejo como las salas de cuarentena, los cultivos de plancton o el Centro de Recuperación de Animales Marinos de Asturias (CRAMA) junto con el recorrido habitual. «Es una de las partes que más nos ha gustado. Se hace impresionante», aseguraron varios de los visitantes de esta actividad.

La muestra persigue un doble objetivo. Por un lado, completar lo que se ve a simple vista. Y por otro, poner de manifiesto que el Acuario tiene un importante papel a la hora de la conservación de la flora y fauna marina. Mariana Balboa es la responsable de marketing del complejo. «Nuestra labor no solo es expositiva sino también de conservación de la naturaleza», detalla. LA NUEVA ESPAÑA pudo recorrer junto a profesionales del Acuario los rincones del establecimiento. Brezo del Riego, una de las educadoras del centro, resume bien lo que significa el recorrido. «Normalmente se ven las vitrinas de los acuarios, que es como el escaparate de la tienda. Esto es como entrar en la trastienda del local», resume. Se puede decir que, como en los vinilos, esta exposición transita por la cara «B» del Acuario. Es como el viaje de Alicia en el País de las Maravillas, solo que en vez de cruzar un espejo, se accede al otro lado de las vitrinas del algunos de los acuarios donde nadan decenas de especies como los imponentes tiburones toro.

El viaje arranca por los laboratorios de cultivo de plancton. Los acuaristas describen esta sala cariñosamente como el «laboratorio del Doctor Bacterio». El nombre le encaja porque el espacio está lleno de matraces de varias formas llenos hasta arriba de líquidos de colores chillones. La sala es de vital importancia para la alimentación de las 460 especies del Acuario. «El plancton es la base de toda la red trófica oceánica. A la hora de cultivarlo todo lo medidos muy bien para evitar la contaminación cruzada», detalla del Riego. Al pie de este laboratorio está el criadero de medusas. Pocas presentaciones necesita. Varios ejemplares de la especie campana flotante pululan translúcidos en su kreisel, que es como se llama su pecera, completamente ajenos a lo que sucede fuera. «Son animales poco longevos así que los tenemos aquí varios meses hasta que crecen y los podemos introducir en la exposición», concreta Brezo del Riego.

El proceso de alimentación de algunas especies es, nunca mejor dicho, uno de los platos fuertes de la exposición. Todo sucede en la parte trasera de los acuarios, zonas técnicas de techos bajos y ambiente húmedo donde se trata con muchísimo mimo hasta el último de los 5.000 animales del Acuario. Rubén Morales y Raquel Blanco son dos visitantes que quedan sorprendido con el proceso para llenar el estómago de dos grandes tortugas. Las dos tienen que entrar en una gran plataforma que emerge del agua. A una le cuesta más que a la otra y tiene que ser guiada con un señuelo rojo hasta su destino. Los acuaristas Jaime Odriozola y Pablo Corrales se encargan de echarles de comer. Miden cada gramo de alimento al milímetro. De todos estos detalles no pierden pista ni Morales ni Blanco, ni ninguno de sus acompañantes. «La visita, visto lo visto, nos parece muy completa», exclaman.

La alimentación de los animales requiere un importante entrenamiento. Un entrenamiento que no tiene fines lúdicos sino científicos. Se adiestra a aquellos animales que tiene más capacidad de aprendizaje. «No se trata de que nos choquen la aleta, sino de que los animales asocien el estímulo de la comida, que es el más positivo que existe para ellos, con los cuidados y las vigilancias que aquí practicamos», matiza del Riego. Los entrenamientos sirven además para hacer seguimiento de los animales, como el de los tiburones cebra a los que regularmente se les hacen ecografías. «Lo que se busca es reducirles lo más posible el estrés. Estos, por ejemplo, entraron cuando eran pequeños», añade el acuarista Odriozola mientras gestualiza con sus manos para remarcar el reducido tamaño de los tiburones cebra cuando eran unas crías. Ahora están mucho más crecidos. Y verles comer es un espectáculo.

La idea de los cuidados engarza con el CRAMA, una de las paradas de la visita. El espacio, construido con el apoyo de la Fundación Biodiversidad, está fuera del Acuario. Cuenta con unas cubas para recepcionar focas y con piscinas donde ahora nada una tortuga boba (así se llama su especie) recogida hace varios meses. El CRAMA es un espacio donde se cuida a los animales antes de regresarlos a la naturaleza. La sala está llena de pizarras con datos y unas ecografías de la tortuga, a la que hubo que amputarle una aleta, cuelgan de la pared de esta construcción modular. «Los cuidados que se practican aquí son muy diferentes a los que se hacen con los ejemplares de la exposición», cuenta Balboa. La razón es que, dado que esos animales algún día deberán regresar a su hábitat, no es una buena estrategia para su integridad acostumbrarlas a tener contacto con los humanos.

La visita atraviesa también las zonas de cuarentena, el lugar porque el pasan todos los peces antes de ir a su acuario y al que acuden cuando tienen alguna dolencia. Ahora, por ejemplo, las salas están llenas de peces payaso, esa especie tan simpática conocida por ser la protagonista de «Buscando a Nemo». «También es una zona de cría de vertebrados y de corales», añade del Riego. El Acuario enseña en esta exposición hasta su último rincón y eso incluye las zonas de filtrado de agua, por las que pasan, cada una por su sistema, unas diez veces a la hora los dos millones de litros del Acuario. A su lado está el generador electrógeno, que funciona con gasolina y se activaría tan solo en el caso de un apagón. Rincones así, tan alejados de lo común conforman una actividad veraniega que está teniendo mucho éxito porque permiten conocer mejor cómo se trabaja en un Acuario que revela sus secretos.

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