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Ana González Rodríguez

Una nueva tradición para El Bibio

El maltrato animal, que resulta difícilmente comprensible en una sociedad moderna

Ana González.

Entre los asuntos que me encontré sobre la mesa cuando, en junio de 2019, asumí la Alcaldía de esta ciudad, se encontraba la feria taurina de Begoña. En aquel momento ya se había agotado la concesión al empresario Carlos Zúñiga, pero estaba en vigor la primera de las tres prórrogas a las que tenía derecho y que garantizaban la celebración de corridas de toros en Gijón hasta el verano de 2021. Al mismo tiempo, mi partido, el PSOE, había aprobado entre sus resoluciones congresuales la determinación de evitar el fomento de la tauromaquia por entender que su práctica conlleva, como nadie puede negar, un maltrato animal que resulta difícilmente comprensible en una sociedad moderna. Ante tal disyuntiva, el gobierno que presido optó por una solución salomónica: se agotarían las dos prórrogas en el pliego aun no siendo obligatorias y, una vez finalizada la última, no habría más concesiones para festejos taurinos. Había una razón para optar por esta vía: agotar sin más todas las posibilidades previstas en el contrato sin ninguna discusión administrativa, aunque no fuera obligatorio la concesión de las diferentes prorrogas posibles. Ya en el 2019 resultaba evidente el importante aumento del rechazo de la sociedad gijonesa al espectáculo taurino, por lo que tocaba cerrar este capítulo.

La pandemia impidió la celebración de la feria taurina en 2020, lo que supuso que la prórroga prevista para aquel ejercicio pasara a éste y, en consecuencia, la celebración de corridas de toros en la ciudad se prolongase hasta 2022. Sin embargo, eso no sucederá porque la semana pasada se traspasó una línea roja al hacerse, en plena feria, mofa y escarnio de un principio, el de la igualdad –entre hombres y mujeres, pero también entre personas de distintas procedencias o razas–, que no sólo constituyen derechos humanos irrenunciables, sino que se encuentran en la base misma de nuestra convivencia cívica y en el eje de los valores que nos definen como una sociedad moderna y civilizada.

Desde que anuncié mi decisión, desde algunas tribunas me han llamado “sectaria” o “ridícula”, e incluso un torero ha tenido el detalle de tildarme de “inculta” en un vídeo que puso a circular una fundación sostenida con dinero público. Lo doy por bien empleado si consideran que lo sectario, lo ridículo, lo inculto, es rechazar el maltrato de animales y defender cuestiones tan básicas como que las mujeres somos iguales que los hombres o que ninguna persona es más que otra en virtud del color de su piel. Argumentar, como se ha argumentado, que los nombres de los toros se heredan no hace sino demostrar que el ámbito de la tauromaquia no sabe leer muy bien el signo de los tiempos: si son incapaces de entender que, en el verano de 2021, el hecho de bautizar como “Feminista” a un animal criado para sufrir tortura y muerte ante el aplauso del público nos resulta ofensivo e indignante a muchas personas, quizá deban replantearse ciertas cosas. Las tradiciones importan cuando sirven para que nos encontremos en ellas, no cuando aprovechan sus particularidades para excavar una trinchera en torno a la cual nos dividamos. Por eso unas perviven y otras no, y de ahí que conservemos canciones o prácticas artesanales con origen en siglos muy lejanos y que hayamos dejado de celebrar autos de fe o quemas de brujas, ceremonias que llegaron a ser en ambos casos muy tradicionales y que no creo que nadie medianamente sensato defienda en nuestros días.

También se ha dicho que el Ayuntamiento “prohíbe” la tauromaquia, lo cual constituye una falacia. Nadie ha prohibido nada. Sencillamente, el Consistorio dejará de auspiciar la celebración de corridas de toros en El Bibio ni en ningún otro equipamiento municipal. Cuando las tradiciones se revelan obsoletas e incapaces de comprender la época en que se desarrollan, no tiene sentido mantenerlas de forma artificial. De ahí que pensemos que lo mejor es que Gijón y El Bibio inauguren, a partir de hoy, una tradición nueva.

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