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Visiones De Ciudad

De cuando Villa Magdalena era Villa Julia

Un recorrido por los lugares y locales más emblemáticos de la ciudad del siglo pasado

La Gran Vía

He dedicado tanto tiempo a investigar la historia del comercio, del ocio y de los personajes populares de Oviedo que ahora, cuando camino por la ciudad, tengo visiones dignas de ser estudiadas por Iker Jiménez.

Si paso por Villa Magdalena, no solo descubro la presencia de una de las bibliotecas más caras del mundo y el interminable litigio judicial entre unos y otros reclamándose millones de euros. Mi mente viaja en el tiempo hasta la mañana del 31 de mayo de año 1908 y lo que veo es a Julia Letona, recién casada con uno de los comerciantes más importantes de Oviedo, cayendo fulminada víctima de un ataque cerebral mientras recogía flores en los jardines del palacete, entonces llamado Villa Julia.

Victoriano González Campomanes, empresario, escritor y político nacido en Oviedo en 1850, caballero de la Real Orden de Isabel la Católica, proveedor de la Casa Real, miembro de varias corporaciones científicas e industriales y uno de los promotores de la Cámara de Comercio en 1889, había encargado la construcción del palacete, diseñado por Juan Miguel de la Guardia, como regalo de boda para su esposa. Tan abatido quedó al fallecer ésta de forma repentina, que además de poner a la venta Villa Julia también se deshizo de sus negocios, abandonó las actividades políticas y renunció a la vida social.

Continúo mi paseo y, al llegar a La Gran Vía, vuelvo a viajar al pasado para percibir, frente a la actual ubicación del centenario establecimiento, el edificio donde a finales del siglo XIX fue fundado como casa de comidas y bebidas. Saliendo por la puerta, creo reconocer a Melquiades Álvarez, que al vivir en Silla del Rey, de camino a sus ocupaciones acostumbraba a hacer un alto en La Gran Vía para tomar algo.

Una vez en el campo, a la altura del Bombé, vuelven las visiones del pasado y aparece ante mis ojos el soberbio aspecto que presentaba el paseo el 18 de agosto de 1929, cuando Cándido Muñoz López, uno de los reyes de la hostelería del siglo pasado, organizó un banquete homenaje al entonces presidente de gobierno el general Primo de Rivera. Una organización perfecta, a pesar de tratarse de un convite numerosísimo (1.600 comensales) e inconcebible en Oviedo, y aun en España. En la cubrición del "comedor" se emplearon unos 2.500 metros cuadrados de lienzo y unos 5.000 metros de guirnaldas hasta dejar convertido el paseo del Bombé en un precioso salón. Cinco cocinas instaladas, más de 150 camareros, y en esa proporción todo lo demás hizo posible que el homenaje fuera una fiesta para Oviedo, tan solo empañada por el susto que llevó Cándido, el responsable de la cena, cuando muchos de los asistentes comenzaron a sentirse indispuestos, víctimas de una intoxicación. Hasta confirmar que se trataba de alimentos en mal estado, posiblemente debido a langostinos servidos en fuentes de cobre, y descartada la sospecha de un ataque a la dictadura del general, nuestro célebre hostelero corrió peligro de ser fusilado.

Ya en el paseo de los Álamos, mi máquina del tiempo mental me lleva a un año antes del gran banquete, al verano de 1928, cuando Vicente Suárez Arango, de nombre artístico Bill Roy, dirige la primera película de ficción rodada en Asturias, Ya T´oyí, protagonizada por él mismo y por la famosa actriz de los años 20 Trini Carrasco, más conocida como May Love. Además de la novedad que suponía ver las cámaras cinematográficas filmando en Uría, la Escandalera o en el Campo San Francisco, llamaba poderosamente la atención la presencia de un buen número de conocidos personajes locales que, seleccionados previamente en un casting, formaban parte del elenco de actrices y actores: Antón de la madre, Garrafundia, Guillermo Carrocera son algunos de los tipos populares que acompañaban a los protagonistas.

Bill Roy, que además de intérprete y director era el productor de Ya t´oyí, comentaría posteriormente (entrevista en Región en noviembre de ese mismo año, poco después de estrenarse la película) las dificultades de trabajar con ese variopinto grupo de aficionados que, como no cobraban (lo hacían para aprender y con la ilusión de revelarse como artistas), ni se tomaban en serio los ensayos ni cumplían los horarios. Se les citaba a las siete de la mañana intentando aprovechar las escasas horas con buena luz que permite nuestro clima, pero lo normal era que hasta las nueve o diez no se presentaran, y todavía alguno creía que estaba haciendo un gran sacrificio.

Cuando finalmente estaban todos maquillados y se iniciaba el rodaje, eran tales las masas de público que se aglomeraban delante del objetivo, mirando fijamente al operador, que constantemente tenían que interrumpir las escenas. Con la ayuda de los guardias, intentaba el equipo mantener fuera de plano a la muchedumbre, pero argumentando que "la calle es de todos" siempre había alguien que se escabullía del cordón y se acercaba para salir en la película o para hacer alguna gracia con Antón de la madre o con el insigne Carrocera.

Vaya por donde vaya, me acompañan esas visiones. Los enormes luminosos letreros de Botas o Al Pelayo y el señorío del Café Peñalba, en la calle Uría; el bullicio de Fruela ocupada por Los Chicos, El Mundo (ahí sigue), El Encanto, Almacenes Fruela (que sigue, pero como Kopa en Palacio Valdés), Las Novedades, La Panoya, La Imperial, Gómez y Collado, Dubosc (en el edificio donde vivieron Fermín Canella y Valentín Masip), Minerva, El Paraíso, El Navío, La Innovación, El Buen Gusto, La Perla, Moyano (otro superviviente), Ceñal y Zaloña, Ural, Bar Dragón,? parece increíble que los 181 metros que mide la calle Fruela hayan dado tanto de sí.

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