Morirse es un mal negocio, pero resucitar sería el peor de todos. Me circunscribiré a un caso concreto ya que en un plano abstracto podrían ser tantos como paramecios hay en una gota de agua.

Manuel Cabal González nos sirve para ilustrar la frase en cuestión que ni es de Pitigrilli, ni de Fray Gerundio de Campazas, tampoco del señor Blanco o de la señora de Cospedal. Lo más próximo a una frase ligada con la muerte fue la que le espetó la pasada semana Pérez Rubalcaba a Sáenz de Santamaría, eso sí, sacada del «Don Juan Tenorio» zorrillesco: «Los muertos que vos matáis gozan de buena salud».

El negocio redondo lo es en cambio inaugurar tramos de carreteras, edificios a medio terminar, aeropuertos sin permisos para que operen las compañías aeronáuticas e incluso, un iluminado? ¡hasta una maqueta! ¡Menudos detallazos! No se descubrirá, en cambio, la placa de reconocimiento a Manolo Cabal como la que había en el mirador de El Carbayu ¡un mal detalle!

Les simplifico el asunto. Un muerto: Manuel Cabal. Una placa: la que decía que el mirador de El Carbayu había sido iniciativa suya. Una tropelía: retirar o, tirar con los escombros, la placa recordatoria de quien puso ilusión, trabajo físico y dinero de su propio bolsillo para la obra. La razón del desmán: que se construyó un nuevo mirador y como Cabal, no era una figura política o sindical, pues ¿qué cosa más natural que darle una patada a la historia? ¿A quién coños le importa, la película de horror que se proyecta en los tiempos que corren, esta historia?

A mí sí me que me importa, y me deja indiferente el silencio olímpico que guarda la Sociedad La Montera, la misma que, para reconocer sus dos mandatos históricos, hizo que, el 28 de mayo de 1975, se le impusiera la insignia de oro y brillantes de la Sociedad y se le entregase un Libro de Honor en el que firmamos los asistentes en el transcurso de una cena homenaje en la que se sirvió langosta en dos salsas, perdiz con chocolate, platos regados con vinos tinto, rosado y blanco; postre, café, copa, champán y hasta cigarro habano.

Y sí me importa también poner ante el mismo espejo, a los munícipes de ayer y a los de hoy, para que vean que no hay diferencia en esto. Los de aquella ocasión ni se dignaron mandar un telegrama de adhesión, los de ahora, quitaron la placa y ni se dieron por aludidos ante este hecho cuando hace unos años lo comenté en estas misma páginas. Y es que nada hay peor que vivir y morirse encontrándose con el desconocimiento -no hablaré de ignorancia supina para preservar la lustrosa epidermis paquidérmica de amplios sectores de esta fauna, casta, clase, grupo, o como quieran llamarles a los políticos, que hacen, en ocasiones, las mismas cosas, igual antaño que hogaño.

Olvidarse es humano, pero cuando se les recuerda, y se quedan tan anchos, es lo que me indigna. Lo cual es positivo porque experimentar esta reacción, demuestra que vivo, no soy amnésico y ejerzo de ciudadano, no de número y vasallo.

A Manuel Cabal se le debe la restitución de la placa, y hora que proliferan los detalles preelectorales -dignos de toda loa-, añadir éste sería un modo de dar al César lo que es del César y ganar, o perder, algunos votos. ¿No sería este un detalle de justicia?