Nuevas epístolas a "Bilbo"
Don Álvaro Cunqueiro
"Ahora que viejo y fatigado voy, perdido con los años el amable calor de la moza fantasía, por veces se me pone en el magín que aquellos días por mí pasados, en la flor de la juventud, en la antigua y ancha selva de Esmelle, son solamente una mentira; que por haber sido tan contada, y tan imaginada en la memoria mía, creo yo, el embustero, que en verdad aquellos días pasaron por mí y aun me labraron sueños e inquietudes, tal como una afilada trincha en las manos de un vago y fantástico carpintero. Verdad o mentira, aquellos años de la vida o de la imaginación fueron llenando con sus hilos el huso de mi espíritu, y ahora puedo tejer el paño de estas historias, ovillo a ovillo. Cuando de obra de nueve años cumplidos por Pascua Florida, con la birreta en la mano, me acerqué a la puerta de mi amo Merlín, ¿quién diría que me la iban a llenar, la gorrilla nueva, de las más misteriosas magias, encantos, inventos, prodigios, trasiegos y hechizos? Nunca regalo como éste, digo yo, le fue hecho a un niño, y como de un cuerno maravilloso saco cinta tras cinta, cuento tras cuento, y con mis propios ojos contemplo toda aquella tropa profana que a Merlín acudía y a sus siete saberes: en Merlín se juntaban, tal los hilos de un sastre invisible, todos los caminos del trasmundo. Él, el maestro, hacía el nudo que le pedían. Ya lo veréis".
De corrido quise leerte, "Bilbo", el texto anterior con el que Cunqueiro inicia las fabulosas historias del libro "Merlín y familia", prestado magnánimamente por el vecino ecuánime, y a más señas identificatorias justo, esbelto señor del predio de Vilabrille. Así, de seguido, te señalo con la extensión y el tino pertinentes mi admiración por un autor más mentado que leído, a mi parecer. Pues tengo para mí que si el mismísimo Miguel de Cervantes levantara la cabeza, se quitaría el sombrero, o el yelmo, ante la desbordante imaginación y admirables dotes narrativas del escritor gallego.
Lo cuelo en nuestras conversaciones por la razón que sigue: Algunos amables lectores de estas epístolas me recriminan con dulzura explícita que, en ocasiones, utilizo términos que les obligan a consultar el diccionario. Río en mi fuero interno, y en el externo pongo cara de circunstancias, como diciendo que no será para tanto la cosa o que tampoco es mala costumbre echar mano de los diccionarios durante la lectura. Convendrás conmigo, erudito can, cuán más instructivo y enriquecedor resulta leer a Cunqueiro, aun cuando conlleve cierto esfuerzo comprensivo, que comunicarnos mediante señales de humo o repetitivos memes, emoticonos, emojis y demás pegatinas virtuales.
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