Palabras con silencios
"Bendecid, sí; no maldigáis"
La recomendación es de San Pablo. Menudo barullo se ha levantado en el interior de la misma Iglesia por la concesión de poder bendecir a parejas de la misma orientación sexual que la pidan y que el ministro juzgue que, en el caso que se le presenta, hace un bien con ella. Una bendición sencilla, sin ornamentos ni fórmula litúrgica, evitando todo lo posible que se pueda confundir con la celebración del sacramento del matrimonio. No lleva, por tanto, ningún reconocimiento jurídico de la situación. Simplemente como signo y gesto de que Dios bendice a todos y no excluye a nadie. Esa la explicación que se ha querido dar en la "Declaración sobre el sentido pastoral de las bendiciones" del organismo vaticano. Por esta decisión, le han caído al papa Francisco los peores calificativos de algunos cardenales no conformes con su pontificado. Le han tildado de hereje y acusado de crear con ello cisma y confusión. Es verdad que esta decisión ha tenido dificultades de comprensión en otras culturas, como la africana, que para ellos ha supuesto "un escándalo". Y sobre todo ha pesado el que hace solamente dos años el mismo organismo vaticano que cuida de la Doctrina de la Fe, con muy distinto presidente, se había pronunciado en sentido contrario, aclarando que "no es lícito impartir una bendición a relaciones, o a parejas incluso estables, que implican una praxis sexual fuera del matrimonio". Los dos documentos distinguen entre personas y uniones de esas personas, afirmando que se puede bendecir las personas pero no su unión. En eso reside "la confusión", al creer unos que en este caso no se pueden separar.
La controversia me ha llevado a pensar lo difíciles que resultan las reformas en la Iglesia, recordando momentos conflictivos del Concilio Vaticano II que, por discrepancias teológicas, estuvo a punto de la ruptura en varias ocasiones. El cardenal Jorge Bergoglio fue elegido expresa y mayoritariamente, después de haber previsto en el conclave un programa de cambios importantes en la Iglesia, viendo en él, a punto de jubilarse, la persona idónea para esta encomienda. De ahí, su nombre Francisco, evocando la visión que tuvo el santo: "Francisco, repara mi iglesia en ruinas". Y explica tu tesón, y su mantenimiento en la misión encomendada a pesar de la salud deteriorada. Desea culminar su obra, aunque no supongan más que los cimientos de esa reforma, sin duda necesaria para evangelizar en estos tiempos tan "líquidos" (Bauman) y tan nuevos. Hoy exige una vida martirial. Es lo que acabe de reconocer en el prólogo a un libro dedicado al papa Montini, San Pablo VI, el papa que llevó el timón del Concilio y sobre todo del posconcilio: "Debería ser considerado mártir".
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