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Dolor en Santa Marina del Rey en el funeral de José Antonio Justel: "Era pura bondad"

El pueblo leonés arropa a la familia del cartero fallecido tras la paliza en Fomento: «Es terrible para unos padres enterrar a sus dos hijos»

Pablo Palomo

Pablo Palomo

«¿Qué podemos decirles a unos padres que en siete años han enterrado a los dos hijos que tenían?». La pregunta la lanzó ayer al aire Ramiro Fernández, el cura del pueblo leonés de Santa Marina del Rey y quedó sin respuesta. Quizás, porque a Marcial y Josefina, los padres de José Antonio Justel Alonso, el leonés fallecido tras recibir una paliza en Fomento, presentes ayer en su funeral, no haya nada que se les pueda decir. Los dos progenitores estuvieron en primera fila del templo de este pueblo en la ribera del Órbigo, arropados por los tíos de la víctima y sus primos, y por todo un pueblo que lamentó en el alma la tan brutal muerte que le dieron la madrugada del viernes al sábado a uno de sus paisanos. El último adiós a José Antonio Justel, cartero en Gijón, aunque licenciado en Geografía, tal y como desveló ayer LA NUEVA ESPAÑA, fue en la misma iglesia en la que siete años antes los mismos protagonistas despidieron a su hermana, Marta, fallecida tras una larga enfermedad a los 41 años. Su recuerdo, como el del hijo de seis que deja huérfano José Antonio Justel a los 44 años, estuvieron ayer muy presentes en el templo de Santa Marina del Rey.

Su recuerdo lo estuvo tanto en la misa, que comenzó a las doce y media, como después en la marcha fúnebre en la que alrededor de medio centenar de personas escoltaron a la familia y al coche fúnebre en casi completo silencio desde la iglesia hasta el cementerio del pueblo. Apenas unos 800 metros entre un sitio y otro en un recorrido que pasó por delante de la Casa Consistorial, el centro de día y uno de los cuatro bares de la localidad. La eucaristía la impartió Ramiro Fernández, pero estuvo arropado por el cura Juanjo Ruiz, de la parroquia de San Antonio de Padua de León. Esta iglesia se encuentra muy cerca del cruce «Michaísa», al pie del barrio del Crucero, donde creció y estudió Justel Alonso. «Hay que destacar su bondad. Es absurdo que esta violencia se haya llevado una vida por delante de esta manera», lamentó tras el oficio Juanjo Ruiz.

La iglesia de Santa Marina del Rey queda casi en el centro del pueblo, a muy pocos metros de la plaza Mayor. El templo cuenta con un tablón de anuncios a su entrada. Se podían leer ayer varias esquelas, entre ellas, la de José Antonio Justel. A la derecha del pórtico de acceso, donde se recibió el ataúd, aún perdura un letrero de mármol, como sucede en muchos pueblos de España, con el nombre de «los caídos por la Patria» el 18 de julio de 1936. El templo, de paredes amarillas y cristaleras por las que se filtraba la luz del mediodía, se quedó pequeño para el funeral. Hicieron falta dos coches fúnebres, uno para el ataúd y otro para las muchísimas coronas y ramos de flores que luego adornaron el altar. El cura Ramiro Fernández salió a recibir los restos mortales de José Antonio Justel. Le rodearon vecinos y algunos familiares, estos sin poder contener el llanto.

El sermón del religioso leonés trató un imposible. Dar consuelo a unos padres que saben que han matado a su hijo en apenas siete segundos. Lo que duró, según las cámaras de seguridad, la mortal paliza. Ramiro Fernández habló de la paz y pidió el final de todas las guerras. «Qué terrible es para unos padres enterrar a un hijo. Qué terrible para estos haberlo hecho con los dos a los que les dieron la vida, por los que lucharon y a los que ayudaron a crecer y madurar», dijo en un fragmento de su intervención. Hizo también una lectura bíblica el alcalde del pueblo, el socialista Francisco Javier Álvarez. Y hubo partes cantadas por el coro parroquial. «Hemos tenido que cantar mirando a la pared de la pena que sentimos», contó Tere Álvarez, miembro de esta agrupación.

A pesar de que hacía tiempo que José Antonio Justel no acudía con frecuencia a Santa Marina del Rey y de que sus padres hacía tiempo que vivían en León, esta localidad amaneció compungida. Es este un pueblo de poco menos de 2.000 habitantes. De esos en que los paisanos se ponen la mano de visera cuando avistan un coche desconocido, pero donde todavía saludan a todo el mundo por la calle incluso a los forasteros, y donde el vehículo más usado no es el coche, sino viejas bicis de la marca «BH» que montan los mayores con pitillos entre los dientes. El pueblo cubrió de cariño a la familia. «Son muy queridos. Buena gente y trabajadora», comentó Raquel Sánchez, una vecina. «Ojalá les pillen pronto y se haga justicia. Que no salgan nunca de la cárcel», dijo Rosalía Martínez, otra habitante.

La mañana terminó con el entierro en el cementerio. El camposanto está salpicado de cipreses entre las tumbas. Se ve desde él una vieja ermita de roca y ladrillo rojo. José Antonio Justel descansa ya para siempre en la tierra de su madre. En la misma tumba donde está su hermana. Su último acto en este mundo fue donar todos sus órganos para que otra persona viva la vida que a él le arrebataron.

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