Así es la primera mujer española que tuvo licencia para pilotar globos aerostáticos

"Toda la vida hice lo que me gustó, algo a lo que nadie debería renunciar", señala la gijonesa Luisa Hernández Piñole

Luisa Hernández Piñole, en el muro de San Lorenzo.

Luisa Hernández Piñole, en el muro de San Lorenzo. / Marcos León

A. Rubiera

A. Rubiera

La gijonesa Luisa Hernández Piñole (1942) es una pionera porque su madre era una pionera; como lo fueron sus tías. Nieves Piñole, su madre, fue dentista en Gijón cuando las mujeres no tenían derecho a ejercer de casi nada que saliera del ámbito familiar. Y Emilia y Natalia Morís, sus tías, fundaron toda una institución educativa local: el colegio Blanca Nieves.

Así que Luisa creció sin ataduras. Haciendo todo lo que despertaba su atención en cada momento y sin el lastre de tener que cuestionarse si estaría bien visto para su género. En su caso ese lastre, a ojos del mundo, era su propio carácter. "Pobre Nieves, con lo lista que es y la hija que tiene...", oía a menudo por esas inquietudes suyas que eran vistas como "rarezas". "Al lado de mi madre, lo que yo haya hecho no vale para nada. Porque a mí nada me costó, yo ya me encontraba dentro", añade ella.

Es su forma de restar méritos a que haya sido fundadora de dos ópticas –una en Madrid y otra en Gijón–, una destacada saltadora de trampolín en Asturias, montañera, esquiadora, viajera... Sin límites. Hasta que ella misma los encontró en el cielo cuando se sacó la licencia de piloto de globos aerostáticos. Eran los años ochenta y fue la primera mujer de España en hacerlo.

"Crecí haciendo cosas que igual se ven como extraordinarias, pero que para mí no lo eran. Es verdad que por entonces oía a otras contar cosas que me parecían asombrosas: que si no podían hacer esto o lo otro, o no podían salir solas... Pero a mí eso no me pasaba", insiste.

Así que Luisa, con un carácter marcado por su "interés por todo" y un espíritu "activo e independiente, herencia de mi madre y tías, grandes profesionales y deportistas", empezó diferenciando su senda haciendo saltos en el antiguo Grupo Covadonga. "Era un club de hombres, pero por el verano abrían una piscina para mujeres. No había casi nadie, y yo nadaba ahí y hacía trampolín. Era la única", cuenta. Hasta que marchó a Madrid a estudiar Óptica y lo dejó.

"Crecí haciendo cosas que igual se ven como extraordinarias, pero que para mí no lo eran"

Con espíritu aventurero, en el currículo vital de Luisa también están la montaña, el esquí, las rutas por el mundo por circuitos que no tenían nada de habituales "ni por el destino ni por la manera de viajar": "Atravesé el Sahara en todoterreno, fui a Argelia, a Mali, Senegal, China, también estuve varias veces en la India...". Recuerda que su profesión de óptica la llevó "a las grandes ferias de Milán, París... cuando no iba nadie".

Luisa Hernández se casó en Madrid y, ya separada, volvió a Gijón y "con un grupo de amigos formamos el Aerostación Club Astur". Lo que ocurrió antes fue que "un día vi volar un globo en Gijón. Era de unos chicos de Madrid. Hablé con ellos, me subí... y me fascinó". Se le ilumina la cara cuando habla de esos paseos por el cielo. "Esa sensación de estar ahí arriba, como flotando... esa felicidad que no hay nadie que no sienta cuando se eleva la barquilla. Si te fijas, todo el mundo sonríe cuando está volando en globo... Esa tranquilidad que hay en el ambiente y que se te mete dentro... Y esa incertidumbre también, porque antes salías sin que hubiera teléfono, sin garantías de dónde irías a caer... Son todo sensaciones muy potentes", describe. Por no añadir que, además, "Asturias es preciosa desde el aire".

Así que Luisa, cuando el mundillo de la aerostación casi estaba empezando, decidió comprarse un globo y sacarse el título de piloto. "Compré uno inglés. Muy pequeño en comparación con los que hay ahora. Tuvimos que cortarle las sujeciones porque eran muy altas y yo no llegaba.... El único globo que había en Gijón era el mío y andaba por ahí en él todo lo que podía. Era emocionante. Una época preciosa", rememora.

"En verano el Grupo abría una piscina para mujeres y yo nadaba allí y hacía trampolín; era la única que lo hacía"

Además, encontró en otros "globeros" como ella ese "grupín de raros, de personas todas un poco especiales", donde Luisa encajó como un guante. "Nunca noté la diferencia de trato por ser mujer. Como yo ya venía siendo una mujer independiente toda la vida, esto era solo una cosa más". Ni lo sentía, ni pensaba en ello. Para esta gijonesa, lo natural es "que si te gusta una cosa la hagas. Yo todo lo que hice en la vida me gustó y lo disfruté, y eso es algo importantísimo. Y a lo que nunca nadie debería renunciar".

Gracias a los vuelos en globo pudo contemplar paisajes de Asturias, de España y del mundo "desde otra perspectiva". Y disfrutar de "la gran sensación de libertad que supone dejarte llevar por el viento". No importaba mucho dónde ibas a caer, cómo, "o si te recibirían con la triente en la mano para que salieras de sus praos, o con los brazos abiertos y hasta ofreciéndote un desayuno".

Participó en campeonatos "en España, en Hungría, en Inglaterra..." y siempre como una "rara avis". "Éramos muy pocas, por no decir ninguna mujer". Pero ni le importaba, ni le impedía. "Aún hay pocas chicas que sean pilotos y no sé muy bien por qué. Porque se puede hacer; hay que tener algo de fuerza, sí, pero siempre tienes ayuda", explica para animar. En realidad, lo que Luisa ha aprendido con los años es que "muchas veces la gente tiene miedo de cosas insospechadas. Es más bien una actitud ante la vida. Yo he preferido ser de otra forma y hacer cosas diferentes para ver si me gustaban o no. Hay que olvidarse un poco de lo que piensen los demás. Así eres libre en cualquier situación. Sin molestar a nadie, se puede hacer lo que cada uno quiera y le entusiasme".

Y que no te haga mella que te digan "qué cosas haces, Luisa. Asustas a los hombres", como ella tuvo que escucharle a alguno. Dice que, con perspectiva, ahora se da cuenta de que "mi entorno de vida fue algo especial y por esos mis vivencias son distintas". Su reflexión es que. "a pesar de las dificultades que todos encontramos en la vida, yo he sabido disfrutar de cada momento con intensidad y siempre he contado con el apoyo de mi familia y entorno". Aunque por momentos –y lo dice pensando en los años de infancia de sus hijas– "ser la mamá rara igual era un poco fastidiado para ellas".

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