Opinión

"Vamos a darle una vuelta"

Nuestra ciudad, nuestros barrios, se construyen desde la implicación de muchas personas que hacen posible lo que parece imposible. Personas imprescindibles que saben mirar a los ojos a la realidad para escucharla y susurrarle al odio con la suavidad de quien acuna el sufrimiento para convertirlo en esperanza. Personas luchadoras. Personas que creen firmemente en las personas.

Hace 25 años, Ana Gloria Blanco Orviz recorrió por primera vez los pasillos del IES Padre Feijoo. Lo que seguro que no imaginó en aquel momento es que su vida se arraigaría a ese centro, a ese barrio y a todas las generaciones de chicos y chicas que miraban la Educación Secundaria, en muchos casos, como una gran cima difícil de coronar. Era un sistema que luchaba por abrir oportunidades en los hogares con menos oportunidades. Una educación que creía y creaba caminos de descubrimiento con la ilusión y convencimiento de que nadie puede quedarse atrás. Aquellos primeros años supusieron el descubrimiento de la educación con mayúsculas.

Tras la jubilación de Chema Castiello, otra de esas personas imprescindibles que han dibujado la historia de nuestra ciudad, a Ana Gloria le tocó coger el relevo. Ella supo incorporar al frenético día a día que vive un centro educativo una de las virtudes más necesarias de nuestra sociedad actual: la escucha. Una escucha sincera que sabe ver lo que esconde la mirada triste de un chico; que sabe leer tras el silencio de una chica todo el sufrimiento acumulado; que tiene claro que aquello sobre lo que debe orbitar el trabajo de la educación no es solo el temario.

Pude conocer a Ana Gloria hace 13 años, cuando inicié mi andadura en la dirección de Mar de Niebla. Pude descubrir a una directora que tenía claro cuál era su prioridad, que estaba dispuesta a todo por romper la estadística que se afanaba en alejar a aquellos que más sufren de su desarrollo educativo. Una mujer incombustible, dispuesta a tirarse a todas las piscinas, aunque apenas tuvieran un hilillo de agua. Siempre desde la facilitación, siempre desde el compromiso y la colaboración, a pesar de las barreras que el sistema genera desde su vértice superior.

Nunca vi titubear a Ana Gloria. Cada problema lo rumiaba, lo rodeaba y, como dice su claustro, le daba una vuelta. Levantaba el teléfono sin dilación ante cualquier oportunidad o adversidad. Siempre creyó en el trabajo de las entidades, en la comunidad, en la suma de esfuerzos para morder esa realidad tan ácida en ocasiones pero que, gracias a su empeño, nos ha deparado grandes momentos de dulzor y satisfacción.

Ayer vivió su fiesta de jubilación. Un salón de actos lleno de amigos, amigas y admiradores (como un servidor). Muchas risas, lágrimas y, sobre todo, agradecimientos y abrazos. Ana Gloria, gracias por todo. Gracias por tu inconformismo. Gracias por dar sentido a la educación. Gracias por transformar tantas vidas. Te queremos.

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