Opinión

Al planificador del Gijón contemporáneo, un adiós con afecto

El urbanista trabajó durante 20 años para Gijón con sobriedad, realismo y gran racionalidad, y después de él casi hubo un desastre

No busquen personaje, munícipe, prohombre, célebre, plutócrata, santo, político, demonio, alcalde o alcaldesa que más haya influido en la estructura y el aspecto del Gijón que hoy conocemos, el Gijón contemporáneo. La persona que planificó durante 20 años con gran inteligencia y dedicación la ciudad de nuestro tiempo acaba de fallecer. Ramón Fernández-Rañada y Menéndez de Luarca (Oviedo, 1943-2024), arquitecto y urbanista, fue contratado por el Ayuntamiento de José Manuel Palacio (PSOE) en diciembre de 1981 para redactar el primer Plan General de Ordenación Urbana (PGOU) de los tiempos democráticos gijoneses.

Antes de Rañada, la ciudad había desembocado en una suerte de caos. Desde hace un tiempo, vengó redactando unas "Notas sobre 90 años de Urbanismo en Gijón, 1934-2024", tiempo en el que se sucedieron un urbanismo revolucionario (alcalde Avelino González Mallada, de la CNT), unos planeamientos subvertidos (urbanistas Germán Valentín-Gamazo y Emilio Larrodera), unas normas urbanísticas de Joaquín Cores Uría que ordenaban la ciudad, pero que fueron anuladas en 1976. Pero, sobre todo, hubo 20 años de desarrollismo implacable, en los sesenta y setenta.

Cierto sarcasmo afirma que los mejores urbanistas son los incendios, las inundaciones o los terremotos, que dejan las ciudades como páginas en blanco para levantar algo más ordenado y mejor. Pues bien, el desarrollismo trabaja exactamente a la inversa: lo satura todo y de modo desordenado (Gijón ganó 130.000 habitantes en sus 20 años).

Ese es la ciudad con la que se encontró Rañada, cuyo currículum incluye mas de 50 planeamientos, varios laureados, en toda Asturias, de los cuales una docena los desarrolló en Gijón con un trabajo titánico y pateando en incontables ocasiones el concejo para cotejar con la realidad lo que su mente concebía

Esos trabajos gijoneses comenzaron por el PGOU 1981-1983, redactado en colaboración con Gerard Loch, José Ramón Menéndez de Luarca y Carlota Navarro, junto con un amplísimo equipo en el que figuraban, por ejemplo, Gerardo Fernández Bustillo o Vicente Álvarez Areces, futuro alcalde de Gijón.

Dicho Plan, aprobado en 1986, ocupaba un baúl de documentos y marcó de modo indeleble los cambios que experimentaría Gijón. Sus ideas arrancaron un rechazo significativo, hasta que un día Rañada le dijo a Palacio, o viceversa. "Se nos echa parte de la ciudad encima. ¿Qué hacemos?". El Alcalde había dudado mucho, y también había guardado silencio, para inseguridad del urbanista, pero al final decidieron seguir adelante.

El PGOU de 1986 fue el instrumento con el que se encontró Areces para obtener dos orejas y el rabo tras doce años de alcaldazgo (1987-1999), pero ni él ni el PSOE se lo agradecieron jamás a Palacio y siguen sin hacerlo. En cuanto a Rañada, su sintonía con el entonces arquitecto municipal, Ovidio Blanco, y con el edil de Urbanismo, el recordado Jesús Morales, fueron colocando las piezas del Plan con fluidez, aunque no sin sobresaltos de los que ya hablaremos "antesdeque" el destino nos alcance.

En 1992, el Ayuntamiento contrató de nuevo a Rañada para la actualización del veterano PGOU. Durante aquella época, Rañada realizó el Esquema Director de la Costa Este de Gijón, pero fue anulado porque nuestro urbanista creaba figuras de planeamiento que en aquella ocasión se le atragantaron a algún magistrado. Al esquema le siguió el Plan Especial de Protección Paisajística de la Costa Este (1996). En la fase anterior había redactado el Plan Especial de Medianerías (PERI 19), el Plan Especial del área del Piles-Rinconín (PERI 11) y el Estudio Previo y Subdivisión del Área de Montevil (1987).

Una zona especialmente tratada por Rañada fue el futuro campus universitario de la ciudad, comenzando por su Primera Idea para la Ordenación del Campus de Gijón (1987), y siguiendo por el Plan Especial de Ordenación del Campus, junto al citado Menéndez de Luarca más Salvador Molezún y Vázquez Molezún. Después vino la Ordenación Arquitectónica del Campus y el Proyecto de Urbanización de la fase 1A del mismo.

Un día de abril de 1998 telefoneé a Rañada para hacerle alguna consulta urbanística y me dijo: "No te preocupes por el PGOU porque acaba de irse al garete". En efecto, la recién promulgada Ley de Régimen de Suelo y Valoraciones ponía las cosas patas arriba, de modo que en 1999 el Ayuntamiento volvió a contratar a nuestro urbanista para la Revisión y Adaptación a la nueva legislación del suelo.

Después de Areces llegó al alcaldía Paz Fernández Felgueroso, con quien Rañada tuvo discrepancias de gran calado en materia de "proyectos estrella", algunas modificaciones del Plan o la misma concepción general de la ciudad. Rañada no quiso ceder en sus principios urbanísticos, guiados por la sobriedad, el realismo y una racionalidad difícilmente atacable.

Y cuando en 2002 el urbanista volvió a presentarse al concurso para la siguiente actualización del PGOU, una extraña maniobra municipal de la que ya hablaremos –con aliados en el Principado– le dejó fuera de juego. Rañada fue a los tribunales y estos le dieron la razón en todas las instancias, incluido el Tribunal Supremo. Sin embargo ya habían pasado años como para que fuera repuesto en su legítimo intento.

Si existiera una voluntad cósmica realmente actuante, en aquel momento, podría decirse, una maldición cayó sobre el Ayuntamiento de Gijón, que vio anulados por los tribunales los planes de ordenación de 2005 y 2011. Aquello fue un cataclismo continuado, pero la contrapartida era que la ordenación de Rañada de 1999 siguió vigente hasta 2019, fecha del siguiente Plan, cuyo equipo redactor reivindicó abiertamente la obra de Rañada.

En el plano personal de este periodista, conocer y tratar habitualmente con Rañada desde 1996 ha sido un verdadero regalo. Con una amplísima formación, gran parte de la cual la recibió en el extranjero, y con un amplísimo horizonte de intereses intelectuales de lo más diverso, cada conversación con él se convertía en una aventura del conocimiento. Con su aspecto de deidad grecorromana, Rañada mostraba que los urbanistas son verdaderos dioses cuya fuerza se basa en trazar líneas sobre planos, lo cual significa que un milímetro sobre mapa pueden ser un centenar de metros capaces de enriquecer a algunos tenedores inmobiliarios o dejarlos como estaban.

En efecto, los dos grandes poderes del urbanismo son el trazado de las líneas y la capacidad expropiatoria por parte de los poderes públicos (que ha sido objeto de abuso en Gijón y otros lugares).

En cuanto al urbanista, y según la repetida frase de raíz judía en las películas de superhéroes ("un gran poder reclama una gran responsabilidad"), puedo dar fe de la integridad y buen hacer de Rañada.

En las referidas conversaciones entre el periodista y el urbanista (al igual que en la prosa de sus escritos, magnífica aunque en ocasiones barroca), siempre había hueco para la ironía inteligente. Si le preguntabas demasiado por el futuro a medio plazo, respondía: "Antes del futuro los dioses han puesto el presente", aunque él mismo trabajaba su planeamiento pensando en la ciudad al cabo de un decenio o dos.

Interrogado acerca de los cambios en el planeamiento, comentaba que "el biólogo Georges-Louis Leclerc, conde de Buffon, describía en su ‘Historia Natural, General y Particular’ al cangrejo de río como anfibio rojo que anda hacia atrás, cuando en realidad es un crustáceo parduzco que camina de lado".

Esto es tan sólo una pequeñísima parte de lo que puedo recordar sobre Ramón Rañada, al que ahora despido con autentico agradecimiento y afecto.

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