Cabranes es el concejo de la utopía: el pequeño municipio acoge a 134 vecinos de 28 nacionalidades

Los vecinos del concejo de la Comarca de la Sidra buscan otra manera de vivir

Cabranes es el concejo de la utopía: el pequeño municipio acoge a 134 vecinos de 28 nacionalidades.

Cabranes es el concejo de la utopía: el pequeño municipio acoge a 134 vecinos de 28 nacionalidades. / LUISMA MURIAS

Las carreteras del concejo de Cabranes son estrechas y tortuosas, apenas una cinta de asfalto que se extiende entre colinas, prados y riegas para conectar aldeas prendidas en las laderas. En primavera transitan bajo un tupido dosel verde, y hay puntos en los que parece que fueran a desembocar en una selva, en un mundo olvidado tomado por la naturaleza y los pájaros.

Esos caminos han conducido a muchos nuevos pobladores que hacen de este pequeño concejo de la Comarca de la Sidra con 30 aldeas y 78 caserías un oasis de paz y proyectos alternativos, una pequeña ONU que suma en sus 38,31 kilómetros cuadrados 28 nacionalidades diferentes. El mapamundi en el mapa de Cabranes tiene vecinos de Hungría, Brasil, Alemania, Argentina, Bélgica, Canadá, Colombia, Ecuador, Estados Unidos, Francia, Irlanda, Italia, Lituania, Marruecos, México, Nicaragua, Países Bajos, Perú, Polonia, Portugal, Reino Unido, República Checa, República Dominicana, Rumanía, Rusia, Ucrania, Uruguay y Venezuela. En busca de una vida nueva, más comunitaria, más natural, más como antes, han llegado a Cabranes 134 personas que le dan acentos diversos. Han traído a sus familias y el colegio, que estuvo a punto de cerrar en la capital, Santa Olaya, bulle de actividad, una rara excepción de crecimiento en una Asturias rural que se despuebla. Ha sido preciso abrir aulas del primer ciclo de Infantil (hasta 3 años). La plaza principal de Santa Eulalia de Cabranes, que fue dedicada a los muchos emigrantes del concejo puede convertirse en "Plaza de las migraciones" si sale adelante una propuesta en ese sentido. Cabranes, que rondó los 4.000 habitantes en el siglo XIX, lleva 150 años expeliendo a sus hijos, primero a América, a partir de mediados del siglo XX a Europa y a las ciudades. Sus poco más de mil habitantes, fruto de tantas despedidas, llevan unos años dando bienvenidas. Donde había un puñado de abuelos que desgranaban sus recuerdos al sol hay ahora una comunidad vital y variada, que se junta en la plaza cada "viernes de cañas", por la tarde-noche, para conocerse, entretejer vínculos y compartirlos también con los locales. Quien sabe toca un instrumento; quien puede hace malabares, y los niños corretean con una libertad que, como sus padres han tenido en cuenta, no hubiera sido posible en otros lugares. El fenómeno de la llegada de extranjeros es cada vez más palpable, pero empezó hace tiempo. Este concejo, en el centro de Asturias, pero fuera de los radares de un desarrollo industrial a gran escala y de la masificación del turismo, siempre ha tenido ese poder magnético. Ese permanecer "escondido" ha atraído a vecinos como Rens Willet, pionero en la aventura de instalarse en una aldea remota, en una cabaña que restaura desde hace 25 años.

La holandesa Paula Huijer, con su hija Lieve Sofía, junto  a la mexicana Daniela Noriega. | Luisma Murias

La holandesa Paula Huijer, con su hija Lieve Sofía, junto a la mexicana Daniela Noriega. / Luisma Murias

Llegó desde su Holanda natal en tractor, con tres hijas y varios perros. Su mudanza a una casita al final de un camino cuesto en la aldea de Bospolín, un mar de verde que languidecía de abandono y despoblación, tuvo el espectáculo de las proezas. "Me llevó once días llegar", dice en muy buen castellano Rens, que fue activista de Greenpeace y conoció Asturias gracias a una de sus acciones.

"Estábamos preparando una acción contra la papelera de Pontevedra, y el barco en el que navegaba paró en Gijón para soldar una portilla que íbamos a usar en la protesta. Me convencí de que quería venir a conocer Asturias. Un divorcio y tres niñas después, vine y me quedé, cuando no había internet ni móviles. Una amiga me ayudó a buscar, encontré esta casa, la primera que vi, y me quedé".

Ingeniero mecánico naval, dejó su profesión para dedicarse a sus otras pasiones, la carpintería y el diseño, con los que se ha ido ganando una vida sostenida en el ideal del autoconsumo.

"Estuve seis años sin ir a la compra, tenía huerto y animales y me apañé todo ese tiempo. Podemos vivir de una forma mucho más austera de lo que pensamos".

Rens fue uno de los fundadores de El Tenderete, el mercado comunitario que se celebra los segundos domingos de cada mes en Santa Olaya y en el que todos aportan sus creaciones y productos, en pos de la idea de economía circular y ayuda mutua que rige los mecanismos del colectivo.

Rens es una referencia para la pujante comunidad extranjera y, con el paso de los años, se convirtió en un cabranés de pura cepa, con observaciones y reflexiones como que "no es fácil mantener la economía en estos entornos" o que el perfil de los nuevos moradores ha ido cambiando. "Antes llegábamos con menos dinero, ahora hay mucha gente que teletrabaja y maneja mucho más presupuesto". Advierte que "apenas quedan casas para alquilar" y, por ello, se ha propuesto dar una vuelta a la economía local, con propuestas para generar empleo y que "Cabranes sea autosuficiente".

Con Rens Villiet vive una hija de 32 años, Emer, que tiene una discapacidad. Y por ella ha fundado la asociación "Anima Mundi", que aspira a levantar en Viñón un centro para personas con diversidad funcional basado en la economía circular, que se pueda sostener con el arte, la huerta, el teatro o la música como pilares de un intercambio fructífero para todos.

Sería "un espacio abierto a la comunidad, para que los usuarios tengan protagonismo y puedan gestionar una cafetería, una tienda con productos de la zona, conservas y alimentos que ellos mismos puedan cultivar, cerámica, telares...". Tendría capacidad para 15 usuarios, con residencia y centro para estancias de respiro para las familias, y crearía, según sus cálculos, 30 puestos de trabajo.

Desde la izquierda, la uruguaya Alejandra Betancor, junto  a sus amigas Virginia Saavedra y Zvezdelina Nikova,  en el bar de Santa Olaya. | Luisma Murias

El británico Roger Smith, en su casa de Santa Olaya. / L. P.

"Somos conscientes de que estamos construyendo un sueño y de momento estamos centrados en la financiación, pero creemos que en el futuro podemos convertirnos en una fundación y dar algo novedoso en una zona rural como esta", cuenta Rens. Le impulsa "la incertidumbre que comparto con padres en mi misma situación, cuando pensamos qué será de nuestros hijos cuando ya no estemos". Sabe, además, que "los tiempos están cambiando, todo va a variar y quizá no a mejor, pero mantenemos la ilusión de vivir con más libertad y más capacidad de autodecisión".

La pareja formada por la argentina Sofía Costa Sadagorsky y el brasileño Vinicius Limaverde Costa Magalhaes arribó a Cabranes dando pedales. O casi. Su historia está trazada sobre dos ruedas a lo largo y ancho del mundo. Se encontraron en un viaje en bici por África y Europa, y cuando Sofía se quedó embarazada en Turquía, decidieron poner pie a tierra en Asturias. Ella conocía la región. En 2010 había estudiado Ilustración y Edición de Arte en la Escuela de Artes y Oficios de Oviedo, donde trabó amistad para siempre con un grupo de amigas "que son mis hermanas" y de cuya mano se quedó prendada de la tierra.

Con un hijo en camino y la firme determinación de buscar un lugar para dar a luz en casa, en un entorno natural y poderoso, la pareja buscó en el campo. Primero en Sietes, en la vecina Villaviciosa, y tras la invitación de una amiga a conocer El Tenderete, "nos enamoramos, encontramos un alquiler y nos quedamos".

"Aquí hay un ecosistema con privilegios a todos los niveles: humano, social, medioambiental, climático, con abundancia de agua y sin catástrofes naturales", enumera Sofía junto a Vini, ingeniero civil de formación en su Brasil natal.

Lo que había sido hasta entonces una vida de nomadismo y pequeñas estancias en diferentes puntos del planeta se ha vuelto sedentaria en Santa Olaya de Cabranes desde hace seis años, los que tiene Sahel, un torbellino feliz con nombre africano y amigos de todas partes.

Sofía y Vini se sienten convencidos de que estaban llamados a vivir en el concejo, y en la casa en la que residen. "Cuando parí, salí a la puerta con el bebé en brazos, y una señora del pueblo se paró y me dijo: ‘No es el primer niño que nace en esta vivienda, mi hijo también vino al mundo entre esas paredes’. Sentí que fue como una ofrenda, que devolvía algo al entorno. Fue muy especial".

El bar de la plaza en Santa Olaya, una tarde  de viernes con mal tiempo. | Luisma Murias

Desde la izquierda, la uruguaya Alejandra Betancor, junto a sus amigas Virginia Saavedra y Zvezdelina Nikova, en el bar de Santa Olaya. / Luisma Murias

Ahora están rehabilitando una cabaña en la aldea cercana de Bospolín, con la idea de ser lo más autosuficientes posible con la plantación de un "bosque comestible" para cubrir sus necesidades y vivir de una forma lo más natural posible.

Entretanto, residen en Santa Olaya y cultivan un huerto. Vinicius trabaja en el campo de la bioconstrucción con colegas y amigos que también tienen proyectos parecidos, y están "encantados" con la vida en paz y en verde que han encontrado.

"El intercambio con la gente de aquí es muy positivo. Nos han recibido con enorme alegría. Nos ayudan, nos dan consejos; estamos aprendiendo mucho y tenemos mucha sintonía entre todos. Además, como hay una enorme diversidad de gente de otros países, tenemos la sensación de estar permanentemente viajando sin movernos de aquí".

"Aquí encontramos todo lo que nos gusta –hasta un club de ajedrez o tocar en un grupo de reggae–, valoramos cada vez más los vínculos humanos y estamos dando una infancia libre a nuestro hijo".

El británico Roger Smith, en su casa de Santa Olaya. | L. P.

La italiana Annalisa Di Massa, con uno de sus perros, en su casa de Cervera. / L. P.

"Lo primero que hicimos cuando llegamos fue participar en una andecha", recuerdan maravillados, centrados en poner en marcha su laboratorio de aprendizaje "sobre la marcha" y con la ayuda de muchos otros que buscan vivir en la permacultura [observar la naturaleza e imitar el funcionamiento de los ecosistemas para cubrir las necesidades del presente sin poner en peligro el futuro] y la autosuficiencia.

El vínculo profundo con la naturaleza y la tierra ha llevado también a la holandesa Paula Huijer al concejo. Primero pasó por Burgos, donde trabajó en el proyecto del padre de una amiga para reconstruir un pueblo abandonado con técnicas y materiales naturales. Después "llegó la pandemia y me quedé. Quería encontrar en España más espacio y más tiempo para poder vivir, algo que no pasaba en mi país", explica en un castellano acentuado a la germana.

Paula es fotógrafa de profesión. Trabajó durante un tiempo en el mundo del arte "todo el día sentada detrás de una pantalla". Con el dinero que tenía ahorrado decidió estirar su periplo con otros amigos, en otra comunidad también en Burgos. Allí hizo trabajos comunales y colaboró con una escultora con la que aprendió técnicas de carpintería. Después contactó con su compatriota Rens, conoció Cabranes y ya no se quiso ir.

Cuando quedó embarazada, tuvo la certeza de que daría a luz en el concejo. Su hija Lieve Sofía, de un año, llegó al mundo en casa, y descubre un mundo del que "lo que más me gusta es la diversidad y la abundancia de agua".

Andechas, internet, teletrabajo y turismo auténtico para vivir lo rural

El holandés Rens Willet y su hija Emer. / L. P.

"Hemos sido muy bienvenidos, y aquí siento que tengo un futuro", afirma Paula, inmersa en un proyecto social para reconstruir varias viviendas de la zona que comparte con muchos extranjeros recién llegados. "Nos ayudamos todos entre nosotros, trabajamos para los vecinos, desbrozamos... es difícil encontrar trabajo en la zona rural, pero vamos saliendo adelante con el mercado, haciendo red. Es duro pero compensa".

Paula mece a Lieve Sofía, contempla los jirones de niebla que se van descolgando en un atardecer lluvioso y comenta: "Mira eso, ¿no es maravilloso?".

La sensación de excesiva dependencia de un trabajo convencional llevó a la mexicana Daniela Noriega a dejar Madrid, donde residía y se ganaba la vida en una multinacional.

"Queríamos cambiar de aires. Nos dimos cuenta de que solo vivíamos los fines de semana, que el resto del tiempo nos dedicábamos a sobrevivir y decidimos darle la vuelta".

Fue hace una década. Su marido y ella se decidieron por Asturias, donde tenían amigos, y empezaron de alquiler en Torazu, porque "buscábamos un sitio en el centro con buen acceso y señal de internet". Después compraron y restauraron una casa en La Llavona.

Con el paso de los años el teletrabajo ha ido derivando hacia otros proyectos sostenibles, como "Asturias Convivencias", un plan para organizar un turismo auténtico, que acerque a los visitantes al día a día y las labores de los vecinos de los pueblos sin artificios.

"Colaboramos con artesanos de la zona, visitamos llagares caseros, hórreos, la iglesia de Torazo...". Prepara experiencias de retiros de meditación, yoga y crecimiento personal en Cabranes y otros concejos del entorno. Colaborar en El Tenderete con un puesto de tacos. "Pensé que estaba de paso, pero cada vez estoy más convencida de que me voy a quedar aquí", afirma Daniela.

La italiana Annalisa Di Massa, con uno  de sus perros, en su casa de Cervera. | L. P.

El bar de la plaza en Santa Olaya, una tarde de viernes con mal tiempo. / Luisma Murias

El afán de probar cosas nuevas y la pandemia del covid llevaron a la italiana Annalisa Di Massa a establecerse en Cervera, en una casa de alquiler que comparte con su marido y sus dos hijos.

"Vivimos siete años en Tenerife, pero decidimos cambiar después de la pandemia porque fue muy triste ver todo aquello vacío", explica al sol en el portal de casa. Trabaja como acompañante en la línea de autobús escolar a Ceceda, y es consultora en una empresa que vende productos suizos. Nació en Prato, cerca de Florencia, lleva ya tres años en Cabranes. Sus hijos estudian en el Instituto de Villaviciosa y en el Prial de Infiesto.

"Llegué gracias a un amigo italiano que conocí en Canarias. Buscaba un sitio bonito porque las islas cansan mucho y necesitaba desconectar y me recomendó esto. Quería ver verde. A los chicos, que tienen 14 y 18 años, les encanta. Ahora quiero estar más tranquila, dentro de lo que cabe, porque hago 500 kilómetros a la semana, buscando a mis hijos de sus estudios y cuadrando con mis cosas. Lo bueno es que encaja todo".

El esfuerzo le merece la pena: "Me gusta mucho estar aquí; la atmósfera en Santa Olaya es increíble, con todo el mundo compartiendo, en un ambiente de buena acogida, con una naturaleza y mucha variedad de animales a la vista". Daniela, practicante del budismo, ha encontrado un espacio vital acorde con sus necesidades donde espera seguir viviendo en el futuro "por el momento. No me da miedo el cambio. A mis hijos ya les ha calado Cabranes. Ya hablan español en sueños, así que ya está todo hecho". Ella, que se cuenta en un español cantado a la italiana, habla a los perros con palabras florentinas. Su vecina, la uruguaya Alejandra Betancor, profesora de adultos retirada, llegó a Cabranes en busca de un retiro placentero junto con su marido, natural de Toledo. "Queríamos el norte y Asturias siempre fue la primera opción", relata mientras toma unos vinos en el bar tienda de Santa Olaya junto a dos amigas que han venido de visita. Un amigo les recomendó el municipio y alquilaron una casita en Cervera.

Andechas, internet, teletrabajo y turismo auténtico para vivir lo rural

El brasileño Vinicius Limaverde Costa Magalhaes y la argentina Sofía Costa Sadagorsky, con su hijo Sahel, nacido en Cabranes, posan en la tienda de Santa Olaya. / Luisma Murias

Su marido falleció hace diez meses y ella continúa la aventura en solitario. "He descubierto mi hogar en el mundo, sin ninguna duda. De aquí ya no me muevo más. Tengo un jardín y me encanta todo de la zona: la lluvia, el mar, la montaña, el verde y los asturianos. Buscaba mi sitio y es este".

También han encontrado su lugar el británico Roger Smith, jubilado, y su mujer. Buscaban un pueblo en el norte de España". Probaron en Tui, (Pontevedra) pero los precios en Cabranes eran más bajos, "nos gustó y nos quedamos". En 2008 vendieron su casa, en un pueblo cerca de Conventry, en las Tierras Medais Occidentales y se instalaron en Santa Olaya, en una casa de varias plantas que antiguamente fue la escuela de la localidad. "Era una ruina, solo el bajo estaba habitable", dice en un buen castellano percutido a la inglesa.

Llevan una existencia apacible, "diferente a Inglaterra". La gente es muy amable, nos ayudaron mucho", explica Smith, que trabajó durante años en el campo del desarrollo comunitario, mientras su esposa era ingeniera en una compañía de aguas. Con la experiencia que le da el llevar muchos años de militancia cabranesa, pone el foco en lo mucho y bueno que se está haciendo en el concejo.

"Hay mucha gente joven con proyectos muy interesantes, más que los de dos jubilados como nosotros. Tienes la empresa Asturcilla, que hace una crema con avellanas de aquí; los chavales de Aguacatinos que tienen una plantación; los de Funguinatur, que cultivan hongos; imprentas artesanales y muchos otros proyectos de construcción y agricultura", enumera.

Tantas propuestas como nuevos vecinos llegan a la zona y convierten un pequeño municipio anclado en el pasado en un hervidero de ideas y personas cargadas de futuro.

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