Nuevo Roces se ha convertido en epicentro de las reivindicaciones de Gijón por dos motivos: una intensa actividad del tejido vecinal, perfectamente organizado, y una creciente lista de problemas derivados de las peculiaridades del barrio, tanto físicas como sociales. Este sonoro malestar atrae desde hace semanas hasta el único rincón urbano del concejo situado al sur de la ronda a políticos de todos los colores con ganas de escuchar las quejas o simplemente de hacerse una foto. Pero los asuntos que hay sobre la mesa siguen sin solución o avanzan muy lentos. Viejas reivindicaciones, como la construcción de un consultorio médico y de un colegio, apenas han dado los primeros pasos. Y otras, como las carencias del transporte público, se han enquistado. En paralelo, han surgido nuevas necesidades, según los residentes, como la escasez de plazas de aparcamiento en una zona que seguirá sumando población. Todo ello ha contribuido a generar un espacio sin apenas actividad comercial, más allá de alguna gran firma y un puñado de negocios hosteleros, auténticos centros de la vida cotidiana incluso en estos tiempos de duras restricciones por la pandemia.

Para comprender las deficiencias de Nuevo Roces hay que retrotraerse a sus orígenes. El barrio empezó a planificarse a principios de siglo debido al agotamiento de suelo para desarrollos residenciales, las limitaciones de la normativa urbanística en el corazón de Gijón y el imparable aumento del precio de la vivienda. El Principado y el Ayuntamiento dejaron en manos de la sociedad mixta Sogepsa la reordenación de un millón de metros cuadrados al otro lado de la Autovía del Cantábrico, con la idea de levantar 3.700 viviendas, casi todas más baratas que en el mercado libre. La primera piedra se puso en diciembre de 2006 y los primeros vecinos llegaron hace casi once años. Pero aquel macroproyecto se hizo sin tener en cuenta factores básicos como la sostenibilidad y la habitabilidad, generando un lugar con tintes artificiales y aislado del resto de la ciudad.

De aquellos polvos, han llegado los actuales lodos. Este rincón, que está a punto de rebasar los 5.000 residentes, con una edad media muy inferior a la regional, sigue a la espera de servicios sanitarios y educativos básicos. La construcción del consultorio se ha desbloqueado y debería comenzar en los próximos meses, aunque no hay certeza absoluta y el equipamiento parece haberse quedado pequeño antes de nacer. El también demandado colegio tendría que abrir sus puertas en un máximo de cinco años, aunque nadie confía en esa fecha. Y la cicatriz de la autovía se ha cerrado en términos peatonales con una necesaria pasarela, pero esta mejora no ha llevado aparejada un aumento de las frecuencias de los autobuses. A las carencias, se suman inconvenientes que afectan a la calidad de vida, como los ruidos de la cercana Autovía Minera. En definitiva, un largo listado de obstáculos que las administraciones se han empeñado en afrontar de forma independiente y cada una por su cuenta en vez de hacerlo de la mano y globalmente. Porque Nuevo Roces necesita un rediseño integral. De manera urgente.