Palabras con silencios

La Iglesia Católica y la Constitución española

Javier Gómez Cuesta

Javier Gómez Cuesta

Acabamos de celebrar, con preocupación y sobresaltos, el 45.º aniversario de la Constitución elaborada con las virtudes e ideales más nobles y la exigencia de los derechos más humanos que pueda tener en su ADN un pueblo para gozar de la mejor salud democrática y de la convivencia en la diversidad. Los mejores analistas en "biología política" detectan síntomas graves de carcoma, vaciamiento, deterioro o deconstrucción. Son los diagnósticos que denuncian. Curiosamente no los ven y los niegan los que colaboran a ellos. Se suele esgrimir que la Constitución es un instrumento y no un libro sagrado. Pero la realidad es que, por ser al menos "semisagrada", puede salvar momentos críticos de la historia y su destrucción sumerge en el caos a las naciones.

Con motivo de este aniversario y con el fin de recordar ese período histórico de la nueva Constitución del 78 y el papel que jugaron los católicos españoles, obispos y seglares, jerarquía y laicos, todos ellos en sintonía y buen entendimiento, se me ocurre releer la elaboración del artículo 16 donde se reconoce la libertad religiosa y la colaboración con la Iglesia católica.

En un primer borrador no había ninguna mención concreta a la Iglesia católica. En el capítulo de Derechos y Libertades, se reconocía la libertad religiosa y que nadie podía ser obligado a "declarar su ideología, religión o creencias". En aquel momento, pilotaba la Conferencia Episcopal el cardenal Tarancón y eran varios los obispos que habían asistido al Concilio Vaticano II, que había elaborado el Decreto sobre libertad religiosa y la Constitución Gaudium et Spes en que clarificaba la separación de la Iglesia y Estado.

Al debatirse ese artículo 16, la Conferencia Episcopal que había publicado poco antes un decisivo documento sobre "Los valores morales y religiosos ante la Constitución" y sobre todos los seglares comprometidos en Movimientos de A.C. y otros de matriz religiosa (recuérdese el grupo Tácito o Cuadernos para el Diálogo, Propagandistas del cardenal Herrera), como Marcelino Oreja, Silva Muñoz, Landelino Lavilla, Herrero de M., Sánchez Terán, el mismo presidente Adolfo Suárez y tantos otros tantos, los que defendieron el tercer párrafo de ese artículo donde se dice de que "los poderes públicos (…) mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia católica y demás religiones". Votaron afirmativamente los comunistas, se abstuvieron los socialistas. No superan el síndrome.

Hoy, en España, esos grupos se han debilitado y no veo que los nuevos tengan esa preocupación de ser "levadura" y "fermento político" para, con una espiritualidad recia, ser testigos en la calle del Reino de verdad, justicia, fraternidad y paz.

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