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El tesoro triste de Margarita Collado en La Habana

La ejecutiva del Idepa, nacida en La Habana, visitó dos veces su casa natal, donde sus padres habían escondido, bajo las baldosas del baño, frascos con dólares y monedas de oro y plata

Margarita Collado, ejecutiva y vicepresidenta de Lucha Contra el Cáncer, en Oviedo. julián rus

15 de abril de 1961

Margarita Collado, de 11 años, vio a sus padres levantar unas baldosas del cuarto de baño de su casa en La Habana y meter en el hueco unos tarros grandes, como los de los caramelos de las tiendas, llenos de monedas de oro y plata y de dólares en billetes. A Margarita esa imagen le extrañó. Notó algo furtivo e impropio. Ella había encontrado una moneda de medio en clase y al llegar a casa se la enseñó a su madre. Balbina la cogió del brazo, la llevó al colegio y le obligó a devolver la moneda "porque no es tuya".

Antonio y Balbina le explicaron que guardaban ese dinero para que no se perdiera mientras estaban de viaje en España para ver al abuelo enfermo. Esa noche visitaron a los vecinos porque Margarita no quería marchar sin despedirse de Viviana, una amiga a la que había tratado como hermana hasta que nació Isabel, que en ese momento tenía año y medio.

Al día siguiente Margarita se despidió de Manuela Santín, la abuela que tan bien la había malcriado, embarcó con sus padres y su hermana en el transatlántico "Virginia Churruca" y, después de cinco horas de retraso y miedo en el puerto de La Habana, zarparon hacia España mientras el Gobierno revolucionario repelía las tropas de cubanos exiliados, apoyados por Estados Unidos, que intentaban invadir Cuba por bahía de Cochinos.

17 de noviembre de 1991

Al terminar las reuniones del día con los constructores y antes de la recepción de la noche, Margarita Collado, técnica del Instituto de Desarrollo Económico del Principado de Asturias (Idepa), que formaba parte del viaje institucional a Cuba del presidente Juan Luis Rodríguez-Vigil y un grupo de empresarios, dio al chófer la dirección: calle Jovellar 161. La acompañaba el director del Idepa.

Como nacida en Cuba, Margarita tiene nacionalidad cubana. Cuando el jefe de protocolo de Presidencia, Carlos Fuente, estaba organizando el viaje con la oficina del vicepresidente cubano "Gallego" Fernández, hijo de asturianos, le dijeron que Collado no podría entrar en Cuba. Le habían encontrado un pariente contrarrevolucionario al que no conocía y con el que la familia no se trataba. El asunto se arregló y, al aterrizar a La Habana, Gallego la seleccionó con su mirada inquisidora y fría, le pidió disculpas y se declaró encantado de que volviera a Cuba.

Ahora iba a volver a su casa natal. Sus padres le habían recordado la historia de los tarros y pedido que, en fin, mirara, por si se podía hacer algo. En 30 años nadie de la familia había podido volver. Sus padres, que en La Habana habían sido dueños de una vitrina (una tienda de tabaco) en la que trabajaron infinitas horas para comprar dos viviendas de segunda mano en El Cerro, una para cada hija, que tenían alquiladas, tuvieron que iniciar una vida de pobres en una España pobre, Manuel con mil trabajos distintos hasta que consiguió una portería; Balbina, fregando la cocina del hotel La Jirafa.

La abuela, que tantas cartas escribió, "mijita", llevaba más de veinte años muerta.

Al bajar del coche, Margarita reconoció la casa, de planta baja, piso y patio trasero. La fachada despintada conservaba las contraventanas. Margarita Collado rompió a llorar.

-¿Qué pasa, mijita? -preguntó una de las mujeres que estaban en el balcón.

Una mulata de unos 40 años bajó a buscarla. Margarita pudo explicar algo entre el llanto y la mujer la invitó a subir.

El apartamento de su infancia, la vivienda que tenían asignadas dos familias, separadas por un tablero de chapa ocume, conservaba el mismo mosaico en el suelo y al reconocerlo sus lágrimas arreciaron. Salieron todos, se vio rodeada por cuatro personas que hablaban y consolaban a la vez y que le enseñaron la casa. En el baño explotó, pensando en lo que habían dejado sus padres pero sin poder decir nada, sin saber si lo habían encontrado ya o si lo encontrarían.

-Ésta es tu casa, compañera, vienes cuando quieras.

En la vivienda vecina ya no vivía su amiga Viviana, pero alguien recordaba a Manuela, que tanto les había hablado de la nieta a la que adornaba con lazos, almidonaba los cancanes y alimentaba con purés. Fue media hora interminable.

En el hotel se dio cuenta de que la partida de La Habana había sido una ruptura que no había arreglado. En los días siguientes vio a sus padres en los rostros de aquellos emigrantes que, en la espicha de la Polar, por centenares, comieron hasta saciarse -alguno vomitó- y guardaron en bolsas la comida que pudieron cuando el país vivía el periodo especial y todas las carencias que trajo el colapso de la Unión Soviética. Al saberla cubana e hija de emigrantes le contaban sus historias. Hizo su trabajo, pero pidió evitar esas fiestas.

En Belascoain, donde sus padres tenían el negocio, la zona de luces comerciales de su infancia, en la entrada de La Habana Vieja, maderas tapaban lo que habían sido tiendas, cafeterías, cines, bazares chinos.

Por atender a Santiago Fernández, director de Cogersa, se vio en el brete de hacerse una fotografía con Fidel Castro, la menos favorecedora de su vida. Cuando se la envió el fotógrafo Ángel Ricardo, la escondió para que sus padres nunca la vieran.

Al regreso cayó en una depresión. Había más causas, pero el viaje a Cuba la desencadenó. La negó durante siete meses: "La Collado" no se deprime. Cuando pasó de ir mal dormida al trabajo a no pegar ojo, el médico se la diagnosticó, pero cuando empezaron los dolores de estómago y los mareos se convenció de que sólo podía ser un tumor de estómago. Cuando salió de la depresión, se prometió que nunca más volvería a pasar por aquello.

15 de septiembre de 2011

La dueña de Casa Pilar, para Carlos Herrera el mejor restaurante de La Habana, avisó a Margarita de unos vuelos de 500 euros ida y vuelta. Pilar es avilesina y amiga de Margarita desde hace unos veinte años. Lleva 17 en La Habana. Collado organizó un viaje especial para su marido, Miguel Ángel Caldevilla, y sus dos hijos, David y Paula: nueve días, estancia en la Casa Barreiros de El Vedado, desayunos espectaculares, manteles de hilo, cubiertos de plata, muebles de anticuario, arte en las paredes, vistas de La Habana. Pilar les regaló una estancia vip y les invitó a una fiesta con alfombra roja, "photocall", embajador, cantante y enanos saltarines.

Se veían más negocios en Cuba y los taxistas hablaban con más libertad. En la fachada de Jovellar 161 habían puesto algo de pintura. En la casa vivía un matrimonio con dos hijos que había construido un altillo que alquilaban. Al ver el nuevo suelo del baño, Margarita sonrió al pensar en el agraciado.

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